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José Agustín

La Casa Guerrerense*

Con tristeza me enteré del fin de la Casa Guerrerense, que desempeñaba eficazmente varias funciones; era un espacio abierto a la cultura que organizaba ciclos de conferencias, debates, presentaciones de libros, exposiciones pictóricas y editaba materiales artísticos y literarios. También albergaba el Centro de Información y Documentación y Biblioteca Ignacio Manuel Altamirano, que tenía casi todos los libros de autores guerrerenses, así como documentación valiosa de todo tipo sobre Guerrero, esencial para los investigadores. La Casa se completaba con el restaurante Por los Caminos del Sur, que naturalmente se especializaba en buena comida guerrerense con su debido jueves pozolero, y la tienda Linaloe, que ofrecía muestras de la fina artesanía del estado, en especial, como indica el nombre, la de Olinalá (linaloe es el nombre de la madera aromática con que se elaboran los prodigiosos y afamados muebles del pueblo).

La Casa Guerrerense fue fundada hace cuatro años por el entonces gobernador Angel Aguirre Rivero, quien parecía muy entusiasmado, y desde entonces fue dirigida por Patricia Gómez Maganda, quien a su vez le echó todas las ganas. Se hallaba ubicada en la colonia Narvarte, en un inmueble espacioso e iluminado que el gobierno guerrerense compró para una industria, Infogro Aserraderos, que después disolvió Rubén Figueroa fils.

Fue una insensatez instalar la Casa Guerrerense en ese sitio porque el inmueble se hallaba en litigio. Cuando aún operaba la empresa, uno de sus tractores, con valor de 150 mil pesos, se desbarrancó, y el gobierno guerrerense irresponsablemente se negó a pagarlo. Infogro presentó una demanda, la ganó y como pago le dieron nada menos que la propiedad de Narvarte, la cual había sido su sede, pero que para entonces ya estaba en plena actividad como la Casa Guerrerense.

De entrada se puede apreciar la insólita desmesura de pagar un tractor con una casa. Cómo ocurrió esto es un misterio, pero el poder que lo hizo posible no ha dejado de operar desde entonces, pues se trataba de apropiarse del inmueble a como diera lugar, aunque se perdiese un espacio para la cultura y la difusión de lo mejor del estado de Guerrero.

El caso es que a partir de entonces el estado no pudo, o no quiso, recuperar la casa. El siguiente gobernador, René Juárez, entabló un nuevo pleito legal pero también lo perdió, es posible que deliberadamente, pues el jurídico estatal no hizo gran esfuerzo por ganar el caso. Como era de esperarse, también le fue denegado el amparo que se presentó. Todo esto se llevó varios años.

La directora de la Casa Guerrerense era consciente de la situación, pero confiaba en que el gobierno conservaría la propiedad que había comprado y remodelado, y que tan buena imagen le daba con sus funciones culturales y como centro de convivencia de los guerrerenses en el Distrito Federal. Pero empezó a preocuparse en serio cuando Miguel Angel García, el dueño de Infogro, un día fue a verla y sin más le dijo que él era el dueño de esa propiedad, lo cual, a su vez, le fue corroborado como lo más normal del mundo por el gobierno del estado. Gómez Maganda luchó por la Casa y logró que el gobernador ordenara que se pagara la deuda, que de 150 mil pesos había engordado a siete millones y medio. Pero la Secretaría de Finanzas tardó dos años en hacerlo y para entonces el acreedor no quiso cobrar.

Hace unos días ocurrió el desenlace de esta historia kafkianamente mexicana que apesta a corrupción y que ilustra una más el valor que tiene la cultura en estos tiempos. El gobierno guerrerense mismo procedió al desalojo y tomó por asalto la casa con despliegue de violencia. Cincuenta hombres destruyeron las artesanías y corrieron a los artesanos que vivían en la casa; encerraron a los empleados y se llevaron sin ningún cuidado los muebles, libros y documentos para trasladarlos a las instalaciones de la representación del estado de Guerrero en la ciudad de México. Fue una “mudanza” bárbara y ultrajante. A los empleados se les despidió fríamente con la promesa de que serían reubicados y al gobierno del estado de Guerrero, con esta turbia “privatización”, no le importó perder un espacio para la cultura que ya había logrado consolidarse.

 

*A partir de esta colaboración el escritor acapulqueño José Agustín regresa a las páginas de El Sur con su mordaz y alivianado estilo.

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