Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Héctor Manuel Popoca Boone

El vicio de la lectura

 (Segunda y última parte)

Recomendable a todas luces es el libro de Mónica Lavín: Leo, luego escribo, ideas para disfrutar la lectura. Editorial Lectorum, del cual prosigo transcribiendo y recreando algunas de sus excelentes reflexiones.

Mónica nos dice que leer y escribir en última instancia son actos de rebeldía, porque no estamos conformes con esta única oportunidad de vida que tenemos. La insatisfacción es, a final de cuentas, lo que mueve al mundo; lo que lo tiene en vilo. Un mundo que siempre necesitará ser mejor.

La buena lectura es un proceso de autoencantamiento y de seducción si es que el contenido de la página escrita nos subyuga y atrapa. Con ella, ensanchamos nuestro limitado universo y constreñida percepción que la cotidiana vida nuestra nos ofrece. Conocemos, confrontamos y aceptamos puntos de vista distintos, comprendemos y entendemos más la condición humana y su comportamiento ante diversos desafíos y circunstancias, entendemos mejor las diversas aristas de la materia viviente y fascinante que somos los humanos.

Por eso la lectura nos hace ser más tolerantes, en un mundo necesitado de mucha tolerancia, en donde escasea la comprensión y entendimiento mutuo.

La lectura también tiene que ver con la libertad del individuo; no en balde podemos elegir el objeto de lectura. Aunque no siempre, porque la historia del hombre contiene de vez en vez, o mejor dicho casi permanentemente, los impedimentos para que se lean ciertas cosas como son las ideas que disienten de las ya establecidas, las que contienen gérmenes de descontento, las que presentan realidades alternas, mundos más amplios, las que incitan al debate o a la polémica, en el extremo han llegado a censurar las que nos proporcionan alegría  o nos provocan una sonrisa o rubor.

Vargas Llosa afirma que nada como leer novelas para formar ciudadanos críticos e independientes, difíciles de manipular, en permanente movilización espiritual y con una imaginación siempre en ascuas.

Por eso, hay que estar leyendo constantemente para mantener siempre nuestra zarza personal ardiendo. Si bien es importante desarrollar el hábito de leer; lo es más tener conciencia de cómo leer. El arte de la seducción está presente en la lectura. Cuando la palabra escrita conmueve, estamos en presencia de la literatura; de la palabra o idea escrita que trasciende. El poder de un texto a veces es inconmensurable. Una simple narración nos puede llevar a reflexionar que no hay una verdad absoluta sino una vasta variedad de verdades relativas.

El vicio de la lectura no se acabará mientras el hombre no termine de hacerse preguntas y de buscar respuestas. El lector es un sediento permanente, agradecido de aquellas lecturas que colman sus expectativas, incluso que las rebasan y de las recomendaciones que lo acercan a otros libros y autores. La lectura es una experiencia compatible; socializarla es obligación de nosotros, los adictos.

Un libro no leído es una ventura que nos perdemos de vivirla o una oportunidad de ensanchar y hacer crecer nuestra visión de las cosas. Mediante la lectura nos posibilitamos a vivir otras vidas ajenas a las nuestras. Los libros nos dan el privilegio de reencarnarnos en los personajes que siempre hemos querido ser y de conocer, las entrañas de aquellos que siempre hemos aborrecido. Podemos enamorar a Cleopatra, ser cómplices de Nerón o mariscales de Napoleón.

También el libro nos posibilita transportarnos más allá del sillón, pupitre o porcelana donde estemos sentados y ubicarnos casi en el paraíso, casi en el infierno; en la gloria o en la desgracia; en un trono o en una celda; solos o en una isla o rodeados de cortesanos en el palacio de Versalles.

El libro necesita del lector para estar vivo. Don Quijote, de Cervantes; Madame Bovary, de Flaubert; Hamlet, de Shakespeare; El Santo Evangelio,  de San Marcos o el Contrato Social, de Rosseau no tendría vida eterna si no tuviera lectores permanentes, recurrentes y renovados. No sólo nosotros necesitamos del libro para ensanchar nuestra existencia limitada. El libro necesita de nuestra presencia y de nuestra actividad lectora, de nuestra avidez por conocer o al menos curiosear y por supuesto de nuestra recomendación y difusión, para estar vigente. El ser lector también nos proporciona el privilegio de otorgar inmortalidad.

La asiduidad en la lectura nos permite aprender a leer entre líneas y a tener lecturas múltiples; a descubrir lo que no se dice explícitamente, pero que únicamente podemos descifrarlo por lo que está escrito o expresado. No por gratis nuestros políticos recurren con frecuencia a la criptografía. La relectura, de igual forma, puede ser una delicia si el texto no es efímero al ofrecernos siempre ángulos distintos, posibilidades inmensas y sensaciones diversas.

Hay que saber escuchar leyendo. La lectura tiene música, ritmo, cadencia, sonido en el silencio, provoca emociones y desata pasiones. La escritura le da vida al papel y nos proporciona personajes y situaciones entrañables o detestables, pero todo ellos imborrables. Leer es también horadar nuestra memoria y conquistar en ella un espacio para el espectáculo de la vida intensa, donde la ilusión es realidad y viceversa.

Finalmente, la costumbre de leer nos lleva de la mano al hedonismo libresco y después ineludiblemente, a tenerle amor a las letras.

PD. Breve cuento modificado de Tito Monterroso: Cuando desperté, la burocracia todavía estaba allí.

468 ad