Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Aurelio Peláez

México no hubiera sido campeón Mundial de Futbol, pero el quinto partido no hubiera estado mal. Chance y hasta se llegaba al sexto, pero no más. Ahora hay que superar la nostalgia, esa que nos acicatean los titulares de los diarios expuestos en los tendederos de los puestos de revistas sobre lo pasado el domingo.
No nos animamos a hojear ninguno, excepto el español El País que nos aparta de rigor el puestero. Tras un capuchino en el Café leemos: “El futbol fue tan cruel con México como infieles con la pelota fueron los mexicanos cuando le hicieron el desplante tras ponerse por delante en el marcador”.
Toda la tarde del domingo y la mañana del lunes está poblada de suspiros.
–Debió meter al Gullit –oía la tarde anterior a un vecino de mesa en cantina que me hospeda ciertos domingos. Cinco minutos después su acompañante le contesta: “Sí”, sin separar la vista de una torta de milanesa escasamente mordida.
El dueño del lugar, proclive al masoquismo, pone un noticiero deportivo donde repasan las acciones del partido, y los clavados del Robben.
–Pinche pelón –suelta Án-gel de la guarda, políticamente incorrecto.
Afuera, un niño de siete años, aún con la playera verde de la selección puesta, corretea feliz tras un balón. Éste es su primer fracaso mundialista y no tiene la dimensión de lo que hemos padecido los mexicanos con veteranía en los fracasos.
–¿Y ahora qué a qué equipo le vamos a ir?
Esa duda siguió hasta el lunes, mirando el Alemania-Argelia y recuerdo una anécdota del escritor macedonio Vladimir Dimitrijevic (La vida es un balón redondo, Editorial Sexto Piso, 2010), que recoge la famosa frase atribuida al delantero inglés Gary Lineker que define al futbol como “un deporte donde juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania”.
Ángel de la guarda recuerda una película europea –cuyo nombre ha perdido–, la historia de un equipo de futbol de pueblo perdedor, donde al medio tiempo el entrenador reprocha al portero un gol facilón.
–Perdón –se justifica el portero–, cometí un error, abrí las piernas.
–¡La que cometió el error al abrir las piernas fue tu madre! –levanta la voz el entrenador. Un largo silencio, después todos ríen y se abrazan. Regresan unidos al campo y reciben otros tres goles.
A qué viene la anécdota, a saber, pero entonces Ángel de la guarda se levanta y da un manotazo en la mesa.
–¡Colombia, ellos nos vengarán!

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