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Anituy Rebolledo Ayerdi

Lawrence de Arabia

 (Cuarta de cinco partes)

 Imperio árabeEl orgullo de los árabes había renacido con el siglo XX. Otrora conquistadores de buena parte del mundo, padecerán ellos mismos cuatro siglos de dominación turca. El Imperio Arabe, en efecto, se extendió durante una centuria desde España hasta China y no resultaba exagerado compararlo con el Imperio Romano. Ciudades como Damasco, El Cairo y Bagdad fueron importantes centros políticos y culturales árabes. Bagdad, según se ha dicho, fue la capital mundial de las ciencias y de las artes de 850 a 1050.

La lucha de los árabes por independizarse del Imperio Otomano se daba en la coyuntura de la Primera Guerra Mundial  (1914-1918). Una ventaja a favor de aquellos  estaba dada por la  afiliación de los turcos al equipo de los “malos”–Alemania, Austria-Hungría  y Bulgaria– quienes serían derrotados finalmente por los “buenos”–Rusia, Francia, Inglaterra, Italia, Grecia, Rumania y Estados Unidos. Determinante, sin duda.

Sin conciencia de nacionalidad, disperso geográficamente y sólo unido por el lazo fuerte de la religión, el pueblo árabe había sido a través de los siglos presa fácil de los conquistadores. La oportunidad para reconfigurar el antiguo imperio se presenta cercana y entonces los árabes deciden aprovecharla. Aunque más que un imperio ellos anhelan una gran nación compuesta  por todos los pueblos y tribus dispersas en el desierto.

Tan ambicioso e histórico proyecto es la apuesta única de Lawrence de Arabia. Y tal cual lo ofrece a jeques y emires árabes previa la autorización de sus jefes británicos, Churchill a la cabeza.

En el desierto, mientras tanto, se libran las últimas batallas. Los insurrectos logran paralizar el ferrocarril de Hayaz cortando de esa manera la movilidad del ejército turco  y su avituallamiento. La toma del puerto de Akaba, tras una marcha extenuante, agónica, conmueve a la opinión pública mundial por su heroico dramatismo. Se exaltará entonces la temeridad y el coraje de los guerreros del desierto ¡guiados por un intelectual británico!

La traición

El desaliento y la frustración se apoderan de Lawrence cuando se entera de que no podrá cumplir su promesa de una Arabia única, libre y soberana. Sucede ello al trasladarse las hostilidades del desierto a los palacios versallescos de una diplomacia hipócrita. Le sobrecoge el alma que sus bravos puedan pensar una traición de su parte y le agobia no poder estar más con ellos.

Pronto el arqueólogo y soldado se convence de que ha sido engañado por los políticos y los militares de su país. Ahora lo desconocen e incluso niegan haberle insinuado la posibilidad de una Arabia unida. “Seguramente el sol del desierto perturbó la razón del pobre hombre”, lo diagnostican y hasta se burlan de él: “¿ Lawrence I de Arabia?”. Por lo demás, la opinión de la Corona resulta inobjetable: “el Oriente Medio es demasiado importante como para dejarlo en manos de los árabes”.

Lawrence de Arabia, no obstante estar frente a hechos consumados, asiste a la conferencia de Versalles en cuyos salones se reparte el botín de guerra. Lo acompaña el príncipe Feisal y entre ambos tratarán de llamar la atención para que sean atendidas las reivindicaciones árabes. “Ustedes claman en el desierto, les recuerda alguien con sorna. Los planteamientos independentistas de la pareja quedarán aplastados finalmente por el acuerdo secreto firmado por los cancilleres Sykes y Picot. O sea, el agandalle del Imperio Otomano por británicos y franceses.

Veintisiete naciones participan –enero de 1919– en la conferencia de París. Allí los vencedores se reparten sin recato ni escrúpulo a países señeros como rebanadas de pastel. Francia se queda son Siria y Líbano, dejando para Inglaterra la porción más generosa: Palestina, Irak, Kuwait y el resto de la antigua Mesopotamia.

Gran Bretaña ofrecerá de botepronto su territorio palestino “para que sea hogar de todos los judíos del mundo”, apoyando el despropósito la Liga de las Naciones (antecedente nefasto de la ONU). El canciller inglés James Belfour, advertirá en su proclama : “nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de los palestinos” (I beg you pardon?).

Dos reinos dos

Dos de los personajes que con Lawrence condujeron la guerra del desierto, los príncipes Feisal y Abdullah, verán más tarde sus testas coronadas. Gobernarán los reinos de Irak y Transjordania, respectivamente, sugeridos al gobierno británico por el arqueólogo e historiador. Nada para él.

El príncipe Feisal, echado de Siria por los franceses, asumirá el trono de Irak con el nombre de Feisal Hussein I, en recuerdo de su padre, el autor de la insurrección beduina. El rey Feisal II, nieto de aquél, será asesinado durante un golpe militar que pone fin a la monarquía iraquí en 1958. Los golpes de estado se repetirán uno tras otro en la nueva república. El último estará a cargo del  vicepresidente Sadam Hussein (¡el mismo!) contra el presidente Al Barak, en 1979. El resto de la historia es conocido de sobra: un moderno Tamerlán, tejano, alcohólico y con delirios mesiánicos, no dejará piedra sobre piedra en lo que fue Mesopotamia, para imponer la pax americana o la paz de los sepulcros.

Abdullah, el otro compañero de Lawrence, hermano de Feisal, recibirá de los ingleses el emirato de Transjordania, más tarde Reino Echemita de Jordania. Morirá asesinado en 1951.

La paz lograda en el Medio Oriente por la mediación de Lawrence de Arabia se mantendrá escasos 11 años. A partir de entonces el enigmático personaje se perderá en el anonimato. Renunciará al grado de Coronel y a la condecoración por servicios distinguidos, la segunda más importante del ejército inglés. Contradictorio, se dará de alta más tarde como soldado raso en la Real Fuerza Aérea, usando para ello nombre y documentos falsos.

Lawrence mantendrá inalterables sus renuncias a las mujeres, al tabaco y al licor. Correr en motocicleta y escribir serán su únicas pasiones mientras viva. Los siete pilares de la sabiduría, se titulará su obra más conocida.

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