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Héctor Manuel Popoca Boone

Cuento chino

Una queridísima amiga me lo mandó por correo electrónico. Me gustó. Lo comparto. En estos tiempos propicios de reflexión, vale el corolario del cuento: la fuerza de la verdad, tarde que temprano, se impone y retribuye a quien la sostiene.

Se cuenta que allá por el año 250 aC, en la China antigua, un príncipe de la región del norte del país estaba por ser coronado emperador, pero de acuerdo con la ley, el debía casarse antes. Era soltero.

Sabiendo esto, decidió hacer una competencia entre las muchachas de la corte para ver quién sería digna de su propuesta matrimonial.

Al día siguiente, el príncipe anunció que recibiría en una celebración especial a todas las suspirantes y pretendientes. Las sometería a un desafío o prueba.

Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los comentarios sobre los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija tenía un sentimiento profundo de amor por el príncipe.

Al llegar a la casa y contar los hechos a su joven hija, se asombró al saber que ella quería ir a la celebración. Sin poder creerlo, la madre le preguntó: “¿Hija mía, qué vas a hacer allá? Todas las muchachas más ricas y bellas de la corte estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo, pero no hagas que el sufrimiento se vuelva locura”.

Y la hija respondió: “No, querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás seré escogida, pero es mi oportunidad de estar, por lo menos, por algunos momentos cerca del príncipe. Esto me hará feliz”.

En el día señalado para la celebración, la joven llegó puntualmente a palacio. Allí estaban todas las muchachas más bellas, con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más fijas y determinantes intenciones.

Entonces, el príncipe anunció el desafío: “Daré a cada una de ustedes una semilla. Deben cultivarla con amor y hacerla crecer. Aquella que me traiga la flor más bella dentro de seis meses será escogida por mí, como esposa y futura emperatriz de China”. La propuesta del príncipe seguía las tradiciones de aquel pueblo, que valoraba mucho la vocación de cultivar algo: costumbres, amistades, virtudes, capacidades, etc.

El tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en las artes de la jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura su semilla, pues sabía que si la belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse con el resultado.

Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó todos los métodos que conocía, pero nada había nacido. Día tras día veía más lejos su sueño, como más profundo era su amor por el príncipe.

Por fin, pasaron los seis meses y nada había brotado. Conciente de su esfuerzo y dedicación, la muchacha le comunicó a su madre que, sin importar las circunstancias y resultados, ella regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas, sólo para estar cerca del príncipe por unos momentos.

En la hora y el lugar señalados, ella estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras pretendientes tenían una flor, cada una más bella que la otra, de las más variadas formas y colores. Ella estaba admirada. Nunca había visto flores más bellas.

Finalmente, llegó el momento esperado. El príncipe observó a cada una de las pretendientes y sus flores respectivas con mucho cuidado y atención. Después de pasar por todas, una a una, anunció su veredicto: aquella bella joven con su vaso vacío sería su futura esposa.

Todos los presentes tuvieron las más inesperadas reacciones. Nadie entendía porqué él había escogido justamente aquella que no había podido cultivar nada.

Entonces, con calma el príncipe explicó: “Esta joven fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles”. 

PD1. Si para vencer, estuviera en juego tu honestidad, pierde; y siempre serás, a la larga, un vencedor.

PD2. No midas tu riqueza por el dinero que tienes. Mídela por todo lo que tienes sin necesidad del dinero.

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