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Jesús Mendoza Zaragoza

La fragilidad redimida


 Con las fiestas navideñas, en diciembre se genera y se desarrolla un ambiente –ya fantasioso y artificial ya real y auténtico– que favorece la percepción mística de la vida, dando la oportunidad a las personas y a las familias de considerar y ponderar el sentido de la vida y el valor de la existencia. Este tiempo de fiestas abre una particular perspectiva para colocarse delante de las dimensiones más hondas y trascendentales de la vida para recoger su significado y fortalecer el deseo de vivir. Por esta razón, en cierta forma, la Navidad nos pone a prueba a todos en cuanto que la memoria de Aquél que, según los cristianos, siendo Dios se hizo un hombre frágil y mortal, se ha convertido objetivamente en el punto de referencia fundamental de la humanidad.

Este contexto navideño puede descubrir al ser humano sus grandes fragilidades, en gran parte, inducidas por la sociedad en la que vive. La fragilidad de las instituciones como el matrimonio y la familia zarandeadas por “modelos novedosos” de vida sustentados en el hedonismo y el relativismo ético, la fragilidad de quienes son dependientes de los mensajes de los medios de comunicación social para forjar su imagen y su destino, la fragilidad de quienes han exaltado el consumismo como la referencia de su vida, la fragilidad de quienes sólo tienen ojos para ver la satisfacción inmediata de sus deseos y pierden de vista lo que trasciende el momento hacia el futuro, la fragilidad de quienes han emprendido una frenética carrera hacia el solo bienestar material. Todas estas fragilidades saltan a la vista, tarde o temprano, en la vida de cada ser humano y en el curso de la historia de la humanidad.

Y estas fragilidades se pueden disimular y esconder por temporadas pero no por largo tiempo. Muchos que ofrecen una imagen pública de fuerza y de seguridad, no hacen otra cosa que reprimir debilidades e inseguridades. Machistas, autoritarios, apáticos y superficiales son sólo pusilánimes que no soportan sus fragilidades y no pueden manejar sus fobias. Y la sociedad de la “imagen pública” reproduce hombres y mujeres frágiles que no se soportan a sí mismos y tienen que maquillarse máscaras para sobrevivir, descuidando la intimidad y la autenticidad. Y esta es una dinámica peligrosa para la convivencia social que necesita de personas consistentes, hechas de gran fuerza espiritual y abiertas a la construcción de una sociedad más justa y fraterna.

Pero una sociedad consumista que vive agobiada por el imperativo de satisfacer necesidades inmediatas, que ha exaltado la autonomía del individuo con respecto a los valores más humanos cuando todo está permitido, no hace más que someter a la agonía lo más valioso del ser humano: el significado de su vivir, la trascendencia de sí mismo y el valor del amor, del amor divino de Aquél que nació en el pesebre de Belén con una propuesta entera y disponible para quien quiera vivir en la perspectiva de la plenitud.

Navidad nos ofrece la oportunidad de asomarnos a esa dimensión de lo humano donde tienen sus raíces los gestos más nobles y valiosos que la humanidad ha realizado en toda la historia. Hay que percatarse de ese sitio íntimo ubicado en el centro de cada persona con necesidades poco valoradas y poco atendidas y que son básicas para edificar seres humanos solidarios y capaces de ser coherentes consigo mismos, capaces de visualizar horizontes tan amplios como la humanidad misma, capaces de vivir basados en la verdad y de trabajar por la justicia sin venderse por platos de lentejas, capaces de resistir en tiempos de sufrimiento sin vender los principios de vida. Estas necesidades no se satisfacen con dinero ni con influencias, ni con cosas ni con cuotas de poder, ni con aguinaldos ni con compras; sólo se llenan con encuentros íntimos, personales y comunitarios, cargados de amor y de libertad: encuentro con el frágil Dios del pesebre y encuentros con los frágiles seres humanos que sólo se edifican a sí mismos en la medida en que se abren a los demás. Aquí está la fortaleza del ser humano, del creyente y del cristiano, en la medida en que llena su fragilidad con el Otro y con los otros y logra ser persona como la segunda persona de la Trinidad. Es la vinculación con el Otro y los otros como la frágil paz se hace sólida y los esfuerzos por la justicia se hacen consistentes, y donde podemos superar la fragilidad radical de la muerte con la Vida Eterna que se nos ofrece.

Si bien la Navidad es una oportunidad para reconocernos frágiles, es decir, humanos, lo es también para sabernos redimidos y capacitados para superar dichas fragilidades. De otra manera, otra Navidad habrá pasado de balde.

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