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Jaime Salazar Adame

Altamirano  

Los seres humanos que trascienden su época y perduran en el tiempo son los que no aceptan como necesarias para siempre la condiciones de vida en que han nacido, sino que intentan imponer su voluntad sobre la realidad con el fin de doblegar el futuro dentro de una hechura que se adapte a sus deseos, tal y como es el ejemplo del maestro Ignacio Manuel Altamirano, quien fue prototipo de congruencia, austeridad, modestia y de honradez a toda prueba.

Este 13 de noviembre recordamos el natalicio de Altamirano quien nació en la población de Tixtla, en aquel lejano 1834. Fueron sus padres: Francisco Altamirano y Juana Getrudis Basilio.

Terminó su instrucción primaria en su pueblo natal y acompañado de su padre, emprendió el camino a pie hasta la ciudad de Toluca, animado por sus deseos de superación a fin de cubrir una beca que ganó para estudiar en el Instituto Literario de Toluca; Juan Álvarez costeó el viaje y lo protege recomendándolo con el gobernador mexiquense Mariano Riva Palacio “porque se fue de limosna”.

Recién iniciados sus estudios Altamirano pide a Juan Álvarez interceda por él ante el gobernador Riva palacio para que  no lo expulsen del Instituto Literario por unos versos obscenos que le atribuyen a él y a su compañero Juan A. Mateos, y promete esforzarse en rendirle homenaje de respeto y reconocimiento para que su memoria sea eterna. Es nombrado bibliotecario y allí manifiesta sus ansias de saber.

Siendo estudiante escribió su primer trabajo literario, un drama histórico al que intituló: “Morelos en Cuautla”, constituyó también su primer triunfo. A los tres años y medio de estancia, junto con Juan A. Mateos, son violentamente expulsados por la persecución política contra el grupo liberal que tenía por bastión el Instituto.

En 1852 Altamirano estudia derecho en el Colegio Nacional de San Juan de Letrán. Dos años más tarde al estallar la Revolución de Ayutla abandona los estudios para luchar a las órdenes de Juan Álvarez. Al triunfo del movimiento regresa a la Capital para concluir sus estudios de derecho. Al estallar la guerra civil a consecuencia del golpe de estado de Comonfort en unión de los conservadores Félix Zuloaga y Manuel Payno, Altamirano se convirtió en escritor de combate a favor de la Reforma, como redactor del periódico oficial Ecos de la Reforma.

Al triunfo de la Guerra de Reforma, es electo diputado al Congreso General por el distrito de Acapulco. Pronunció un excepcional discurso contra la amnistía que pretendía concederse a los enemigos de la Reforma y atacó fogosamente las amenazas de invasión por parte de Inglaterra, España y Francia.

Este discurso le abrió las puertas del triunfo, pues fue tres veces diputado. En septiembre de 1861, Altamirano en la cámara de diputados en otra memorable pieza oratoria logra que se declare al general Juan Álvarez benemérito de la patria en grado heroico, acto con el que en vida de Álvarez cumplió su promesa de velar por perpetuar su memoria.

Al ocurrir la intervención francesa las sesiones del Congreso fueron suspendidas y entonces con el mismo ardor de que había hecho gala en sus discursos, empuñó las armas para combatir al Imperio de Maximiliano. Alcanzó el grado de coronel y participó heroicamente en el memorable sitio a la plaza de Querétaro.

Al triunfo de las armas republicanas Altamirano fue electo fiscal de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En 1867, en unión de su querido maestro Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto y otros liberales, fundó el periódico El Correo de México, dos años mas tarde fundó el periódico literario El Renacimiento en el que dio a conocer su novela Clemencia que lo consagró como escritor.

Fundó más periódicos y revistas; entre otras obras que escribió están sus novelas El Zarco, Julia, Atenea. Lanzó un libro de poesías: La Navidad en la montañas. En general su obra se inspira mucho en los hechos de su vida. Actualmente sus obras completas las podemos leer en los 22 volúmenes que fueron publicados por la SEP.

En 1870 al hacer un recuento de sus nombramientos y cargos académicos, se quejaba: “¡Ay cuántos diplomas y cuántos honores!, y ahora mismo, casi escribo estas líneas, para entretener el hambre. ¡Poco faltó para no tener que comer hoy!… ¡Esto es para hacer de los diplomas, de los manuscritos y de los periódicos, una hoguera y quemarse en ella!”.

En 1890 fue nombrado cónsul general de México en España y el siguiente año pasó a Francia con igual carácter permutando el cargo con Juan A. Mateos. Sintiéndose muy enfermo pasó a San Remo, Italia, buscando su salud perdida y en pos de un clima más benigno. Murió allí el 13 de febrero de 1893.

De Ignacio Manuel Altamirano sorprende lo prolífico de su obra escrita y la diversidad de tareas a las que se abocó: militar, político, abogado, escritor, diplomático, creador de la Escuela Nacional de Profesores de Instrucción Primaria, miembro de un sinfín de organismos culturales nacionales y extranjeros, y su participación comprometida en la masonería.

Ante todo a Ignacio Manuel Altamirano, como apunta Catalina Sierra, debemos considerarlo maestro en toda la extensión de la palabra porque detrás de sus discursos, de sus actitudes, de sus más mínimos gestos está mostrando cómo deben ser los verdaderos republicanos de ayer y de hoy.

El legado de Altamirano está vigente, para él, la enseñanza pública debe levantarse al rango de  las profesiones más ilustres, de dos maneras: exigiendo al maestro una suma de conocimientos digna de su misión, y dando atractivos a ésta con el estímulo de grandes recompensas y honores.

También señala que el maestro está muy mal pagado y en esa situación ¿qué enseñanza puede dar un hombre infeliz, cuyo espíritu está constantemente preocupado por sus privaciones y las de su familia? Las nuevas generaciones pagan en ignorancia tal descuido de la sociedad y así se construye la inferioridad de los pueblos imprevisores y desgraciados.

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