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Héctor Manuel Popoca Boone

De la política y participación ciudadana

No es para nada una broma jocosa, el dicho de que la política es demasiado importante como para dejársela a los políticos.

Las cuestiones y las acciones del poder público, impactan sobremanera la vida cotidiana de la ciudadanía. Cada vez y en mayor medida esta tiene que cobrar conciencia de la necesidad de una participación más activa, si no quiere correr el riesgo de verse avasallada por los profesionales de la política y de sus intereses particulares.

De hecho existe una tendencia a que la política y el poder público sean monopolizados por los políticos y por sus organizaciones; haciendo que el pueblo funja únicamente como espectador pasivo y validador en última instancia de la disputa ajena por el poder. No en balde el abstencionismo sigue siendo por mucho la expresión política predominante de los ciudadanos.

Al dejar la política tan sólo a los políticos, estos la orientan y condicionan, en gran parte y con más frecuencia, a que responda a los intereses de las personalidades y los grupos políticos y no de la ciudadanía, del bien común. El poder público lo ejercitan en función de sus intereses grupales o tribales y no de la colectividad.

Como dice Rolando Cordera, la función elemental de representación y agregación política languidece. De tanto y tanto ver a los políticos y a los partidos disputarse el poder por el poder mismo, o las cuotas de poder, sin que llegue la hora de la política civil y abierta, corren el riesgo de quedarse como cascarones vaciados de ciudadanía, cuya más dramática expresión la tenemos hoy en Argentina bajo la frase popular: !que se vayan todos!

Es por eso que la política se vuelve entonces, con el tiempo, asunto exclusivo de grupos políticos; es decir, se convierte en una cuestión de pertenencia y propiedad tanto en las conductas como en los propósitos.

La cosa pública se vuelve rehén de la politiquería y los intereses de la ciudadanía se ven subordinados a los intereses de los políticos profesionales. Por eso una participación mayoritaria ciudadana en política, inhibe la aprobación minoritaria de la misma.

Existen ciudadanos a quienes no les interesa o no se meten en política. Esta actitud abstencionista a la larga termina convirtiéndose, involuntariamente, en una actitud cómplice de aquellos que desean tener manos libres en las cuestiones de la política.

La abdicación ciudadana en la práctica política, conlleva a que otros ocupen esos espacios vacíos y que los ocupantes terminen por cancelar cualquier otra participación que no sea de ellos.

El escaso involucramiento, participación e interés en los asuntos políticos implica la aceptación de que las cosas públicas están como están y no pueden ser cambiadas y que hay que asumirlas con la correspondiente sumisión.

Por el contrario, la participación activa, permanentemente y consecuente en la cosa pública, permite darse la oportunidad de modificar lo predeterminado, mediante un esfuerzo colectivo, a través de opciones diversas y opiniones plurales para construir socialmente un futuro mejor.

Decíamos que la política sin una activa participación ciudadana, deviene para quienes la ejercitan en una cuestión de pertenencia, afiliación y por consecuencia de exclusión; cuya última expresión absolutista es: “estás conmigo o estás contra mi”.

En ese plano reduccionista es en donde no hay lugar para la discrepancia o para la tolerancia. Eres o no eres, no hay de otra. En otras palabras, es la conculcación de derecho de la diversidad y a la manifestación de la misma, por el predominio de los intereses grupales o facciosos, ya sean estos por motivo de raza, lengua, religión, expresión política, estatus económico o cualquier otro elemento de pertenencia.

En ese momento, estamos bajo la concepción de la política como del ser y no la manera del hacer. Fascismo, comunismo, imperialismo y todo tipo de dictaduras, son algunas de las tragedias humanas que hemos presenciado y padecido en nuestro devenir, al predominar la política como prioridad y adscripción y no como servicio o vocación.

Esta disgresión sobre política y participación ciudadana, la termino dejándole la palabra al claridoso Fernando Savater: “en primer lugar, elegir la política es aspirar a ser sujeto de las normas sociales por las que se rige nuestra comunidad, no simple objeto de ellas. En una palabra, tomarse conscientemente en serio la dimensión colectiva de nuestra libertad individual. La sociedad no es el decorado irremediable de nuestra vida, como la naturaleza, sino un drama en el que podemos ser protagonistas y no sólo comparsas. Mutilarnos de nuestra posible actividad política innovadora, es renunciar a una de las fuentes de sentido de la existencia humana. Vivir entre seres libres, no meramente resignados ni ciegamente desesperados, es un enriquecimiento subjetivo y objetivo de nuestra condición”.

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