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Armando Escobar Zavala

Utopía

A casi 200 años de que José María Morelos y Pavón redactara su notable manifiesto Los Sentimientos de la Nación y anunciara leyes para moderar opulencia e indigencia y proscribir así la desigualdad, aquel propósito en Guerrero, sigue siendo una utopía.

La pobreza en estas tierras del sur ha sido la gran tragedia que explica la lógica de la violencia y de la inestabilidad política. Los resultados de los gobiernos han sido devastadores, sobre todo, en redistribución del ingreso y en materia de seguridad pública, en donde no se garantiza nada a nadie. La deuda social pesa sobre tantos proyectos fallidos y ocurrencias gubernamentales que sólo han acentuado la exclusión como una losa funeraria.

Lo que hace falta es un desarrollo sustentable, construido desde abajo, con la participación efectiva de la gente, y que se proponga incluir a todos en sus beneficios. Y un desarrollo de esa naturaleza no podrá hacerse mientras no se reconcilie el gobierno con la sociedad.

Se habla cada sexenio del imperativo de combatir la pobreza y por sus resultados pero sólo encontramos parches fragmentarios, selectivos y dispersos que no tocan las causas estructurales de nuestro atraso. En Guerrero no podemos darnos el lujo de seguir explicando la pobreza por el determinismo histórico, renunciando a la imaginación y la inteligencia que debiera orientar una gobernabilidad democrática.

La enorme asimetría de nuestra economía ha multiplicado las desigualdades, en el que la única legalidad es la ley de la selva.

Habrá que insistir en que la reflexión prevalezca sobre los intereses y los dogmas y descubrir alternativas reales de progreso. Sólo con imaginación y arraigo en la realidad podemos movilizar y encontrar pequeñas soluciones locales. Reconstruir esa trama es el compromiso que debe tener el Estado con sus miles de pobres y con los que migran, transitoria o permanentemente a las ciudades o al extranjero. Un desarrollo modesto, a la medida de la gente, que vuelva accesible un bienestar frugal, pero decoroso, respondería a ese otro sueño de los guerrerenses, siempre incumplido. Hay que dejar de vender ilusiones y obras faraónicas que a pocos benefician.

Lo que Amartya Sen dice al respecto es que hay que mirar a los valores y las aspiraciones de los ciudadanos para determinar qué realizaciones incluir. Habrá que tener también en cuenta, agrega, cuánto valor le dan y cómo ordenan esas realizaciones consensuales. Las aspiraciones de las personas no sólo son importantes para los juicios sociales por razones de teoría ética o política, son importantes porque nos indican los criterios por los que las personas han elegido un cierto grupo de obras o realizaciones y la libertad que han tenido para elegirlas. Después de todo, el fin de la justicia social es lograr una estructura de libertades iguales para todos que favorezca, máximamente, a los peor situados en esa pirámide social.

La necesidad de reconciliar los tiempos de Guerrero en un proyecto más coherente con el estado real, es la tarea inmediata. No basta que el gobernante en turno se sienta “a toda madre”. Hay que rescatar, para un pacto social renovado, el espíritu del proyecto original que formuló Morelos: el gobierno como servicio y la moderación de la opulencia y la miseria. Habrá que romper esa inveterada inercia autoritaria que se ha forjado en nuestra clase gobernante.

Si de reconciliaciones hablamos, también habría que reconciliar los vínculos solidarios del pueblo con su gobernante, redefinir en el gobernante su concepción de autoridad como servicio, como una responsabilidad que le obliga a rendir cuentas públicas. Sólo el respeto a los ciudadanos y la verdadera democracia resanarán la fractura que ha fisurado a los guerrerenses.

 

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