Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Cuauhtémoc Sandoval Ramírez

   De Iguala a Chicago

La frontera entre México y Estados Unidos es una de las más largas  y a la vez una de las más complejas del mundo, cuya denominación se le ha llamado tanto fronteras de cristal, de acuerdo al libro de Carlos Fuentes; fronteras clarificantes según el antropólogo residente en Riverside, California, Michael Kearney, o bien fronteras reforzadas, aludiendo a su militarización. También se ha dicho que somos vecinos distantes. Más recientemente el ex embajador Jeffrey Davidow usó la parábola de El oso y el puercoespín (Editorial Grijalbo, nov. 2003)  y no falta quien nos recuerde constantemente la famosa frase de “pobre México, tan lejos de dios y tan cerca de Estados Unidos”.

Generalmente, se conoce a la frontera bajo la óptica de su numeralia: 3 mil kilómetros de extensión geográfica, con un millón de cruces diarios. Recientemente, por el número de víctimas entre la gente que  cruza por los lugares más recónditos, así como por el incremento en el número de las deportaciones. En el terreno económico, se ha destacado que en este año las remesas de los migrantes llegarán a la cifra récord de 12 mil millones de dólares, que ubicará a estas divisas en el número uno por encima de los ingresos por petróleo y turismo.

Pero casi nunca se examina nuestra frontera común a lo largo de más de 150 años bajo el cristal de la discriminación, el racismo, la violencia, la sexualidad, la fascinación mutua, el rencor y el sufrimiento, tal como lo describe magistralmente nuestro Carlos Fuentes, en su libro Fronteras de cristal (Editorial Alfaguara, México, 16ava. Edición, 2003) a través de personajes que rayan desde el servilismo hasta la grandeza, que forman parte de la familia de los Barroso.

Fronteras fragmentadas es el título de un libro editado por el Colegio de Michoacán, 1999, que reúne a casi una treintena de investigadores de ambos lados que examinan a  “los actores sociales con visiones novedosas acerca de prácticas culturales, religiosas, educativas, sociales y políticas”. Desafortunadamente, fue editado hace cuatro años con un tiraje limitado de mil ejemplares, por lo que su acceso es prácticamente nulo.

De las casi 600 páginas del libro, he escogido para comentar dos artículos que me parecieron interesantes. Uno es el de la doctora Judith A. Boruchoff, antropóloga de la Universidad de Chicago, quien ha hecho estudios sobre la comunidad mexicana en esa ciudad, sobre todo centrando su atención en migrantes originarios del municipio de Iguala, a quienes les ha seguido sus pasos y su caminar, como dijera el cantante español Víctor Manuel,  en una distancia geográfica equivalente a la que existe entre París y Moscú.

Así, al investigarlos en sus lugares de origen, los igualtecos también trasladan sus costumbres y aficiones deportivas. Es posible ver en sus comunidades no sólo modernos aparatos electrónicos, sino también pegatinas del equipo de baloncesto los Chicago Bulls y por supuesto de los equipos de béisbol de los Cubs y de las Medias Blancas de Chicago. Si hubiera sido escrito en estas fechas, hubiera reflejado la expectación por el espectacular ascenso de la carrera beisbolística del pitcher mexicano Esteban Loaiza.

A su vez, en Chicago, los igualtecos colocan banderas mexicanas en los espejos retrovisores de sus camionetas y autos, además de calcomanías que dicen Guerrero, y aún en invierno es posible verles con los huaraches que se usan en la región. Se comunican casi diariamente por teléfono e Internet, así como con el envío recíproco de videos, que permiten ver la navidad con nieve en Chicago, mientras que la otra parte de la familia suda la gota gorda bajo los tamarindos de Iguala. En los videos se transmiten las vivencias familiares, las bodas, los 15 años, los bautizos, las fiestas del santo del pueblo, la fiesta de muertos e incluso mensajes de amor.

El estudio concluye que “los guerrerenses están contribuyendo activamente a definir los significados de su participación y ubicación dentro de sistemas nacionales y en esferas político-económicas más amplias”. Para rematar, señala que “la creación de continuidades a través de la frontera internacional por los guerrerenses y otros mexicanos presenta desafíos a las prácticas convencionales del nacionalismo y a los entendimientos del Estado-nación”.

El otro artículo que quiero comentar es el de la doctora Mariángela Rodríguez, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), quien publica un ensayo sobre Formas de expresión en una comunidad trasnacional: 5 de Mayo Mexicano y Chicano en Los Ángeles, California, que es el resultado de una investigación de más de dos años y que se concretó en el libro Identidad, mito y rito. Chicanos y mexicanos en California que está a punto de ser reeditado por Porrúa, publicado también en inglés por la Universidad de Stanford.

El artículo empieza con un recorrido histórico, señalando que las primeras referencias de la mayor fiesta mexicana y latinoamericana en Estados Unidos se remonta a 1867, cuando se celebra el triunfo de las tropas campesinas e indígenas encabezadas por el general Zaragoza en la Batalla de Puebla, destacándose que el héroe de esta batalla había nacido el 24 de marzo de 1829 en Bahía del Espíritu Santo “cuando Tejas era nuestro”.

Mariángela nos relata que llegó a Los Ángeles el 29 de abril de 1992, fecha en que estallaron las revueltas en esa ciudad por el caso de Rodney King, por lo que se suspendió la celebración del 5 de Mayo mexicano y latinoamericano, sin embargo se efectuó la celebración chicana en East Los Angeles, uno de los enclaves mexicanos desde los años treinta, debido a su cercanía con los campos de cultivo, aunque hoy se ha convertido en una zona comercial.

En la celebración chicana se presenta la batalla de Puebla como la gran victoria de México en contra del invasor extranjero, y se le compara con el 4 de julio, aniversario de la independencia estadunidense y con la toma de la Bastilla en París. Sus señas de identidad son la bandera mexicana, la bandera de Aztlán, el calendario Azteca, Zapata, Flores Magón y la virgen de Guadalupe, así como la danza de los Concheros. César Chávez personifica el símbolo chicano “que no remite a México, sino a la experiencia de los mexicanos en Estados Unidos”.

La otra fiesta, la de los mexicanos y hoy extendida a todos los latinoamericanos, se le denomina la Fiesta Broadway que “constituye un espacio de integración social, importante en la medida en que crea sentimientos de pertenencia para los desarraigados inmigrantes pobres de México y de América Latina. En este sentido tiene una importante función simbólica de identidad”.

La Fiesta Broadway tiene dos símbolos distintivos: por un lado el idioma español y por el otro la televisión “que tiene el poder de vincular las experiencias más dispersas e interconectar personas y contextos a través de la magia de la imagen”. Por otro lado, lo que la danza de los concheros es para la fiesta chicana, en el otro festejo, la salsa es el símbolo de la unidad latina. No podía faltar el mariachi que llega a todos los mexicanos y latinoamericanos, cuando cantan ¡qué lejos estoy del suelo donde he nacido!

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