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Federico Vite

Chéjov se habría enamorado de mí

El texto Demasiada felicidad, de Alice Munro, es el último del libro homónimo, publicado por primera vez en castellano en el 2010 (Mondadori). En 61 páginas, Munro disecciona los últimos días de la políglota, matemática y novelista Sofia Kovalevski. Toma de la realidad un argumento, al igual que Carver con Tres rosas amarillas, para honrar la humanidad e ingenio de una persona que fenece. “He limitado mi relato a los días que desembocaron en la muerte de Sofía, con escenas retrospectivas de su vida anterior, pero animo, a quien pueda interesar el tema, a que lean el libro de Don. H. Kennedy: Little sparrow: a protrait of Sophia Kovalevsky (Ohio University Press, Athens, Ohio, 1983)”, dice la cuentista canadiense sobre el texto que le dio fama. Estas dos estalactitas de la narrativa anglosajona de América se recuestan en Chéjov para crear, desde la estética del realismo, una elegía.
Los textos de Munro no son breves, van a contra pelo de lo que en Latinomérica se considera un cuento; pero tampoco tienen la progresión dramática de una novela. Ella explica de una manera muy simple la estructura de sus relatos: “Acudo a historias que violentan la forma de los cuentos (short story), pero tampoco poseen los elementos acumulativos de una novela. Simplemente cuento historias de forma tradicional”. Estamos ante un organismo anfibio, algo que respira como cuento pero repta como novela. El lector dirá, en este momento, que estamos frente a relatos. Quizá sea reduccionista, pero definamos de esa manera las características estilísticas de uno de los textos de Munro.
En Tres rosas amarillas Raymond Carver detalla la agonía de Chéjov y en Demasiada felicidad se narran los últimos días de Sofía Kovalevski, pero no desde la cama en un hospital (como es el caso de Chéjov), sino desde los viajes de Sofía, donde todos los personajes ven a la protagonista como un enemigo, alguien que por talentoso debe caer y ser exhibido a manera de escarmiento. Sofía linda entre la defensa de sus ideales y el intento de realización amorosa.
Más que un relato en el que se recrean los escenarios, logros y conquistas de Kovalevski, Munro reflexiona sobre la sensibilidad de una mujer inteligentísima que no se abochorna al sentir la necesidad de mostrar su amor de la forma más simple: concediendo tiempo y vida al otro. Claro, eso implica una desatención al trabajo, pero Sofía combinó muy bien ese aspecto y eso la hace más grande aún. Me llama mucho la atención que Demasiada felicidad sea, de los diez relatos del libro, el único en el que la autora cambia de registro: se vuelve más detallista en las descripciones, recurre al monólogo para consumar la creación de Sofía como parte de un continente literario y enfatiza el oficio, así como las preocupaciones vitales, de la protagonista. Es un texto raro en el libro, una rara avis que propicia la catarsis del lector.
Munro conoció a Kovalevski en una enciclopedia. “La combinación de novelista y matemática despertó inmediatamente mi interés y empecé a leer cuanto encontraba sobre ella. El libro de Don H. Kennedy me cautivó más, y por eso he de dejar constancia de mi infinita gratitud, de mi deuda con Don y su esposa, Nina, descendiente colateral de Sofía, que me proporcionaron cantidades ingentes de textos traducidos del ruso; entre ellos, parte de los diarios de Sofía, cartas y otros escritos, documentos con los que pude entender las motivaciones y la obra de este personaje”, relata.
Y si uno se pregunta, ¿por qué un libro —en el que el mal, inevitable y progresivo, se apropia con naturalidad de lo bello– se titula Demasiada felicidad? “Demasiada felicidad” fue la última frase de Sofía. Antes habló de un nuevo proyecto literario y de los bríos con los que debía encarar sus investigaciones matemáticas. Esas palabras, dichas obviamente en ruso, son el eterno resplandor de una mente sin recuerdos.
En algunas de las entrevistas, Munro suele ponerse coquetona, habla de sus enamoramientos ficticios, de las amigas con las que hubiera deseado comadrear (esencialmente escritoras), pero me atrapó una disquisición acerca de los motivos extraliterarios que ella experimentó mientras estaba trabajando en Demasiada felicidad. No se trata de un flirteo, sino de una duda legítima sobre la posible atracción de un hombre admirado por la canadiense: “Mientras escribía esa historia, pensaba en Chéjov. Si él se habría enamorado de mí, de haberme conocido, claro. Creo que no, a los hombres no les gustan las mujeres como yo. Pero quién sabe, él finalmente se casó con la actriz Olga Knipper que arrastraba su propia fama. Sí, es posible que yo le hubiera gustado. ¿Mi obra? Sin duda que al leerme se habría enamorado de mí”. Que tengan buen martes.

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