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Jorge Zepeda Patterson

  Los lamentos de Fox

Horas después del fracaso de la reforma fiscal en la Cámara, el Presidente Vicente Fox y el secretario de Gobernación Santiago Creel se quejaron amargamente de los engaños y de la irresponsabilidad de sus rivales. Sus lamentos casi inspiran ternura por su ingenuidad: ¿de veras esperaban otra cosa?

Todos estamos de acuerdo en lo escandaloso del comportamiento del PRI, en el oportunismo de sus decisiones en la Cámara y en el liderazgo torcido y siniestro de Roberto Madrazo. Pero el tema de fondo es otro: ¿Cómo fue que ese tema tan “decisivo” para el país quedó en manos de una negociación entre Madrazo y Elba Esther Gordillo? Peor aún, ¿cómo diablos sucedió que el verdadero operador político del gobierno y del PAN haya sido la señora Gordillo? ¿Cuán abismal es la falta de oficio del régimen que el paladín de su principal batalla es una maestra multimillonaria que procede del peor de los corporativismos? ¿Cómo es posible que el futuro del país lo estén decidiendo dos dinosaurios de pésima reputación, tres años después de que el PRI fue expulsado de la silla presidencial?

Así pues, antes de desgarrarse las vestiduras y llamarse a engaño, el mandatario tendría que hacer una revisión de su propio comportamiento y explicar a la nación cómo fue posible que el gobierno, y de paso el país, acabara siendo rehén de estos mafiosos.

Desde luego no hay un solo motivo. En estricto sentido es culpa del electorado que en el verano del 2003 el PRI haya obtenido 222 escaños en la Cámara (de un total de 500) y, por consiguiente, un inmenso poder. Pero también es cierto que ese voto tuvo mucho que ver con el fracaso del régimen para satisfacer las expectativas que había despertado Fox en el 2000. La derrota del PAN tres años después fue más un voto de castigo contra el gobierno que una victoria del tricolor.

Esas son las razones estructurales. Son lamentables, pero hasta cierto punto explicables (la inexperiencia, el entorno mundial desfavorable, etc.). Lo que no es explicable, en cambio, es la absoluta falta de ajustes políticos por parte de Los Pinos para una segunda mitad de sexenio de cara a un poder legislativo hostil. En el primer trienio la Cámara de Diputados era terreno de nadie por el empate y mutua neutralización de fuerzas; en el segundo trienio, en cambio, es territorio del PRI y sus aliados. Pero el gobierno no hizo nada, a pesar de que sabía que justamente éste sería el campo de batalla decisivo. Es la misma incapacidad que mostraría un director técnico que, con un equipo defensivo, resulte dominado y goleado 2 a 0 en el primer tiempo, y que en la segunda mitad se niega a modificar su esquema y sus jugadores. Los aficionados tendríamos que preguntar ¿y los cambios?

El gobierno tuvo un pésimo primer trienio, tanto en lo que toca a su estrategia de juego, como a la elección de jugadores. Santiago Creel, el responsable del área política, ha intentado ser el árbitro lejano de los conflictos entre los actores sociales. Ha sido una especie de Suprema Corte que decide en última instancia (y casi siempre para lavarse las manos) sobre los temas que le competen. Se agradece la ausencia de mano dura en el manejo de conflictos. Pero un nuevo régimen habría requerido un operador político de enorme dinámica para promover alianzas, neutralizar oposiciones, impulsar proyectos. Es enorme la capacidad de negociación que tiene el Estado mexicano cuando usa su poder con habilidad y visión estratégica. El fracaso del nuevo aeropuerto es un monumento a la incapacidad para usar ese poder en beneficio de la nación. ¿Cómo construir un nuevo país si el responsable del trabajo difícil, la construcción de alianzas, quiere nadar de a muertito para llegar a la Presidencia sin raspones en el 2006?

No es de extrañar que frente a estos vacíos, la operación política del régimen esté desdibujada. Se encuentra fragmentada entre personajes como Martha Sahagún, Alfonso Durazo (particular del Presidente), Diego Fernández de Cevallos y Ramón Muñoz, entre otros, además de Santiago Creel y los bomberazos en los que el propio Fox tiene que involucrarse.

Lo más preocupante es la falta de un proyecto político para la Cámara misma. La elección para la actual legislatura fue del todo desafortunada. Francisco Barrio es un político honesto (aunque su operación de corazón en Estados Unidos pagada por los impuestos, no dejó un buen sabor), pero sin mano izquierda para el cabildeo. Más allá de eso, la más elemental noción política indicaría que no se puede designar como embajador ante los priístas a aquél que fungió como su inquisidor durante los tres años anteriores. Investigó y denunció al PRI por la transferencia de Pemex a la campaña electoral, entre otras cosas. ¿A quién se le ocurre designarlo como coordinador de una fracción en minoría cuya tarea consistirá en negociar en la Cámara con la aplanadora priísta para lograr votaciones favorables al gobierno?

En resumen, la razón para haber dejado en manos de Elba Esther la operación de los intereses del gobierno no es otra que la propia  incapacidad política. Convendría recordarlo en medio de los lamentos. [email protected]

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