Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Renato Ravelo Lecuona

Nourit Pered: la razón humana
contra la razón de Estado*.

(Segunda de tres partes)

Aceptar la guerra entre pueblos como un orden natural del género humano nos lleva a reconocer algo primitivo e inaceptable. Ninguna explicación es admisible. Si la globalización servirá de algo, será mostrando e inculcando a cada árabe, a cada judío, a cada católico, budista o mahometano, a cada protestante y cada ateo, a cada africano, asiático, indoamericano, europeo, a cada estadunidense, alemán y japonés que sufren odios racistas y nacionalistas, los rostros humanos, los valores de cada pueblo, de tal manera que las políticas de los Estados que ahora nos arrastran al aquelarre de los odios, sean condenadas por todos como lo hizo Nourit Pered, en el momento en que murió su hija en un atentado terrorista alentado por las políticas de odio de los Estados.

Pero el terrorismo de Estado no es algo nuevo, existe desde que existen los Estados; miles de guerras y cientos de millones de muertos son su ofrenda a la civilización. La Historia Universal está escrita como las historias de las políticas y las guerras entre los Estados y a nadie le extraña ni le sorprende. Los alemanes mataron seis millones de judíos y Al Qaeda mató a cinco mil civiles inocentes al destruir las Torres Gemelas, y tras ello, cientos de miles de toneladas de bombas han caído sobre los supuestos culpables, por decisión de Estados y el consenso de sus pueblos. Vengar, aplastar, exterminar, no dejar ni un resquicio de duda respecto de que si alguien golpea al poder imperial, debe ser destruido, perseguido, localizado, arrastrando en la masacre a sus cómplices, escarmentando tamaño desafío. Esta es la razón de Estado. Ni los medios lo cuestionan pues están para eso, para ser neutros testigos y “objetivas” vías de exposición de las razones de los Estados, hasta que todos los trabajadores de los medios se armen de la razón humana. Lo cierto es que la muerte tiene gobierno, tiene medios y pueblos que entran en masa al holocausto.

La de Nourit Pered es la razón humana que no se ha abierto paso en la historia. Es el sueño de los viejos anarquistas de un concierto de la sociedad humana sin gobiernos ni poderes que determinen la vida de los pueblos sino el reino de la razón, la cooperación y solidaridad; es la previsión marxista de un comunismo futuro donde el Estado se haya extinguido por ausencia de contradicciones entre clases sociales y naciones con intereses antagónicos, donde las leyes del derecho devengan leyes de la moral y cuando la paz en base a la igualdad de oportunidades y al respeto a los derechos humanos de todos y todas, sea la norma de la convivencia universal; es la prédica de todas las religiones y cosmogonías, de un orden de amor al prójimo, a la vida humana y a la naturaleza.

Pero la razón humana que significa Nourit Pered, pese a todas las filosofías racionalistas, humanistas, teologías y religiones cultivadas por siglos, no se ha abierto paso para regir los destinos de una humanidad globalizada para los negocios del gran capital, no para el imperio de la razón. La ONU donde se busca la razón humana en las relaciones entre los Estados, se puso al servicio de los designios de la violencia, de los choques brutales de intereses económicos y de los poderes encarnados en los Estados. Los pueblos cuyos intereses como tales están siendo arrollados por los intereses como Estados, no tienen una perspectiva fácil en este inicio de milenio, y se ven arrastrados a los polos de los extremismos y a su ritual de apoderamiento.

La razón humana es aún muy débil en esta guerra mundial de poderes y de Estados. Rabindranath Tagore, pensador humanista hindú, escribió una bella página al finalizar el siglo XIX que denominó El Crepúsculo de S.XX, exaltando la espiritualidad hindú, deseando alentarla ante el choque violento de las naciones que se anunciaba desde entonces y cuya confrontación de ambiciones trajo dos guerras mundiales y los millones de muertos que sabemos. Deseaba que su amada India fuera un reino para la personalidad humana. La razón de Tagore, en el crepúsculo de nuestro nuevo siglo XXI, está acallada por el tañer de los tambores de guerra del Estado hindú, contra el paquistaní por la dominación del territorio y la población de Cachemira. La razón de Tagore no impera ni en su propia nación.

El mismo Tagore, en su búsqueda de este reino de la personalidad y de la razón humana, descubrió en Walt Withman, el querido poeta estadunidense, un anhelo de ese mundo esencialmente humano y lo tradujo: Oigo que se me acusa de querer destruir las instituciones, pero ¿qué tengo yo que ver con las instituciones? ¿y qué con su destrucción? Lo único cierto es que yo quisiera construir en ti Manhattan, y en todo río, en todo barco que surque el río, una institución sin leyes, prelados ni edificios, la institución del grato amor de camaradas.

Si la hora de la globalización ha sonado como la de un mundo integral, unido, sin fronteras, evidentemente no pueden ser el capital financiero internacional y su actual estructura de Estados obedientes a sus dictados, quienes puedan marcar la ruta a una nueva existencia del género húmano. No son ellos los que imponen el reinado de la razón humana, sino de los intereses más turbios, como razones de Estado, depredadoras, violentas y violatorias de todo orden humano como lo estamos viendo en la guerra de Afganistán y su contraparte, el terrorismo enfocado contra la población civil en las Torres Gemelas, por ejemplo, o el fanatismo religioso de los talibanes. Las posiciones extremas obedecen a intereses facciosos, no humanos ni racionales. Las opciones que se nos presentan, yanquis o talibanes, el islam o el cristianismo, árabes o judíos, israelíes o palestinos, India o Paquistán, son la dramática situación en que los pueblos todos se dejan arrastrar y suplantar por los intereses de sus Estados, por sus turbios manejos, cuando los pueblos pueden respetarse y amarse por sus valores.

No obstante, toda causa popular como puede ser la de los pueblos árabes que enfrentan al sistema de dominación que los oprime, los coloca del lado de la razón humana, de una razón evidentemente liberadora que enriquece y hace su aportación a un orden mundial donde prevalecerá la razón, la justicia y erradique la dominación de los intereses, génesis de todo odio, como sería también el caso de la lucha de los pueblos indígenas americanos, sometidos por los Estados. El programa mundial de la globalización de los pueblos se irá así construyendo, imponiendo la razón humana como herramienta de concordia y coexistencia, pues no puede haber contradicción entre medios y fines, no puede buscarse la liberación de un pueblo oprimiendo a una parte de su propio pueblo.

La globalización, concepto que está de moda para el análisis del proceso unificador que se vive actualmente en todo el mundo, nos permite plantear en buenos términos el asunto. Se globaliza no sólo la economía y la comunicación, sino se integran en un mismo paquete los conflictos internacionales, los procesos nacionales, el carácter y rumbo de todas las instituciones sociales, la vida familiar y privada, la cultura, pensada y actuada en la vida cotidiana; se entrevera todo bajo el término de la globalización como proyecto de vida de todo el género humano.

Las Torres Gemelas y su dramática destrucción nos llevó a las cuestiones del islam y su sometimiento absoluto de la mujer, por ejemplo, y nos lleva a una reflexión íntima, definitoria, respecto a la cultura que realmente opera en nosotros, desde la actitud que nos pueda suscitar la opresión islámica, la tradición judeo cristiana, la liberación creciente por el movimiento feminista en el mundo, hasta el rol que juegan las mujeres en cada uno de nuestro hogares, con nuestras madres, esposas, hijas o hermanas. Aunque los medios usan la denuncia al islam para justificar, o al menos para apuntalar la destrucción de Afganistán por los bombardeos yanquis, nadie cree ni que esa sea una finalidad real y legítima de la venganza, ni que Bush tenga la calidad humana para hacerlo, ni el derecho histórico para apuntalar a otro gobierno, que simplemente permite que las mujeres puedan mostrar su rostro.

Un asunto, como el de Nourit Pered, lo plantea brillantemente. La situación política internacional agudiza el conflicto de los Estados israelí y palestino, desarrollado bajo el influjo de políticas que persiguen los fines de los Estados y que arrastran a ambos pueblos, como dice ella, a crear asesinos o asesinados, de sus propios hijos. La esfera de la familia, del amor filial, de lo más íntimo de la vida privada, es arrollada y obligada a definirse contra las razones de Estado y a favor de una razón humana como la que expresó, condenando las políticas de muerte, se ven aplastadas o arrolladas por esas políticas que tienen su respaldo y sus nutrientes en la cultura prevaleciente.

* Basado en un artículo de Nourit Pered publicado en Le Monde Diplomatique, octubre 1997, reproducido por Masiosare, La Jornada, el 16 de diciembre de 2001

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