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Humberto Musacchio

En empleo y migración, cuentas alegres

En el presente sexenio han sido deportados de Estados Unidos hacia México casi millón y cuarto de paisanos. Con esa y otras medidas, Washington ha podido contener la oleada migratoria que llevó a establecerse en el país del norte a 12 y medio millones de nacidos en México.
De modo que Felipe Calderón pudo decir en la capital estadunidense que ha disminuido el flujo de mexicanos hacia el norte, pues al parecer ya se estabilizó el total de paisanos que allá residen. Sin embargo, esa disminución del movimiento migratorio no obedece a que en México existan hoy más oportunidades ni al crecimiento del empleo, pues ambas condiciones son inexistentes.
Aunque estacionalmente se puedan observar ligeras alzas en los índices de ocupación, México está muy lejos de crear los trabajos que requiere una población en continuo aumento. Por el contrario, a los muchos mexicanos que se debaten en el desempleo desde hace tiempo, cada año se añade la entrada de cientos de miles de jóvenes a la edad laboral, muchachos para los que no hay plazas de trabajo, como no sea de narcos o policías.
Sin empleos en su país de origen, los mexicanos que se hallan en Estados Unidos, en su inmensa mayoría indocumentados, están sometidos a una presión social que los ve como una competencia desleal en el mercado de trabajo, lo que ofrece una discutible legitimidad a las políticas migratorias del país vecino, las que se han fijado como meta expulsar a 400 mil migrantes por año.
Pero aquí las autoridades rebosan un optimismo que prefiere ignorar la realidad, cuando no de plano falsearla, pese al inmenso drama que representan las familias divididas por la Migra o el drama de niños nacidos en Estados Unidos que son deportados junto con sus padres indocumentados. Ante esa ofensiva realidad, el gobierno mexicano prefiere sus cuentas alegres y da la espalda a la paisanada en problemas, para la que no hay políticas claras ni mucho menos una posición enérgica y de principios ante la potencia del norte.
El cruce para los indocumentados se hace cada vez más difícil, pero en cambio aumenta la migración individual o de grupos familiares de mexicanos con papeles, con recursos y con educación superior a la media. Se van por la falta de oportunidades, pero huyen también de la criminalidad en que está sumido el país, la que ha llevado –lo reconoció Calderón en Estados Unidos– a una “sustitución del estado de derecho por un estado de temor”.
Lo dicho por el ocupante de Los Pinos al dictar una conferencia en la Biblioteca del Congreso es, desde cualquier ángulo, una dramática confesión de impotencia, pues aceptó que “es probable que mucha gente se acuerde estos años  por la violencia, la delincuencia y los crímenes”, pese a que para él “la vida o la Providencia… decide colocar a la gente acertada en el momento adecuado”, decisión divina en la que se incluye.
Lamentablemente para él y para todos los mexicanos no se ha visto cumplido el designio providencial y lo que se advierte por todos lados es el fracaso de la gestión sexenal. Podemos y debemos quejarnos de las políticas migratorias estadounidenses y de sus excesos represivos, pero lo cierto es que no le corresponde a Washington resolver nuestros problemas. Son las autoridades mexicanas las que deben crear empleos, mejorar y ampliar la educación, dar facilidades para el establecimiento de negocios, abrir el crédito y hacer todo lo necesario para que los mexicanos no tengan que buscar en el extranjero lo que se les niega en su patria.

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