Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

 ¿Y ahora qué hacemos?

Dicen que a todo se acostumbra uno, menos a no comer, pero creo que dicen mal, porque a lo largo de mi vida he visto trece mundiales de futbol y en once de ellos (porque a dos no clasificamos) he visto perder a la selección mexicana… y sigo sintiendo bien gacho.
Por eso yo corregiría diciendo que a todo se acostumbra uno, menos a no comer y a ver perder a la selección en el Mundial de Futbol.  De hecho, creo que conforme pasan los años y los mundiales, las derrotas nacionales se sienten más gacho.
Digo, sinceramente, antes uno estaba consciente de las limitaciones competitivas de los nuestros y pues eran menos amargos los tragos y más fácil tragarlos. Neta, sólo los masoquistas (que abundaban desde entonces) albergaban esperanzas más allá de la fase de grupos y para la alegría bastaban una victoria, dos empatitos, o de jodido que no hiciéramos ridículos globales recibiendo golizas escandalosas.
Al menos así fue hasta 1986, cuando el mundial regresó a México y Hugol ya era pentapichichi, y na´ más por eso decíamos que los ratones verdes ya eran tlacuaches y que los jugadores ya habían perdido miedo y complejos, y ganado carácter y personalidad, así que sobraban motivos para la ambición y exigir el cuarto partido, y poner changuitos para ahora sí llegar al quinto.
Y como luego unos chavitos nos hicieron campeones mundiales juveniles, y los grandes campeones olímpicos, pues había motivos para la soberbia así que dijimos que por qué no, sí se puede, cómo chingaos no, vamos por el quinto, sexto, séptimo y hasta el glorioso y consagratorio octavo partido, o sea la mera final… y quién quita los rivales se atarugan y nos traemos la copa.
Pero… no se ha podido, y en este mundial carioca no se pudo ni el quinto partido, porque a pesar de que seguimos jugando como nunca, seguimos perdiendo como siempre… y sintiendo cada vez más gacho.
Porque de nada sirve al desconsuelo farfullar que si el pinche Mejía Barón hubiera metido a Hugo Sánchez, si el pinche Luis Flores no hubiera fallado el gol ante Alemania, si el pinche Maxi Rodríguez no nos hubiera metido un golazo, si le hubiéramos ganado a los pinches gringos, o si el pinche árbitro no se hubiera tragado el clavado del pinche Robben… porque el pinche hubiera, como es de sobra y de todos conocido, es un tiempo verbal inexistente.
“Bájale dos rayitas, no pasa nada, es un pinche juego, no es el fin del mundo”, farfullan malvibrosos y socarrones los anti-futbol. “¿Cómo que no pasa nada?”, respondemos rete depres los enajenados fanáticos. “Para empezar, se siente gachísimo perder. Y para terminar, hay que volver a la triste y desconsoladora realidad, que no deja a los mexicanos lugar, motivo ni tiempo para la esperanza lúdica e irresponsable de ser, algún día, campeones del mundo en algo.
O como dijo, con certero agüitamiento, el usualmente certero Aurelio Peláez en su muro de Facebook: “¿Y ahora qué hago?”

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