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Raymundo Riva Palacio

PORTARRETRATO

* El Golden Boy

Hace poco más de siete años, Enrique Peña Nieto tenía como máxima aspiración ser senador. Había esperado que el gobernador del estado de México, Arturo Montiel, lo iluminara con su dedo y lo hiciera el candidato sucesor. Peña creía, sin embargo, que la designación recaería en el entonces procurador, Alfonso Navarrete Prida. Lo mismo pensaba él, e ignoraba las insistentes llamadas telefónicas que le hacía.
A través de un tercero, Peña Nieto logró un encuentro con Navarrete Prida en el Churchill´s, un decadente restaurante en la ciudad de México, lugar donde algunos de sus negociaciones políticas en los últimos años se forjaron. Le planteó un pacto: si el otro era seleccionado por Montiel como candidato, el perdedor lo apoyaría. Peña Nieto sentía que Navarrete Prida no lo tenía entre sus afectos, pero quería amarrar un acuerdo para que en el momento en que fuera ungido, lo ayudara para ir al Senado.
Contra lo que esperaba Peña Nieto, a él escogió Montiel, en un acto consistente con el proyecto político que había impulsado un grupo de jóvenes en su equipo, encabezado por su secretario particular, Miguel Sámano, llamado Los Golden Boys. El mote había salido de la oficina del secretario de Gobierno mexiquense, Manuel Cadena, político de una generación arriba de esos jóvenes, que los llamaban así porque brillaban colectivamente.
Individualmente sólo Sámano acumulaba y ejercía el poder. Era la cabeza de un pelotón de jóvenes políticos donde Peña Nieto era el menos conspicuo. Detrás del poderoso secretario particular de Montiel se encontraba Carlos Rello, que había sido coordinador de su campaña para gobernador y en el gobierno le habían encomendado la Secretaría de Economía. Después estaba Luis Miranda, subdirector de Asuntos Jurídicos del gobierno, pero responsable de establecer la relación política y mantener los lazos bien aceitados con algunas de las celebridades del PRI, como el ex presidente Carlos Salinas. Peña Nieto, más tímido que el resto, venía en la cola.
La diferencia entre Peña Nieto y el resto, era que tenía la alcurnia mexiquense. Había nacido en Atlacomulco, pero no como Sámano, nativo también de ese municipio, que tuvo que construir su carrera a codazos, sino entre sábanas de seda. Tenía parentesco con el ex gobernador Alfredo del Mazo, quien fue precandidato a la Presidencia de la República, y un vínculo lejano con el mismo Montiel, lo cual, en la pirámide jerárquica del poder, ayudó. Qué tanto influyó esto en su designación como candidato, no es algo de lo que se hable, como sí de la influencia de Los Golden Boys sobre Montiel.
Peña Nieto fue candidato exitoso y gobernador del estado de México. A Navarrete Prida, con quien había hecho un pacto, simplemente lo ratificó en el cargo de procurador y luego  lo hizo diputado federal. A Sámano, su ex jefe político, lo hizo a un lado, y sólo ha podido rehacer su carrera en el Partido Verde. Rello, que fue perseguido junto con Montiel por enriquecimiento, es consultor privado exitoso. Sólo Miranda, de ese grupo, siguió con poder.
Miranda era el alter ego de Peña Nieto, que lo hizo secretario de gobierno. Él era realmente su delfín en el estado de México, pero era legalmente imposible, pues por estatuto no podía aspirar a la gubernatura sin antes haber tenido un puesto de elección popular. Peña Nieto, que es pragmático, no quiso gastar capital político en esa pelea, porque estaba guardando municiones para su candidatura presidencial.
Cuando llegó el momento de elegir sucesor, su primo segundo Alfredo del Mazo, presidente municipal de Huixquilucan, era el hombre. La decisión, tomada un jueves, cambió el viernes, cuando al emisario que envió Peña Nieto para hablar con el finalista, Eruviel Ávila, le respondió: entiendo la decisión; espero que entienda la mía. El mensaje no era críptico. Ávila había sido invitado por el líder del PRD, Jesús Zambrano, a ser su abanderado. Si no iba por el PRI, iría por la izquierda. Peña Nieto reculó.
La elección para gobernador en el estado de México con Ávila como candidato del PRI, fue un día de campo. Arrasaron. Era la prueba final que necesitaba Peña Nieto. “Si no ganó en el estado de México”, decía el gobernador, “no puedo ser candidato presidencial”. Estaba decidido. La estación de despegue para 2012, salía en 2011. Fue la corroboración de que su carrera hacia la Presidencia iba a toda velocidad.
Peña Nieto conquistó la candidatura sin despeinarse. En el camino se fue quitando lastres y reajustando su equipo. Hacía tiempo que Los Golden Boys, como grupo político, había terminado su ciclo. El candidato se rodeó de nuevos aliados como Luis Videgaray, su coordinador de campaña, a quien conoció cuando se lo envió a Montiel el ex secretario de Hacienda salinista Pedro Aspe para que le limpiara las finanzas, o como el hidalguense Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Organización del PRI, de quien se hizo amigo cuando comenzaron juntos su gestión como gobernadores.
Pocos recuerdan al tímido Peña Nieto de hace 10 años, cuando iba detrás de Sámano, de Rello y de Miranda. Hoy no tiene los temores y la incertidumbre de hace más de siete años, sino al contrario. Está empapado de poder y ambición, de confianza y, también, no poca cosa, de la soberbia de quien se siente ganador en el pasado, y vencedor en el presente. Le faltan, sin embargo, escasos dos meses para que lo que piensa sea realidad y el Golden Boy llegue a una meta que no había soñado.

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