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Fenece la tradición de las calaveritas de dulce: comerciantes del mercado central

Xavier Rosado * A pesar de que la devoción de origen prehispánico por la celebración del Día de Muertos se ha ido sustituyendo en Acapulco por la costumbre sajona del Día de Brujas, aún se conserva en el puerto esta costumbre mexicana.

En el mercado central de Acapulco confluyen proveedores de toda la república para surtir de productos con los que se siguen festejando celebraciones indígenas y mestizas.

En Acapulco, por su clima tropical y porque “no es negocio”, no existen fabricantes de las populares calaveritas de azúcar, solamente hay algunos expendedores de ellas en el mercado central, en los de artesanías y en algunas tiendas de dulces para fiestas en las inmediaciones de este centro comercial.

Doña Angelina Sánchez Sierra, originaria de Tecpan de Galeana, vende desde hace 25 años las calaveritas de azúcar que le traen de un pueblito cercano a Toluca: Metepec, aunque reconoce que cada vez tiene que comprarle menos a sus proveedores.

“No, ya no es lo mismo que antes, hoy sí de plano ya me quedo con unas 50 de las de azúcar y otras 50 de las de chocolate, porque ya la gente no las compra como antes, que hasta 250 de cada una llegué a vender”, dijo la vendedora.

Precisó que antes venían las calaveritas con diferentes nombres –los más comunes– ya grabados en la frente y de diferentes tamaños, pero que ahora, a falta de clientela, solamente le dejan los papelitos de estaño en blanco, para que cada quien se lo escriba a su gusto.

“Aquí es muy difícil el manejo de estos productos porque como hace mucho calor hay muchos animalitos que se comen el azúcar, sobre todo las hormigas que quién sabe como, luego, luego la huelen y llegan en montones. Luego las de chocolate las tengo que estar guardando en un refrigerador porque si no, rapidito se me derriten y se hacen todas feas”, dijo doña Angelina.

Agregó que lo que más se vende son los adornos de papel y las calabacitas de plástico, también las veladoras de distintos tamaños y de todo esto, “una que otra calaverita”.

“Tengo de diferentes tamaños, de a cinco, a 10, a 20 y las más grandes a 35 pesos. Según lo que yo sé, hay que poner una grande hasta arriba del altar por cada muertito que se quiera recordar”.

“Sí es buen negocio, pero como le digo, hay que variarle a los productos cada año, porque si se queda uno con lo mismo, pues nomás se va rezagando hasta que ya no se vende nada”, dijo antes de recitar los precios de sus productos a dos señoras con sendas bolsas del mandado.

Para finalizar dijo que las calaveritas se las compran más las personas que vienen de poblados cercanos a Acapulco, como Tecpan, Coyuca, Los Amates, Tres Palos, el Cayaco y otros y la gente de Acapulco, compra los productos más relacionados con el Halloween. 

Azúcar y agua, los ingredientes

Las calaveras de azúcar son hechas principalmente para ser regaladas o adornar las ofrendas que se colocan a los muertos en los hogares, por eso las calaveras de dulce o azúcar son quizá uno de los objetos más representativos del Día de Muertos.

El procedimiento para hacerlas resulta sencillo: el azúcar se disuelve en agua, hasta obtener un jarabe muy espeso que luego se vacía en moldes. Cuando la calavera está seca, entonces se decora con filigrana de azúcar coloreada y recortes de papel de plata o lustre en colores chillantes, sin que falte colocar en la parte superior del cráneo el nombre de pila.

Existen también las de amaranto con nueces en las cuencas y pepitas de calabaza o cacahuate que hacen las veces de dientes.

O las mismas de azúcar pero decoradas con lentejuelas y papelitos de colores.

Otra variedad de calaveras son los esqueletos que pueden ser de chocolate o plástico, los cuales son muy atractivos a los ojos de los niños que se pueden encontrar dentro de un ataúd de cartón, con los que también se adornan las ofrendas.

Tradiciones en extinción

Según los datos otorgados por el ingeniero Arnoldo Ramírez, especialista en costumbres prehispánicas, el culto del Día de Muertos es una tradición que viene desde la época de los mexicas, de la costumbre llamada Tzompantli, que eran las crónicas que se referían a los enemigos capturados o a los ofrendados al Sol en el Templo Mayor.

La tradición consistía en poner al lado del cuerpo de la persona que moría distintos objetos y productos que se pensaba iba a necesitar en su viaje al reino de la muerte: el Mictlán.

El muerto hacía este recorrido acompañado por un perro (tepetzcuintle), según las creencias de los mexicas. En su trayecto tenía que viajar por un río y padecer muchos peligros.

En cuanto al contenido de la ofrenda, ésta incluía, fundamentalmente, los alimentos que el difunto podía requerir durante el viaje: fruta, dulce y agua.

“Cada año regresan los muertos y la ofrenda se pone otra vez. Los dulces que forman parte de ella se elaboran en Santa Cruz Acapixtla, Xochimilco y las calaveras de azúcar, igual que las máscaras de cartón, se adquieren en La Merced y en Toluca”, expresó el investigador.

Las ofrendas para los niños muertos consisten en pan de muerto, fruta, chayotes, elotes, atole de masa, leche en jarritos especiales, tamales, nicuatole (calabaza en tacha), conserva de tejocotes y calaveras de azúcar. En algunos pueblos de Guerrero se les agregan juguetes de barro.

Las ofrendas para los adultos incluyen pan de muerto, fruta, mole de pollo servido en platos, calaveras de azúcar, tortillas, cigarros, vasos o jarros de agua, pulque, tequila, mezcal o cualquier otro licor.

Los velorios se alumbran con velas, porque ellos piensan que su luz ayuda a las almas a encontrar su camino; se reza durante toda la noche y se ofrece a los asistentes café, mezcal y cigarros.

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