Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Edgar Neri Quevedo

REGISTRO DE CONTRIBUYENTES

Duelo por la Casa Guerrerense

 Hay espacios culturales que nunca nacieron, que nunca la luz del sol les dio de frente, y el día que desaparecen, nadie se preocupa por su ausencia, ni la advierte. Esta palabras resultan duras, pero son perfectamente merecidas por la Casa Guerrerense, aquel espacio cultural inaugurado en febrero de 1998 por el entonces gobernador, Angel Heladio Aguirre Rivero.

No es para menos, hace aproximadamente un mes que la Casa Guerrerense fue desalojada, y ni los creadores ni los miembros de las organizaciones de guerrerenses radicados en el Distrito Federal parecen preocuparse por el fin de la que fuera una importante inversión del gobierno aguirrista.

Recuerdo que allá por 1997, en el primer trimestre de ese año, me invitaron a conocer el proyecto, junto con algunos líderes de las organizaciones de guerrerenses. Recuerdo las expresiones de uno de ellos: ¡Es inaceptable, no podemos tolerar esta burla, hablaré con el gobernador, es ridículo un salón de fiestas para menos de quinientas personas! ¡Necesitamos un salón para diez mil gentes!

Así, la Casa Guerrerense fue concebida como un espacio destinado a la difusión cultural, al tiempo que requerido como un gran salón de fiestas, una pozolería de extraordinarias dimensiones. Un largo anhelo, contar con un centro cultural donde se impartan cursos de costura y tarjetería española: decían los nostálgicos.

¡Ya no rentaremos salones para nuestros bailes, compañeros!, ¡los guerrerenses tendremos dónde reunirnos!, se escuchaba con frecuencia en la sala de espera del primer piso de la representación del Gobierno del Estado en el Distrito Federal, en Polanco.

Y lo que siguió fue un viacrucis para el edificio ubicado en Eugenia y Mitla, en la colonia Narvarte. Tras numerosas protestas y visitas de inspección de algunos líderes de las asociaciones del mezcal y el pozole en tierras chilangas, la inauguración se pospuso hasta el mes de febrero de 1998.

Dos sucesos en la ceremonia inaugural marcaron el rumbo de la Casa Guerrerense. Primero, la presentación de la Orquesta Filarmónica de Acapulco en el salón La Maraka, ante un público que rugía por el mezcal y el pozole. Segundo, la descortesía con el ya para entonces Premio Nacional de Ciencias y Artes, Juan Reynoso, al programar su presentación durante la comida, sin que ningún funcionario, mucho menos el propio gobernador, se molestara en presentarlo y felicitarlo por recibir tan merecido reconocimiento. Sigo creyendo que no había alguien que tuviera una idea, vaga siquiera, de quién se trataba.

De entonces a la fecha, la Casa Guerrerense siguió dando traspiés. Con algunas actividades sobresalientes, aunque fueron las menos, no se logró interesar a los creadores ni se constituyó una galería acreditada. En este espacio se presentó obra en de algunos buenos pintores, también los menos, y obra de otros pintores cuyo mérito creativo es ser paisanos del ex gobernador Aguirre.

Por otra parte, las organizaciones de guerrerenses vieron siempre con desilusión e inconformidad sus instalaciones, apenas suficientes, según ellas, para realizar sus asambleas y reuniones de trabajo.

La Casa Guerrerense se convirtió en un proyecto indefendible, cuestionado y poco eficaz. Su programa de trabajo se alejó en la práctica de los principios que le dieron vida: difundir la cultura. Un centro cultural compitió con un centro social, y ninguno triunfó finalmente.

Ahora las asociaciones retomarán su demanda de contar con un centro social para sus fiestas, y nadie demandará un centro cultural para difundir la cultura guerrerense.

Hoy que ha sido desalojada, los creadores prefieren dejar morir en paz a la Casa Guerrerense, ignorarla como ella los ignoró. Las asociaciones de paisanos prefieren que muera también, para seguir exigiendo un salón con capacidad, ahora, de veinte mil nuevas personas.

¡La inflación, señor, la inflación, esta petición es de hace cinco años y la población ha crecido!, parece que lo escucho de alguno de esos peculiares líderes que colman estas organizaciones.

Lo que desconcierta es que durante estos cuatro años la Casa Guerrerense recibió intensos proyectos culturales, propuestas y adhesiones de personas realmente interesadas en la cultura de nuestro estado. ¿Qué pasó con todo esto?, ¿se consideraron?, creo que no.

Sin embargo, la pregunta queda y la respuesta la saben muy pocos, solamente aquellos que contribuyeron a que la Casa Guerrerense fuese tan poco respaldada. La responsabilidad es de todos, incluso de aquel paisano que, motivado por un mezcal, al borde del llanto, gritó durante la comida ofrecida en la inauguración: ¡Viva Guerrero cultural!

¿Opinará lo mismo? Seguramente no sabe que con la pérdida de la Casa Guerrerense hemos perdido algo más que el dinero invertido, hemos perdido confianza y credibilidad.

Una vez más los guerrerenses hemos dado cuenta de nuestra peculiar forma de organizarnos, hemos dado cuenta que simplemente no se nos da la administración cultural y mucho menos el establecimiento de una política cultural, y me refiero también a los refuerzos importados, que están como siempre, para llorar, juegan a no saber jugar.

Ni modo, sirva la Semana Santa y la de Pascua para llorar por todo ello. Por lo pronto, debo reconocer que no se equivocó mi amigo Jaime Castrejón Diez cuando me dijo hace más de cuatro años que el proyecto iba a fracasar.

La Casa Guerrerense no fue, en este tiempo, ni la gran pozolería ni el gran centro cultural. Afortunada y desgraciadamente. Ni lo uno ni lo otro.

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