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Jorge Salvador Aguilar

La era de Fox y la renovación de las elites

 (Segunda y última parte)*

El próximo domingo los perredistas de Guerrero, de la misma manera que los de todo el país, elegirán a sus dirigentes estatales y municipales, para poner a tiempo el reloj de este partido con el de la sociedad guerrerense. De la forma en que esta organización resuelva su cambio de dirigencia dependerá su futuro  político y, por el peso electoral que tiene el perredismo en Guerrero, el futuro mismo del estado.

Cuatro han sido los rasgos que han caracterizado al PRD guerrerense en esta primera etapa de su vida: su profundo arraigo en amplios sectores populares de la sociedad suriana; la intensa disputa entre sus corrientes; el bajo nivel político de sus cuadros medios y de base; y el claro predominio del liderazgo de Félix Salgado Macedonio, de tal manera que, a riesgo de disgustar a sus críticos, me atrevo a afirmar que esta fase del perredismo guerrerense podría pasar a la historia como la década de Félix.

Muchas veces me he preguntado y he preguntado a informados analistas políticos ¿por qué un personaje como Salgado Macedonio, con poca experiencia política previa, con escasa formación teórica, y con un estilo tan heterodoxo, logró imponerse a cuadros de sólida preparación teórica como Rosalío Wences Reza y Pablo Sandoval o de larga experiencia como Saúl López Sollano y Guillermo Sánches Nava? Por su audacia, han contestado unos; por la forma excelente en que maneja los medios, han respondido otros; por su capacidad para seducir a las masas, afirman muchos.

La verdad es que es una mezcla de todo lo anterior, pero la fundamental es su capacidad para manejar las motivaciones más profundas de los sectores pobres de la sociedad guerrerense. Desde la defensa de su triunfo en 1988, vaciando los costales con boletas quemadas en plena Cámara de Diputados, hasta su conversión en efímero actor, Félix ha sabido manejarse con los desplantes que le gustan a un buen número de perredistas. Esto lo ha llevado a formar una fuerte corriente que le ha permitido mantener por más de una década el control del partido y lo ha conservado siempre en puestos de poder: diputado, presidente del partido, senador, diputado, dos veces candidato a gobernador y a presidente del comité nacional.

Si bien, como podemos ver el balance personal es bastante positivo, lo es menos el balance general. La era de Félix se ha caracterizado por una intensa confrontación, tanto hacia dentro del partido, como con el estado. Durante los primeros años de vida del PRD, éste se ganó la fama de peleonero y crítico feroz de toda política gubernamental.

El bloqueo de calles y carreteras y la toma de edificios públicos propiciaron que una buena parte de la población, principalmente de clase media, que había sido simpatizante del partido, empezara a distanciarse de éste, lo que propició su caída en las urnas.

A pesar del amplio arraigo del PRD en amplios sectores medios y populares de la sociedad guerrerense, éste no ha podido ganar el poder estatal debido fundamentalmente a la falta de un liderazgo visionario, a la carencia de una estrategia clara y a la grave escasez de buenos operadores políticos.

Si bien la primera candidatura de Félix, en la que el partido experimentó un fuerte retroceso electoral, ocurrió durante la persecusión salinista y, a nivel estatal, de Ruiz Massieu, la de 1999 coincidió con la mejor etapa del perredismo y aún así no fue posible rescatar un triunfo.

Con su tibio refrendo del viejo régimen en las elecciones de 1999, una mayoría de la sociedad suriana estaba diciendo que, a pesar de la descomposición de aquel, del empobrecimiento y la violencia a la que la había llevado durante siete décadas, aún no tenía suficiente confianza en la desgarbada propuesta perredista y en un liderazgo caracterizado por la frivolidad, la superficialidad y los desplantes espectaculares.

Más allá de las distintas dirigencias formales, quien le ha puesto el sello al PRD guerrerense durante esta primera etapa ha sido el liderazgo de Félix Salgado. Bajo su conducción se han hecho los plantones, las grandes movilizaciones, las marchas y éxodos. Su estilo impulsivo le ha enseñado a la militancia que lo que se requiere no son cuadros preparados sino temerarios, ocurrentes, dispuestos a estirar la legalidad hasta el límite.

Este estilo ha inhibido la formación de cuadros, el diseño de estrategias y políticas de largo plazo, el estudio profundo de la realidad guerrerense que han sido sustituidos por la improvisación.

De ninguna manera afirmamos que Félix Salgado sea el único responsable de la actual situación del partido pero, como la figura que ha establecido los paradigmas del perredismo guerrerense, como el símbolo más visible de este partido, en quien los militantes tienen puesta su vista, su pedagogía política ha sido determinante para imponer las prácticas que hoy imperan en el PRD.

Trece años de magros resultados bajo este estilo de hacer política, deben de mostrar a la militancia perredista que ya es hora de construir nuevos liderazgos y ensayar otras formas de lucha. El actual proceso de renovación de su dirigencia es una magnífica oportunidad para hacer este cambio de rumbo.

La militancia perredista tiene dos opciones para manifestar sus preferencias: continuar con este modelo político de liderazgo individual, ocurrente y pintoresco, con vocación por el movimiento poselectoral; o levantar un proyecto colectivo, con una propuesta de largo plazo, para reconstruir desde abajo las relaciones sociales, culturales, políticas y económicas de la sociedad guerrerense; Hermilo Mejía y Martín Mora, representan en mayor o menor medida cada uno de estos proyectos.

Realizar este trabajo no es tarea fácil, ni de una sola persona, sino de un equipo, de todo un partido, más aún, requiere el estado de ánimo favorable de la sociedad. Por lo anterior, si bien no son determinantes los dirigentes, su mayor o menor perfil para realizar una labor tan ardua cuenta.

No conozco a Hermilo Mejía, como tampoco muchos militantes perredistas, aún así no dudo de su capacidad y buenas intenciones. Pero intentar una tarea tan ardua como la transformación del PRD, no sólo en un instrumento electoral eficaz, sino en un partido comprometido con los anhelos y las esperanzas de los guerrerenses más pobres y de las clases medias, sin conocer la historia, los liderazgos locales y los matices más finos del perredismo, es algo que aumenta infinitamente las dificultades.

Conozco a Martín Mora, sé de sus capacidades y limitaciones. En trece años de militancia ha participado en todos los movimientos y las acciones que han marcado la vida del partido. Mora conoce no sólo a todos los dirigentes locales, sino a muchos de los militantes perredistas de base. Sabe también de las debilidades y fortalezas de su organización. Creo que son cualidades que podrían contribuir a construir el partido de izquierda que necesita Guerrero.

Pero, como afirmamos en el artículo anterior, las personalidades son secundarias, lo que cuenta son los movimientos, las bases. Después de trece años de acumulación de experiencias, la base perredista ya no se conforma con una militancia que se agota en el plantón, en la marcha y en la repetición de la consigna; va creyendo menos en el líder providencial y más en su propia lucha; esto es lo importante por lo que los militantes perredistas se inclinarán este próximo domingo por la opción que refleje este nuevo espíritu de cambio y no por el continuismo.

* Por un error de edición este artículo no apareció en la edición Fin de semana. Ofrecemos disculpas al autor y a los lectores.

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