Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jeremías Marquines

APUNTES DE UN VIEJO LEPERO

 * Apatía

 Aparte de la falta de principios, el otro problema de las sociedades actuales es la apatía, entendida ésta como el desinterés con que se aceptan las imposiciones del mundo y donde las convicciones humanas se van quedando cada vez más solas en medio de todas las gentes.

La apatía es una sensación de aburrimiento en todos los sentidos, generada en parte por una absoluta pérdida de confianza y de fe en las acciones humanas y sus instituciones, pero también, la apatía es la resultante de esos estados depresivos (como la melancolía finisecular), hechos moda durante la última década del siglo pasado.

Comúnmente se entiende la apatía como sensación de pereza –no es pereza– que impide realizar cualquier labor física o intelectual, es una falta de vigor y también un desinterés por el medio que rodea al apático o apática, para el caso es lo mismo: una flojedad, una sensación general de aburrimiento.

La apatía es un estado de ánimo, y como todos los estados de ánimo depresivos también está referida a la pérdida de los estímulos vivíficos. En nuestra sociedad la apatía se entiende como el cansancio generado por la circunferencia precisa y monótono de la cotidianeidad que redondea perfectamente las vidas de hombres y mujeres. La cotidianeidad es una burbuja tan transparente que da la sensación de absoluta y placentera libertad, pero el guardián de esa perfecta cotidianeidad es la apatía.

Es tan exacta esta habitualidad –esta burbuja– que intentar apartarse de ella genera angustia y apatía. Hay una complicidad enfermiza entre el ser humano y su apatía: uno no puede vivir sin el otro. El apático se sabe, se reconoce hastiado de su cotidianeidad y acusa cansancio de girar siempre la rueda conocida de su rutina; de su estado existencial y vivífico. Y aunque el apático desea otra cosa distinta a lo que tiene, no desea ser él quien altere el tabú doctrinario de los convencionalismo rutinarios, es más, finge no tener fuerza y no quiere pensar en algo más allá de lo que diariamente recibe digerido de distintas formas: desde alimentos hasta libros e ideas.

El apático es un egoísta supremo, no se arriesga nunca por nada ni por nadie, no tiene principios fuera de su apatía y nunca reconoce errores. Para evitarse fatigas intelectuales mejor culpa de los suyos a otras personas y cuando ya no tiene más defensas apáticas, reacciona con virulencia y autoritarismo. Pero esto último es muy raro, el apático casi siempre está de ningún lado y cuando está se adhiere del lado de los que tienen el poder, es sumiso, acepta y justifica cualquier imposición para evitarse problemas o para evitarse compromisos que no sean los suyos propios.

El apático es el mejor aliado de regímenes autoritaristas y de gobiernos corruptos, porque el apático nunca se interesa por cosas y problemas que no sean los que inmediatamente le son íntimos. El apático sólo acusa conciencia colectiva cuando sus intereses particulares están siendo afectados. El apático normalmente finge que le interesan los asuntos colectivos sólo para saber en qué le pueden afectar y cómo debe moverse para resguardar sus intereses. El apático no tiene conciencia social; más bien es un carroñero de esa conciencia, por eso es normal ver que los delatores o los traidores de los movimientos sociales son comúnmente seres apáticos.

La apatía genera una sensación de que las cosas como están son mejor así que intentar cambiarlas. El estado de ánimo apático nos dice que intentar cambiar las cosas del mundo requiere mucho esfuerzo y deja pocos beneficios; de ahí que el apático prefiera no arriesgar ningún esfuerzo ni mental ni físico, deja que sean otros los que se arriesguen y gasten sus fuerzas, “al final algún beneficio obtendremos de ese esfuerzo colectivo”, recomiendan los apáticos.

La apatía, así entendida, genera indiferencia, falta de sensibilidad y pérdida total de convicciones y principios. La apatía envilece al ser humano, hombre o mujer –no importa el orden, para la apatía ambos son iguales–, la apatía precede siempre al atraso y a la decadencia y abre el camino y permite la entronización y continuidad de formas de gobierno caciquiles y corruptos. Los 70 años que la dictadura del PRI abusó de nuestro país no se pueden entender sin la ayuda del poderoso espíritu apático de los mexicanos.

Del mismo modo ocurre hoy en Guerrero, el poderoso espíritu apático de los guerrerenses ha permitido que como forma de gobierno tengan el cinismo y la mentira, la corrupción y los abusos a los derechos humanos, el crimen y el narcotráfico, así como una universidad sumida en la mediocridad y asaltada por una horda rufianesca.

Así pues, es inaudito el cinismo y la apatía de la sociedad guerrerense que ve pasar –impávida– frente a sus narices, actos infames que de bochornosos avergüenzan.

Ahí están sino, las declaraciones del gobernador que gasta miles de pesos para asegurar que en el estado todo está en paz mientras casi a diario aparece gente ajusticiada y osamentas semienterradas. Dice que todo está en paz mientras acribillan a un empresario que denunció a jueces corruptos que liberan a secuestradores; todo está en paz pero el Ejecutivo estatal y tiene que protegerse con más de cien policías; todo está en paz mientras el Ejército viola mujeres y detiene arbitrariamente a campesinos indígenas en La Montaña, si esta es la paz de Guerrero, ¿entonces cómo es cuando el estado no está en paz?

La afirmación de que todo está en paz avergüenza, no tanto por lo que signifique en sí, es decir, una mentira, sino porque la sociedad se queda apática ante tanto cinismo.

Vaya, es tanto el cinismo que sin la menor sensibilidad y sin el menor respeto por los guerrerenses, el gobernador se dice continuador de la obra corrupta del chacal Figueroa y del otro cacique, el tal Angel Aguirre. Y no contento, todavía los lleva al Congreso como testigos de “honor” de la entrega de su informe, mientras  los diputados de oposición, los perredistas, esos que casi todos se han tomado la foto con el gobernador, apenas balbucean tibias y gastadas frases acompañadas de un vergonzoso reproche porque no fueron invitados a la fiesta de los caciques que ahora, según el gobernador, se sienten “a todisísima madre”. Esto es lo que yo llamo apatía y cinismo.

¿Y qué otro ejemplo hay? Pues hay muchos más, está el caso de la cultura, desde hace casi dos años se viene insistiendo en este espacio sobre los recursos que el gobierno estatal tiene como obligación aportar para las actividades de desarrollo cultural en el estado. Hace poco la directora del IGC, la danzarina Sonia Amelio, repitió lo del año pasado: que el gobernador no ha entregado la parte de los recursos que le corresponden para las acciones de cultura, exactamente cuatro millones de pesos.

Pero esto no es lo grave, lo peor es que a pesar de que la danzarina Amelio aseguró que René Juárez no quiere entregar la parte de recursos comprometidos en el convenio que firmó con el Conaculta en diciembre pasado, también diga que el gobernador está muy interesado en apoyar el desarrollo cultural del estado. No obstante, lo más grave tampoco es eso, lo más grave es que los apáticos y comodinos cultureros (entiéndase como diletantes) locales hagan como que nada de eso existe, como que todo les es ajeno, como que eso tienen que atenderlo otras personas, quién sabe quién pero ellos no.

Ellos (los cultureros), sólo darán indicios de vida cuando las cosas estén consumadas, cuando sólo haya que ir a tomarse la foto justificatoria y recibir los supuestos beneficios, cuando ya no corran el riesgo de ser tomados como inconformes permanentes, o como resentidos. Mientras tanto, ahí seguirán como todo lo demás de la sociedad, conservándose en su estado apático y justificando concientemente los abusos. Ahí queda eso pues.

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