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Alfredo Arcos Castro

Auténticos demócratas

 Alexis de Toqueville, autor de la obra La democracia en América, decía que el arte de la democracia necesita de demócratas convencidos. Políticos que logren pasar de la democracia de la convicción a la democracia de la responsabilidad. Demócratas que sean verdaderos partidarios de la democracia, no sólo en el discurso, sino también en la práctica. En el mismo tenor, Octavio Paz premio Nobel de la literatura afirmaba que la democracia “no sólo se reduce a ideas y conceptos, la democracia es también práctica. A su vez, las prácticas sociales, al arraigarse, se convierten en hábitos y costumbres, en maneras de ser. Para que la democracia funcione realmente debe de haber sido previamente asimilada e incorporada a nuestro ser más íntimo”. En otras palabras, el arte de la democracia debe formar parte de nuestro quehacer cotidiano, una forma de vida. Precisamente esto es lo que, todavía, no sucede en nuestro país. A pesar de que en julio de 2000 logramos la alternancia en el poder.

Pensar en el futuro democrático en México es posible, en la medida en que seamos capaces de salir del reduccionismo a que fuimos sometidos por las corrientes políticas electorales que planteaban: con sólo destruir al presidencialismo autoritario el camino hacia la democracia será más claro y sencillo. Sin lugar a duda, esta posición tan esquemática fue muy útil, pero hoy en día parece ser un estorbo para el avance y desarrollo de la misma. Las cosas actualmente se pintan de otra manera. Las prácticas antidemocráticas están a la orden del día.

Es un hecho, nos dice Jesús Silva-Herzog Márquez, que “hemos arribado a una simple democracia electoral; que apenas se ha dado la alternancia entre partidos; que no han cambiado las políticas y por lo tanto no se ha modificado el régimen, que todo en el fondo sigue igual”. Frente a este planteamiento, lo que nos queda es preguntarnos: ¿hay futuro para la democracia después de la alternancia?

Pensar como las corrientes políticas electorales que todo se resuelve con la reconstrucción de las instituciones, es caer de nuevo en una ingenuidad tan grande, como aquellos que pensaron que con la independencia del país y la confección de constituciones e instituciones las cosas iban a ser distintas. Sin duda, las reglas, las leyes, los códigos, los reglamentos, las instituciones son importantes y cuentan mucho, pero no lo son todo. De ahí la necesidad de centrar la atención en los actores y sus acciones políticas. Pensemos sólo en los partidos, juzguemos sus prácticas, valoremos sus acciones y políticas. El resultado de este análisis nos llevará a cuestionarnos si éstos están a la altura de elevar la calidad de la democracia en el país. De la calidad de los partidos depende la calidad de la democracia. En México los partidos no son bien vistos por la ciudadanía, pragmáticos, sin convicciones, sin valores, sin rumbo claro. Su quehacer político está fuertemente cuestionado, resultando de todo esto una democracia frágil y endeble.

La democracia en el país necesita de verdaderos demócratas, no sólo de una maquinaria electoral bien aceitada; necesita de políticos abiertos al diálogo, la tolerancia, críticos, reflexivos, maduros, cerrados a los fundamentalismos ideológicos, talentosos y pluralistas. Políticos, como dice Toqueville, que logren pasar de la democracia de la convicción a la democracia de la responsabilidad. Demócratas que sean auténticos partidarios de la democracia. No simuladores, agregaría yo. Estas reflexiones se las dedico a todos aquellos que en Guerrero presumen de democráticos, pero que en la práctica no son más que demagogos.

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