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Héctor Manuel Popoca Boone

Ética en la democracia

 Los procesos democráticos cuando no se encuadran dentro de un comportamiento ético terminan por pervertirse; degradando a su vez a los propios protagonistas. Lo mismo puede decirse del ejercicio del poder democrático.

Este último deriva en farsa dictatorial o en el enquistamiento en el poder de una persona o una camarilla, más allá del sentir popular y del tiempo que marcan las reglas del juego pactadas por todos. Suele suceder que algunos seudodemócratas de antaño se convierten en facciosos de hogaño y, con tal de no desprenderse del poder, transforman a la democracia y a sus procesos en farsa y pantomima.

Transfigurada y convertida en una mascarada, la democracia es forzada para que el cinismo, la corrupción, la hipocresía, la falta de escrúpulos y la simulación sienten sus reales en su seno, como virtudes y destrezas a practicar y emular, en un contexto de impunidad. Recordemos que Porfirio Díaz permaneció en el poder treinta años mediante reiterados retorcimientos y disimulaciones democráticas. De nuevo la historia, como referencia obligada para el presente y futuro.

Hemos dicho y lo seguiremos reiterando, que el envilecimiento de la democracia, así como la corrupción y la simulación, no tienen su paternidad ni son privativas de un partido político o ideología en lo particular; es parte de la condición humana y su génesis y desarrollo está, con el paso del tiempo, en quienes detentan poder político y económico, llámense como se llamen y pregonen lo que pregonen.

No entrar en conciencia de ello es engañarnos y seguir engañando al pueblo con muy altos costos sociales a la larga. Interesadamente, los del poder siempre quieren que los demás permanezcan en tal ignorancia crasa. Tenemos varios ejemplos en la historia universal, de quienes accedieron al poder a través de la democracia, para luego conservarse prolongadamente en el mismo, torciendo y tronchando los procesos democráticos y el ejercicio del poder democrático de tal forma que nadie pudiera disputárselos o quitárselos. El riesgo permanece latente o es mayor cuando la cultura y la praxis de la democracia es demasiado laxa y débil. El huevo de la serpiente está ahí, esperando cualquier incubadora.

Sin código de ética, en la democracia se abren las puertas para que todo tipo de artimañas y artilugios inescrupulosos, sean válidos para alcanzar los fines codiciados. De esta manera vemos cómo los votos son comprados, coaccionados, coptados o inventados; mediante fraudes, dádivas, dinero o amedrentamiento. Se tuerce así la libre manifestación o expresión individual de los votantes atentando contra su dignidad y sus derechos; se desbroza el camino para dar paso a toda clase de chapucerías y argucias perversas, para ensuciar y alterar los procesos, así como los contenidos y resultados que arrojan las urnas.

Como producto humano, la democracia es imperfecta y falible; pero lo es más, cuando no asumimos, en su totalidad, las obligaciones para con ella y conculcamos los derechos democráticos de todos. Al final, en una democracia envilecida, las victorias que se obtienen son pírricas y las derrotas son globales.

El desaseo provoca, irremediablemente inconformidad e insatisfacción de los contendientes que no ganaron y en buena parte de los votantes. No hay acatamiento ni reconocimiento de los resultados y por tanto todos salen perdiendo. No hay legitimidad ni autoridad moral en los triunfadores. No hay lugar por una normalidad en la gobernabilidad y se entra en el interregno de la inestabilidad y la zozobra, dando pie, lo que es peor, a las negociaciones en lo oscurito y a las transas de todo tipo. No hay salidas dignas ni decorosas. Predominan el oportunismo vil. Pierde la democracia y por ende perdemos todos.

Por otra parte, el acceso al poder mediante procesos democráticos viciados, permite que el ejercicio posterior del poder, no se oriente al servicio de las mayorías o a la persecución del bien común, como lo marcan la ética y los principios democráticos.

El poder, por tanto, es fácilmente canalizado al usufructo y al servicio de camarillas o grupos facciosos y los recursos económicos públicos que administran para la atención de la colectividad, los ponen a disposición de sus intereses y negocios particulares o de grupo. Pasado el tiempo, estas camarillas no estarán en disposición de entregar el poder a quien resulte mayoritario en un proceso democrático limpio; sino que lo tratarán de entregar a uno de los suyos, incondicional y manipulable, que mantenga el poder al servicio de intereses inconfesables y preserve el encubrimiento y la ocultación de ilícitos a costa de pervertir la democracia. De esta forma el círculo perverso y vicioso queda prácticamente cerrado.

La cultura democrática empieza con hacer vigente en todos y en cada uno de nosotros las normas éticas que le dan esencia y trascendencia. De no hacerlo así, estaremos siempre en presencia de prácticas democratoides y no del real ejercicio democrático. Lo primero conlleva a la degradación y finalmente al colapso, lo segundo a la superación y a la exaltación de la dignidad individual y colectiva.

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