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Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

A mí sólo me desarma Cárdenas

Los logros que tuvo la izquierda en la Costa Grande a raíz de la insurgencia neo cardenista se reflejaron en la primera contienda electoral en la que el PRD participó por primera vez como tal  para la disputa de los ayuntamientos en 1989.
En Petatlán los activistas del neo cardenismo fueron capaces de encauzar el descontento provocado por el fraude electoral de Carlos Salinas en un plantón cívico que ocupó la plaza municipal.
El pueblo de Petatlán primero enderezó su ataque contra el presidente municipal, Antonio Hernández Valdovinos, quien se había prestado, como antaño lo hacía el gobierno, a realizar  el fraude para favorecer a su candidato.
Caído el presidente municipal como parte del costo que tuvo que pagar por  maniobrar contra la limpieza electoral, el movimiento neo cardenista se hizo del gobierno municipal construyendo la Cámara Municipal de Representantes  como experiencia innovadora del ejercicio de la democracia directa en la Costa Grande.
Recuerdo que cuando el movimiento reivindicatorio de la causa neo cardenista decidió la toma del palacio municipal de Petatlán, el grupo de dirigentes que formaban Pedro Rojas, Rafael Ramírez y Santos Cabrera, me invitó a participar.
Se trataba de sorprender a los policías municipales y judiciales apostados a la entrada del palacio con el encargo de cuidar el inmueble.
Para la toma del Palacio Municipal se contaba con varias decenas de militantes que se habían sumado al plantón establecido en la plaza municipal, apenas a unos cincuenta metros en línea recta a la entrada principal.
La acción fue inmediata y determinante. Mientras el grupo dirigente rendía al comandante, el contingente de cardenistas se desplegaba rodeando el palacio municipal con el objetivo de que nadie en su interior escapara.
Los policías judiciales que se encontraban apostados en la planta alta del Palacio huyeron saltando por las ventanas hacia la zona del jardín en cuanto se vieron perdidos.
La rendición de los policías municipales y de los judiciales implicaba la entrega de las armas y su detención.
Todos los detenidos fueron encerrados en la cárcel de la  misma comandancia, y mientras una comisión de ciudadanos hacía el inventario de las armas recogidas que se colocaban en el propio estante de resguardo, otra anotaba los nombres y grados de los detenidos.
De pronto los encargados de inventariar las armas notaron que hacía falta un rifle M1 con sus respectivos cargadores y rápidamente se dieron a la tarea de investigar el destino del arma entre la gente que había tomado el Palacio.
Por fortuna no tardaron en dar con ella: un campesino de la sierra lo tenía colgado del hombro y lo cuidaba como trofeo de guerra.
Cuando los de la comisión le pidieron que devolviera el arma porque faltaba en el inventario se negó con un gesto rotundo.
-¿Ustedes quienes son para que me quiten el arma? Esta me la gané en la revolución y al único que se la puedo entregar si me la pide es a nuestro comandante Cuauhtémoc Cárdenas.
Entre más se esforzaban en explicarle que no era la revolución y de que podían fincarle responsabilidad por estar en posesión de un arma de uso exclusivo del ejército, el campesino se mostraba menos dispuesto  a entregarla.
Cuando el campesino se descolgó el arma y la apunto en dirección a quienes se la exigían, éstos cambiaron de estrategia y dejaron en manos de uno de los dirigentes la tarea de quitársela:
-Me nombró Cuauhtémoc Cárdenas para hacerme cargo de las armas y rendirle un informe del estado en que se encuentran.
Oído lo anterior el campesino entregó el arma sin chistar.

Las Tunas

En aquel año me habían nombrado candidato a diputado federal  del PSUM por el distrito de la Costa Grande y aún con todas las carencias de entonces para hacer una campaña desde la oposición, me propuse recorrer todo el distrito, desde Coahuayutla allá en vecindad con Michoacán en la Tierra Caliente, hasta Atoyac.
Conocí muchas personas y pueblos con nombres memorables, como El Jazmín en Coahuayutla, río arriba del pueblo de Matamoros, en el embalse de la presa del Infiernillo, esa planta de ornato crece abundante en los jardines de las casas, de manera que uno ni tiene que preguntar sobre la razón de su nombre.
En  la sierra de Petatlán hay un pueblo que se llama Soledad de los Enanos que se localiza a más de mil metros de altura sobre el nivel del mar. Es una zona cafetalera, aislada del resto del municipio, y si no fuera porque desde ahí se divisa el Océano Pacífico, los costeños que la visitan de veras se sentirían solos. Quizá del aislamiento en que está proviene su nombre de Soledad. El adjetivo de los Enanos  tiene que ver con la existencia en el lugar de los arboles de nanche diminutos que apenas despunta del suelo y extiende sus ramas al ras. Es pues un árbol enano con sus frutos amarillos y perfumados del tamaño normal.
En Técpan hay un pueblo que se hizo famoso porque un huracán en la década de los sesenta lo desapareció bajo la furia de una enorme creciente que se formó en un río temporal, que sólo es un hilo de agua que discurre durante el año por la calcinante arena de la costa.
Sobre ése hecho desastroso y dramático que acabó con la vida y propiedades de casi toda la gente de Nuxco surgió un dicho costeño al que se acude  cuando se trata de consolar a quien ha sufrido alguna pérdida: “más se perdió en Nuxco” se dice.
En Atoyac, conocí el pueblo del Ticui,  nombre impuesto por los españoles cuando establecieron en ése lugar la fábrica de hilados.
Los lugareños dicen que a los españoles les pareció gracioso el pájaro chicurro  que cuando canta parece repetir: ticui, ticui.
El pueblo más cercano a la carretera costera de Zihuatanejo con rumbo a la Tierra Caliente, se llama Las Ollas porque sus fundadores encontraron un sitio de tumbas prehispánicas hechas de barro muy parecidas a los recipientes que conocemos como ollas.
Pero fue en los municipios de La Unión y San Jerónimo donde me encontré las historias más pintorescas que los pobladores cuentan acerca del origen que tiene el nombre de sus comunidades.
En el municipio de La Unión, conocí el pueblo de Santiago Zacatula, a la orilla del Océano Pacífico. Allí  de plano hay divergencias en cuanto a la historia de su nombre.
Mientras unos dicen que Zacatula es un nombre indígena de la tribu de los Chumbios  que adoptaron los españoles, otros aseguran que nació de un accidente conocido y popular, de una señora que a punto estuvo de perder a su hija porque en un descuido se la llevó la corriente del río, que estuvo a punto de ahogarse si no ha sido porque un grito a tiempo alertó a su marido quien en ése momento cortaba cañas río abajo y pudo salvarla.
–¡Santiago, Santiago, saca a Tula!
Cuentan que el marido de la señora se llamaba Santiago y Tula era el nombre de la hija que casi se ahoga y que si Zacatula se escribe con Z es por la influencia de los españoles.
En el otro extremo del distrito , en el municipio de San Jerónimo hay un pueblo que se llama Las Tunas. Sus habitantes me contaron festivos que no es un contrasentido que en su pueblo no haya tunas, que el nombre del pueblo en realidad tiene que ver con la abundancia de iguanas, no hace mucho.
Cuando pregunté la relación entre iguanas y tunas me explicaron que en aquel tiempo, cuando los chamacos salían de la escuela su deporte favorito era cazar iguanas, iban en grupos por el campo y el primero que veía una iguana gritaba a los demás: ahí stuna, ahí stuna.

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