Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jeremías Marquines

APUNTES DE UN VIEJO LEPERO

* Las revelaciones de Quico

 Quico es uno más de los atractivos que tiene Acapulco. Vive allá por el Barrio del Tanque, allí por donde está el bache histórico de la calle Margarita Maza de Juárez: un hoyanco que nunca fue reparado ni por El Chuky ni por el Zeferino, pese a que por allí pasaron innumerables veces. También por allí han pasado haciendo campañita López Alberto, Escalona Rodríguez, Walton Luis, Mojica Alberto y Alvarez Carlos, pero de todos modos el hoyanco siempre los recibe gustoso y Quico sólo observa. Pero no es de eso de los que les voy a platicar.

Quico es uno de esos extremismos muy de guerrerenses; una mala planeación genética, una vacilada de la vida, la justificación de la enamorada anarquía que ama como una madre demente. Pero bueno, ya estamos llegando al asunto. Quico como ya les dije, vive allá arriba donde asaltan a cualquier hora del día y los chamacos fuman mota en las escaleras de los andadores, casi siempre llenos de mierda de perro y donde la basura nunca se va a la basura.

Quico, como toda cosa que se precie, no es algo que se puede encontrar rápidamente, su madre nunca lo deja salir de día para que nadie pueda verlo con detallada precisión. Quico está todas las noches en el portal oscuro de su casa meciéndose en una hamaca deshilachada, su cabezota enorme, propia de los hidrocefálicos, le ayuda a balancearse. Tiene hundida una parte de la cabeza, los ojos chiquititos como una brasa de cigarro y sus orejas enormes le caen como plomadas a ambos lados de su cara negra cenicienta como el alma del diablo. Sí, es obeso y su cuerpo se desparrama en espirales infinitos de grasa amarillenta donde sus brazos minúsculos parecen pinzas de cangrejo ermitaño. La baba le cae espontánea y constantemente del labio inferior, pero él no puede o no quiere retenerla.

Pero Quico, así como se ve, es una especie de adivinador, un brujo de la tribu. Muchos llegan en la penumbra a preguntarle por los más diversos y extraordinarios asuntos. Las viejas más chismosas del barrio dicen que hasta aspirantes a alcalde han llegado a consultarle últimamente. Quico se queda mirando fijamente la nada y ahí es el momento preciso para lanzarle la pregunta. Pero la respuesta no es fácil, siempre tiene un ángulo de enigma, de parábola y aunque parece no tener nada que ver con lo preguntado, ése es el secreto: uno debe hallar la analogía, interpretar los signos. Cuando Quico responde, su voz adquiere tonalidades legendarias, tiene un timbre de soprano, un matiz de afeminado o de andrógino, algo así.

Así, pues, antes de escribir esta columna fui a consultar a Quico. Aguardé en las sombras hasta que su madre lo puso en la hamaca como un ídolo antiguo y esperé a que la nada viniera a posarse en sus ojos. Entonces le solté la pregunta:

–¿Quico va a ganar el PRD en Acapulco? Quiero que se den cuenta de la profundidad de la pregunta, de la orografía de la interrogante. Entonces la respuesta, la revelación, lo esperado por meses estaba contenido en estas palabras: “No estoy loco, sólo soy buena gente”. Se dan cuenta, esas palabras resumen todo, pulverizan las ambiciones y los dolores de un parto de alto riesgo.

Pero no contento le arrimé otra pregunta:

–¿Quico es cierto que el gobernador va a invertir más en cultura y arte como lo anuncia en sus comerciales de televisión? Y la respuesta de Quico fue aún mucho más profunda, una verdadera ambrosía, un canto de ángeles: “No coma mierda”, dijo. Se dan cuenta, ¿acaso esa respuesta no sintetiza todas las aspiraciones, todas las preocupaciones de la cultura en Guerrero?

Pues bien, ya con esa claridad revelada por Quico me puse a escribir. Me entero que René Juárez anuncia en la televisión y sin ningún empacho que ahora sí, en este año, le invertirá todo a la cultura y al arte en Guerrero.

A lo mejor a lo que se refería el gobernador del “a toda madre”, era a ese tianguis rústico que inauguró el miércoles en el Palacio Legislativo de San Lázaro, a donde como siempre, llevaron cajitas de Olinalá, artesanías de plata, ollitas de barro, sombreros y acarrearon con la tal filarmónica que, como ya dije una vez, toca en cualquier inauguración de baño.

Ese montón de chucherías que el gobierno estatal exhibió en el DF, le sirvió de pretexto al senador Héctor Vicario para decir que la muestra “es una presentación de nuestra cultura, de nuestras costumbres”, que “los guerrerenses somos gente creativa” y que “no todo es violencia en Guerrero”.

Eso dijo el senador priísta al que sólo hasta ahora, en un acto eminentemente político, se le viene a escuchar la palabra cultura, y eso asociada y como pretexto para pedir más recursos federales para Guerrero donde el gobernador se niega a entregar los cuatro millones de pesos que le corresponden para que comiencen las actividades culturales del acuerdo que firmó y ha incumplido con el Conaculta.

Más dinero a un gobernador que desde que asumió ha omitido todo lo referente al desarrollo cultural del estado y de sus creadores, hablamos de los creadores jóvenes y no de esos vejestorios que sólo asisten a los actos oficiales a tomarse la foto con el Ejecutivo y que al mismo tiempo justifican las políticas del anacronismo y el chauvinismo cultural.

Eso no es todo, sumado a la negativa del gobernador para aportar los recursos y a su folclorismo cultural, está también la indecencia con la que se mueven los encargados del elefantón ese que llaman Instituto Guerrerense de la Cultura y que la danzarina Sonia Amelio utiliza como agencia de promoción para que el Conaculta le programe bailables en vetustas salas de la capital del país.

Pero no sólo la bailarina del IGC anda mal, también lo está el coordinador operativo del elefantón: el señor Hubert de la Vega Estrada. Fíjese usted, este amigo, aparte de ostentar un cargo de figurón en esa ruinosa dependencia, duplica funciones y se da su tiempo para encabezar la grilla priísta allá en Tixtla.

Como la cultura en el estado es una caquita de mosca en la que no vale la pena invertir y como don Hubert no tiene nada qué hacer en el IGC y como tampoco hay nada qué hacer allí, fue nombrado por el PRI delegado especial para el proceso interno de ese partido en la tierra de Vicente Guerrero.

Pero bueno, lo que aquí nos interesa es que mientras don Hubert anda metido en esos argüendes de priístas mafiosos, los asuntos culturales del estado están en el drenaje. Vea si no: hace unos días don José Agustín escribió aquí mismo, en El Sur, sobre el cierre de la Casa Guerrerense en el DF.

Dice Agustín que esta casa era un espacio abierto a la cultura para los guerrerenses radicados en el DF: organizaba ciclos de conferencia, debates, presentaciones de libros, exposiciones pictóricas y albergaba el Centro de Información y Documentación y Biblioteca Ignacio Manuel Altamirano, que tenía casi todos los libros de autores guerrerenses y documentación valiosa sobre el estado.

El autor guerrerense, que vive en Cuernavaca, dice que el gobierno estatal, al perder la casa tras un largo litigio con una empresa maderera, procedió al desalojó y tomó por asalto el inmueble con despliegue de violencia. Cincuenta hombres destruyeron las artesanías y corrieron a los artesanos que vivían en esa casa, encerraron a los empleados y se llevaron sin ningún cuidado los muebles, libros y documentos que trasladaron a la representación del gobierno estatal en la ciudad de México.

“Fue una mudanza bárbara y ultrajante”. Y al gobierno de Guerrero no le importó perder un espacio para la cultura que ya se había consolidado, afirma el escritor.

La denuncia valiente de José Agustín es muy válida, pero la verdad quién sabe a qué casa se refiere, porque la casa guerrerense que yo conocí, era un lugar mísero y misógino, una como casa de estudiantes donde sólo le daban alojamiento a muchachos, y a las mujeres las excluían, no les daban asilo porque “podían quedar embarazadas”, según decía el encargado. Es más, la directora no tenía sus oficinas en ese lugar, sino en el sitio de la representación del gobierno estatal en el DF. Era pues una casa de paso. Y las actividades culturales, si hubo alguna, fue sólo el día en que inauguraron el inmueble.

En este asunto coincido más con la opinión de Edgar Neri quien con más mordacidad y sentido crítico escribe que la tal casa “nunca logró interesar a los creadores ni se constituyó como una galería acreditada (…) Su programa de trabajo se alejó en la práctica de los principios que le dieron vida: difundir la cultura. (…) La casa Guerrerense no fue, en este tiempo, ni la gran pozolería ni el gran centro cultural”. Pero Neri también lamenta que: “Con la pérdida de la casa guerrerense hemos perdido algo más que dinero invertido, hemos perdido confianza y credibilidad”. Así las cosas en la cultura estatal, mientras tanto, el gobernador, los diputados, senadores, y demás anacrónicos personajes del priísmo local se sienten a toda madre inaugurando tianguis folcloristas en el DF. Tenía razón Quico, ¿o no?

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