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Rafael Aréstegui.

Universidad: ¿la reforma interrumpida?

(Primera de dos partes)

 Cuando inició su rectorado, Florentino Cruz se comprometió a impulsar un proceso de reforma integral de la universidad, y la comunidad universitaria –harta de la simulación, la corrupción y la falta de institucionalidad– creyó en él y le dio su voto y su confianza. Una institución puede cambiar si sus actores se convencen de la necesidad de ese cambio, si existe imaginación, fuerza y voluntad. Imaginación, para saber hacia dónde se quiere cambiar y poder orientar el cambio; fuerza, para vencer todas las inercias y resistencias que impiden el cambio; y voluntad, para renunciar a privilegios y asumir las nuevas conductas que el cambio reclama.

Salta a la vista entonces, que la reforma significó para los actores universitarios una actitud colectiva de esperanza, de compromiso con la Universidad y por dotar al pueblo de Guerrero de una mejor institución de educación superior, donde la simulación y la corrupción no pueden tener espacio.

En diciembre de 2000 se llevó a cabo el III Congreso General Universitario de la Universidad Autónoma de Guerrero. Culminaban así, nueve meses de intenso trabajo de la comunidad universitaria por tratar de transformar la institución y sacarla del penúltimo lugar en que se encuentra en relación a las otras universidades públicas del país.

La plenaria del Congreso ratificó los acuerdos de las mesas, que incluyeron resoluciones muy importantes como la transparencia en el manejo de los recursos; predominio de los órganos colegiados de gobierno sobre las autoridades unipersonales; conformación de redes de unidades académicas denominadas Colegios; construcción de las academias y dignificación de la academia; transformar el modelo napoleónico de universidad, en uno nuevo, donde lo más importante sea el estudiante, formando sujetos racionales que aprendan a ser, a hacer, a comprender y a convivir, adoptando la idea de la currícula flexible y tomando medidas eficientes en la descentralización de los recursos financieros; y la aprobación del presupuesto en el consejo universitario, terminando así con el criterio discrecional del rector, que le ha permitido actuar como señor feudal y asignar recursos a las escuelas que lo apoyan y negarle los mismos a las que no se le subordinan.

Otro resolutivo muy importante fue la condena a los vicios del proceso electoral vigente, que lejos de formar ciudadanos concientes ha corrompido a los universitarios. Los ha acostumbrado –en el caso de los maestros– a cambiar votos por categorías; y a cambiar votos por calificaciones en el caso de los estudiantes. ¿Cómo esperar entonces que el individuo, en su comportamiento electoral como ciudadano, no cambie su voto por una despensa o por un desayuno?

Los acuerdos resolutivos del Congreso también crearon la figura de la Defensoría de los Derechos Humanos Universitarios, la de la Contraloría, el Consejo Social y la Fundación UAG; así como la necesidad de ir desarrollando sistemas de planeación de la oferta académica y la atención a las necesidades del desarrollo regional. En suma, en el proceso de reforma los universitarios demostramos que podemos ser mejores, el reto es entonces el poder ser congruentes entre lo que escribimos y lo que hacemos. No asumir este reto es dejar la reforma en el papel, en letra muerta, en una reforma que cambia todo en el discurso, para que todo siga igual en la práctica. La reforma demandaba del cuerpo directivo universitario un comportamiento ético congruente con todo el discurso elaborado; el prestigio que hasta ese momento adquirió el rector, él mismo se encargo de tirarlo al cesto de la basura, por anteponer sus compromisos con el senador Armando Chavarría antes que con la institución.

El proceso electoral que está viviendo nuestra universidad no sólo no abandonó los vicios y errores del pasado, sino que los ha potenciado. El rector Florentino Cruz, en absoluta contradicción con el espíritu de la reforma, compró la voluntad de varios de los grupos corporativos, que de manera voluntaria jamás habrían aceptado a Nelson Valle como candidato a rector, pues algunos de ellos se reían incluso de lo ridículo que significaba tal propuesta.

Florentino Cruz no sólo reprodujo los excesos del rector anterior, sino que ha ido más allá. Otorga categorías que deberían ser cubiertas con perfil Promep; sin que los beneficiados tengan el perfil, recontrata a personas que él mismo rescindió por estar involucrados en tráfico de títulos universitarios; recontrata al personal de confianza de la administración anterior que había cesado sus funciones con el cambio de administración; crea nuevas plazas a unos cuantos meses de acabar su periodo, a pesar de que la universidad sufre un grave déficit financiero. Y en el colmo de lo burdo, se presenta en las escuelas repartiendo computadoras y mobiliario unos minutos antes de que su candidato llegue a realizar proselitismo.

Como buen aspirante a cacique, amenaza a los maestros que no se han doblegado y suspende las becas a los dirigentes de la FEUG que no se disciplinan. Es tan larga la lista de atrocidades que ha cometido en aras de imponer a un rector que sólo serviría de parapeto para que Chavarría tenga los recurso de la universidad al servicio de su campaña a gobernador, que si no estuviera en riesgo el futuro de la institución, todos los absurdos que está cometiendo moverían a risa loca.

 

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