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Jeremías Marquines

APUNTES DE UN VIEJO LEPERO

La sicología del mexicano

Cuando se pasa revista crítica a las actitudes, declaraciones y formas de comportamiento de los personajes públicos del estado: políticos, “artistas”, promotores culturales, líderes universitarios, “periodistas”, dirigentes partidarios y demás fauna de lo que llamamos “la opinión pública” local, no se puede dejar de pensar en el legendario ensayo La sicología del mexicano, escrito ya hace bastante por Samuel Ramos.

En varias de las ideas anotadas en este ensayo por el filósofo de El perfil del hombre y la cultura en México, no se puede estar totalmente de acuerdo, pero en otras muchas es diabólicamente atinado y ahora que comienza otro año es bueno recordar esa caracterología que hizo de los mexicanos.

La tesis principal de Ramos es el sentido de inferioridad que agobia a los mexicanos. El mexicano no es inferior, dice, sino que se siente inferior y se traduce como una ilusión colectiva el resultado de medirse con una escala de valores muy alta, correspondiente a sociedades de edad avanzada. Cuando el mexicano niega su inferioridad, sólo la reitera y da sentido a la tesis de Ramos.

Así, el mexicano, al no poder corresponder a esta escala de valores por méritos propios, todo su esfuerzo se traduce en ocultar el sentimiento de inferioridad que esto le produce y lo logra falseando la representación del mundo externo y la imagen que tiene de sí mismo, para exaltar la conciencia que tiene de su valor.

En Guerrero esto último es muy socorrido, muchos de nuestros personajes públicos buscan por todos los medios formarse una imagen diferente de sí mismo, viven un proceso de ficción; se afanan en la búsqueda de espacios privilegiados. Si publican en un periódico quieren que su nombre aparezca repetido en muchos más; si escriben y declaman rimas ya son poetas, si publican un libro mediocre y falto de talento ya son escritores, si escriben un como artículo ya son columnistas o periodistas; si pintan un paisaje, ya son artistas plásticos; sin son grillos de colonia ya son políticos; si trabajan en la universidad ya son académicos, si por casualidad aparecen en la radio o la televisión ya son locutores, aun cuando sus dotes intelectuales no satisfagan los requisitos necesarios para ostentar tales responsabilidades.

Son coleccionistas de grados curriculares; siempre buscan aparentar ser muy importantes y para vencer el sentimiento de menor valía se ufanan de amistades que ellos consideran más importantes y superiores moralmente, aunque luego terminan por negarlas. Es por esta razón que en sus pláticas siempre tratan de decir: “ayer fui de gira con el gobernador; yo comí con el diputado fulano o con el senador mengano o, yo tengo una foto con el alcalde sutano, el cura tal o el director de tal periódico es mi amigo”, y así, hasta el hartazgo. Pero en la jerarquía económica este individuo es menos que un proletario y en la intelectual y política un primitivo.

Por eso esta verdad desagradable –cito a Ramos– y toda circunstancia exterior que pueda hacer resaltar el sentimiento de menor valía provocará una reacción violenta en el individuo con la mira de sobreponerse a la depresión que le provoca. Tales reacciones son de un desquite ilusorio de su situación real en la vida, que es la de un cero a la izquierda.

Este mexicano necesita un punto de apoyo para recobrar la fe en sí mismo, pero como está desprovisto de todo valor real tiene que suplirlo con uno ficticio: la virilidad. Por eso el habla del mexicano abunda en alusiones sexuales que revelan una obsesión fálica… En sus combates verbales atribuye al adversario una femineidad imaginaria, reservando para sí el papel masculino. Con este ardid pretende afirmar su superioridad sobre el contrincante y humillarlo. Los dirigentes y lidercillos de partidos políticos locales son muy dados a usar este recurso contra sus adversarios.

Todavía se recuerda la frase aquella de un conocido senador perredista que dijo: “Al chile, el que juega se aguanta”. En el estado una de las formas más frecuentes de descalificación del adversario político, cuando ya todos los argumentos han fallado, es decirle: “ese es puto”, y la otra, simplemente decir “no lo conozco”, cuando de todos es sabido que es lo contrario. En todas estas frases está presente, casi siempre, la falta de principios y un profundo sentimiento de inferioridad.

El mexicano, dice Ramos, imita en su país las forma de civilización más avanzadas para sentir que su valor es similar al de hombres más civilizados y formar dentro de sus ciudades un grupo privilegiado que se considera superior a todos aquellos mexicanos que viven fuera de la civilización. En esto el mexicano se revela como el más intolerante racista. Hay que ver la exclusión que hace de los indígenas y de los más pobres y también de los que no piensan igual al grupo que se considera a sí mismo privilegiado, ya sea por el poder político, académico y económico. En la UAG hoy está ocurriendo un fenómeno que bien ejemplifica esta idea.

El mexicano –es decir las y los guerrerenses– son hombres y mujeres no acostumbrados a la crítica, creen que todo lo que no es elogio va en contra de ellos, cuando muchas veces elogiarlos es la manera más segura de ir en contra de ellos, de causarles daño.

Para evadir la crítica han inventado una crítica que les acomoda pero que en realidad es una ficción más. La han llamado crítica constructiva, que no es otra cosa que elogios disfrazados. Esta es otro ardid para proteger el yo de la inseguridad de sí mismo, del sentimiento de menor valía.

Esta operación de ficción –usando palabras de Ramos– consiste en sobreponer a lo que se es la imagen de lo que se quisiera ser, y dar este deseo por un hecho. Unas veces, su deseo se limita a evitar el desprecio o la humillación, y después –en escala ascendente– el deseo de valer tanto como los demás, el de predominar entre ellos y, por último, la voluntad de poderío.

El que invoca la crítica constructiva –el desconfiado, el desvalorado de sí mismo, el que tiene sentimiento de incapacidad, de deficiencia vital– considera a los hombres y a las cosas como espejos pero sólo toma en cuenta aquellos que le hacen ver la imagen que a él le gusta que reflejen. Por eso para él es indispensable que otros hombres crean esta imagen para robustecer él su propia fe en ella.

El ejemplo más notable de este tipo de mexicano lo vemos aquí en el estado en el gobernador Juárez Cisneros y el alcalde Zeferino Torreblanca, ambos son intolerantes con la crítica pero simulan que la aceptan y toleran –y hasta por qué no, la auspician en contra de sus detractores– pero en la realidad gastan mucho dinero en fabricarse una imagen irreal de gobernante eficiente, honesto y amado. Así, su obra de fantasía se realiza por la complicidad social.

Este mexicano, no admite por lo tanto otra superioridad que no sea la suya, no escucha a nadie, su idea de la autoridad es una heredad de la frustración paterna. Cuantas veces intenta mostrar su autoridad oculta su sentimiento de incapacidad, su menor valía. Por eso repite siempre: “a mí nadie me dice qué hacer, aquí el que manda soy yo o, no actuaré por presiones y chantajes”. Es necio por desconfiado en sí mismo. Su desconfianza no se reduce sólo a los hombres que lo rodean sino que se extiende a todo cuanto existe y sucede. Considera que las ideas no tienen sentido y las llama despectivamente “teorías”, juzga inútil el conocimiento científico –cuando no les es útil a sus fines– y la cultura y el arte es algo que no logra comprender, ni tiene claro por qué existe o para qué sirve.

Concluyo, como dice Samuel Ramos, preguntando ¿si acaso será posible expulsar los fantasmas que se alojan en nuestros personajes públicos? ¿Será posible que alguno tenga el valor de reconocerse y corregir las ilusiones que forjamos diariamente como parte de nuestra personalidad?

“Los fantasmas son seres nocturnos que se desvanecen con sólo exponerlos a la luz del día”. Esa es la función de la crítica.

La contra: Espero no equivocarme, pero Rogelio Ortega puede ganar la elección del FAUG este jueves, hay que ver. Parece que ha ido corrigiendo su imagen y atemperando sus ambiciones. No es lo mismo ser poder, que ser adversario de ese poder. Ni es lo mismo ser el capitán del rector, que el enemigo del rector. Las adversidades corrigen el rumbo de los hombres, pero hay que saber escucharlas.

Por otra parte, Nelson Valle y su AEU, confirmaron las teorías de sus críticos: acarreos y reparto a discreción de los bienes y recursos de la UAG, complicidades de universitarios corruptos y corruptibles para simular una consulta a todas luces amañada. Ayer, el priísmo universitario funcionó bien para imponer a Nelson Valle, que Arturo Contreras ni llore por prestarse al juego.

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