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Los burros de La Roqueta, antes bebedores, hoy bestias abstemias

 Xavier Rosado * Hace tiempo que Acapulco dejó de ser un lugar mítico y edénico de cuya belleza tropical ya los cronistas de este lugar han dado fe. Durante el pasado siglo se convirtió en el sitio de recreación predilecto de las élites de millonarios de diversas partes del mundo; ahora es un sitio menos glamoroso y más al alcance de las clases populares.De esos años de bonanza sólo quedan algunos rastros, personajes y rituales que remiten al Acapulco ya ido. Uno de esos personajes que aún merodea en la isla frente a Caleta y Caletilla es el burro de la Roqueta. Una atracción que alguna vez fuera un atractivo turístico en la isla debido a la forma en que bebía las cervezas que le daba el público. Con el tiempo dejó de ser una atracción para regresar a los menesteres típicos de su especie, una bestia de carga utilizada por los encargados del faro de la isla.La razón por la que se descontinuó esta costumbre es que después de ingerir las cervezas que le daban, el burro se iba a la playa para robarse con el hocico las cervezas de los turistas y además, como le daba hambre, tiraba sillas y sombrillas para arrasar con órdenes de picaditas, mojarras o ceviche que encontraba en su trastabillante recorrido.

Este tipo de travesuras duraron poco tiempo, porque las quejas de los turistas no tardaron en acumularse, lo que motivó a los empresarios del lugar a deshacerse de tal atracción y mandaron al burro a servir como cargador de los tanques de diesel y agua potable que los marinos suben cada tres días al faro que se ubica en la parte más alta de la isla.El burro, como atracción turística, existió a partir de 1957, cuando en la isla apenas existían unas cuantas chozas de palma y la cerveza era espesa y pura.

“En los sesentas se popularizó tanto la imagen del burro que hasta mandaron imprimir unos portarretratos de cartón con un dibujo del burro borracho con su eterna cerveza” recordó José Juan Gutierrez de 64 años de edad.“También hicieron muchas postales con la foto del burro que llevaba en el lomo un sarape y un sombrero de paja agujereado para que no le tapara las orejas”, abundó el empleado de un restaurante en Playa Larga.“Aquellos burros estaban amarrados y no hacían desfiguros como los de ahora, les daban de tomar hasta que se quedaban dormidos y ya no daban lata.“Nada más se revolcaban en la arena y estiraban las patas y cuello como descansando, como llenos de flojera. De vez en cuando les daba por relinchar y lo hacían fuerte hasta que les dábamos unos varazos para que se calmaran”, dijo el lugareño.Varias fueron las generaciones de estos burros que provocaron admiración y risas entre los visitantes que llegaban a la isla. José Juan explicó que es natural que a los burros les guste la cerveza porque está hecha de cebada y es el mismo pastito que ellos comen.

Travesía para encontrar un burro

Como ya no estaba en su lugar acostumbrado, Playa Larga al noreste de la isla, el mesero Francisco Gómez informó que ahora los únicos que tienen burros son los fareros, las personas encargadas del mantenimiento del faro.¿Y por dónde se sube al faro?, escuchó la pregunta el mesero de unos 50 años de edad, antes de responder sonrió levemente para decir “hay que caminar kilómetro y medio por esa pendiente, son como 500 escalones.“Al encargado del faro le dicen el Venadito pero anda para allá, creo que anda comiendo por el lado de las piedras”, al voltear la mirada hacia donde apuntaba Francisco, se vislumbraba una playa muy concurrida y más allá un montículo de piedras y sobre éstas, una choza con mesitas de madera.Ahora la premisa era encontrar al Venadito, así que hubo que emprender la marcha para buscar el restaurante donde supuestamente estaría el personaje. Al llegar se supo que el venadito había tomado la lancha de las 11:30 y había regresado a Acapulco porque era su día de descanso.

La búsqueda del burro en el faro

Sin embargo lo importante era encontrar al burro y con la esperanza de encontrarlo pastando se compraron tres cervezas, para en caso de verlo por ahí saciar su sed.Al ascender al faro se admira la exuberante vegetación de la isla tropical árboles; de amates, ceibas, mangos, huamúchiles y palo negro, aves exóticas como pericos, cola azul, jilgueros, palomas y gaviotas se observar a lo largo del trayecto. También es fácil encontrarse con perros xoloescuintles, de esos pelones, del tiempo de los aztecas.Para vislumbrar la punta del faro, se requiere aproximadamente de una hora, el faro está resguardado por un destacamento de ocho miembros de la marina, dos de ellos hacen guardia y el resto hace labores propias de un cuartel; apuntan en la bitácora, limpian sus armas y mantienen orden el lugar.Tres burros jugueteaban o mordisqueaban algo en el patio del cuartel. Uno de los marinosde los que custodian el faro informó que los burros son utilizados solamente para subir galones de diesel al faro, además de garrafones de agua potable, que traen desde Acapulco porque ahí no tienen.Los burros vieron con avidez la única cerveza que quedaba, uno de los marinos se ofreció a dársela a Jumencio, el burro de mayor edad.“Estos burros tienen que estar aquí encerrados porque cuando los ponían muy borrachos allá abajo en la playa hacían muchas maldades, ya luego nos impusieron la consigna por de cuidarlos y utilizarlos.“Los turistas por diversión les daban la cerveza que a ellos les encanta porque es como darles un caramelo por la cebada que contiene. Lo malo era cuando les hacía efecto, les daba hambre y tiraban mesas para comerse lo que ahí había. Muchos turistas se fueron asustados por culpa de Jumencio y su compañera.“Ahora tienen que estar encerrados y ya casi no toman cerveza, ‘ora si que los estamos rehabilitando para que sean burros de bien”, dijo entre risas el marino.

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