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Retenes y patrullajes de la PFP en la Costa Chica para prevenir asaltos

* Pasajeros y choferes desesperados, en Cerro de Piedra, donde los detiene una patrulla de la Policía Federal Preventiva * Cuando estaba Figueroa, dio la orden de chingar al que agarraran con las manos en la masa, recuerda un conductor

Eduardo Añorve Zapata Cerro de Piedra * 29 de enero de 2002, 3:45 horas, kilómetro 30 de la carretera Acapulco-Pinotepa. La patrulla 7342 de la Policía Federal Preventiva detiene a los autobuses que viajan hacia los puntos terminales de Marquelia, Ometepec, Cuajinicuilapa, Pinotepa, Jamiltepec, Puerto Escondido, y Huatulco; algunos de ellos tienen en el lugar más de una hora esperando la confirmación de los oficiales de la PFP para continuar su ruta. Los choferes de una docena de unidades y los pasajeros están desesperados y piden continuar.

–En los últimos días ha habido una ola de asaltos entre San Marcos y Marquelia –explica al reportero el oficial Jiménez, que prefiere omitir su nombre y su segundo apellido.

–Seguramente venía viajando alguien grande y lo chingaron, en uno de los asaltos que ocurrieron la semana pasada, por eso el operativo –ha de decir, en su turno, el operador del autobús con destino a Cuajinicuilapa.

–La PFP viene realizando estos operativos desde hace dos meses para prevenir asaltos, sin apoyo de ningún otro cuerpo de seguridad estatal ni federal –continúa el oficial Jiménez–. Nosotros escoltamos a los autobuses; sólo que hoy hay pocas patrullas y por eso los hemos detenido. Otras unidades nuestras se dedican a operativos de captura, para allá arriba –y señala vagamente hacia algún lugar indeterminado. En ese momento, su pareja, que permanece en la oscuridad y dentro de la patrulla, le habla y la respuesta queda inconclusa.

–Otros días han juntado de a tres autobuses y nos han escoltado un par de patrullas durante el tramo –dice, en su versión el chofer con destino en Cuajinicuilapa–. La semana pasada dejaron de hacerlo, y que asaltan. Está sospechoso, y más que casi siempre esperan a los compañeros que van a Huatulco o Puerto Escondido. El gobierno del estado no hace nada, no les importa; si quisieran, ya hubieran resuelto el asunto.

–El Ejército también tiene un retén en el kilómetro 42, aunque ellos están fijos –agrega el oficial Jiménez, luego del concilio con su compañero.

–Está bien el operativo –opina el chofer entrevistado–. Así, cuando menos, ya no se atreven a asaltarnos; como ven varios camiones, se desaniman.

–No, el operativo no se ha realizado regularmente –responde a la pregunta el oficial Jiménez–; sólo se ha implementado cada vez que lo ordena la superioridad.

Y vuelve a ser llamado por su pareja. Cuando regresa, decide ya no contestar y ordena a los choferes que emprendan el viaje, sin tener la confirmación que en un principio dijo esperar.

En el retén del kilómetro 42, los militares se limitan a dejar pasar los autobuses. Un par de kilómetros adelante, las patrullas 7381 y 7391 han detenido a un camión que transporta alambrón. A la altura de Copala, topamos con una patrulla. En la entrada de Cruz Grande, dos de ellas, las numeradas 7178 y 7179 se encuentran vigilando. En Islaltepec hay un retén militar improvisado; un oficial anuncia, con gentileza, que revisarán a los pasajeros, cosa que hacen con amabilidad. En Marquelia vemos la última de las patrullas del operativo.

–No. Si estuviera Figueroa, ya no habría asaltos; cuando él estaba, dio la orden de chingar al que agarraran con las manos en la masa, en ese mismo momento. Si ahora hicieran lo mismo, a ver si no se acaban los asaltos –remata el chofer de la corrida 7563 que se dirige a Cuajinicuilapa.

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