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El día del desastre por las lluvias no se perdió la alegría en San Rafael

 Gaudencio Mejía, corresponsal, San Rafael * A pesar de la desgracia de mucha gente, no se pierde la alegría. En la madrugada se cantó en la lengua de la lluvia, tu´un savi (conocida como mixteca).  El nuevo dueto al que se le bautizó como Los Natalios cantó componiendo canciones que venían de su inspiración del momento. Así se les puso porque los dos se llaman Natalio. El cantautor tocó un violín que parece que lloraba.

“No hay que perder la alegría porque hasta en la revolución se cantaba y se componían canciones al vilo”, dice Paulino Díaz Díaz, joven comisario de este comunidad del municipio de Metlatónoc, que fue la más afectada por las lluvias de los últimos días de septiembre.

“Trae el violín y la guitarra, para que se espante la tristeza, porque aquí no hay muerto a quién velar”, dice alguien a un Natalio. 

Gustosos aceptaron y las pusieron sobre sus brazos, tocando y cantando una melodía que llaman Ya´a itia zuti (canción de itia zuti), mientras un niño dormía en brazos de su padre a la intemperie bajo un plástico negro, porque su casa, agrietada, no se podía ya habitar con seguridad.

“No hay que perder el derecho a ser felices”, insiste Paulino, mientras otra niña observa con cara de frío. Y es que, de que hace frío, hace.

Otra mujer no pierde el tiempo y menea las manos tejiendo un sombrero de greña de palma de monte.

El Natalio del violín se acordó de un amor y cantó Ña lo’o nduvi (ay mi mamacita bonita), esa “mamacita”, mujer bonita del ayer, ahora vieja.

“No hay que pensar en la casa ahora, sino en la música”, insiste Paulino Díaz, dando ánimo. La canción de Natalio, el del violín, dice: “Mi casa se cayó, pero mi corazón vive”.

Rájatela Natalio, échate otra, le gritan a la mitad de la noche y en de la madrugada.

“Parece que es cíclico esto de nuestra desgracia, hace como 20 años, lo mismo le pasó a la comunidad de San Lucas, hace diez a San Miguel El Viejo y ahora nosotros”, comenta alguien.

Entonces, Natalio le canta a su pueblo con su verdadero nombre: “ti kixí”. 

La lluvia no cede. Pero no tocan pueblo perdido.

Natalio parece que llora cantando.

“Lloramos por nuestro pueblo. Porque con todo lo que está pasando. Tenemos que irnos a otro lugar nuevo. Nosotros no nacimos para vivir en este lugar”.

Parece que con esta canción cobró fuerza la demanda de reubicación de la comunidad, tras el desastre causado por la lluvia del 25 de septiembre, que hizo grietas en el suelo y en las casas.

Pero viene la fuerza de la mujer amada (ña nana lo´o) y dice en la canción Porque te preocupas por mí/porque te intereso tanto/yo ya tengo a quién amar/el poco amor que te tuve/ se ha ido a otro lugar. Por donde voy, allá vas/por donde estoy, me persigues/por qué me sigues/si ya sabes que tengo a otra a quién amar.

Y así la noche se fue, la madrugada vino. Otro temblor por la noche y en la mañana ya eran ciento cincuenta seis casas dañadas.

Mientras tanto, Paulino Díaz Díaz, dice que no tienen pan, porque Fox no lo ha mandado.

Aún se recuerda que Los Natalios cantaron la historia de un animalito kiti lo´o que andaba en la barriga  de la tierra buscando algo de comer y también la corta historia del tlacoache y el armadillo, uno por andar en la tierra comiendo las raíces de un árbol que al caer sobre él murió aplastado y el tlacoache de tanto subirse a una peña muy alta un día cayó y murió.

Dice Natalio que puede ser la historia de cualquier hombre de San Rafael, el pueblo que hoy canta su desgracia.

El difícil camino hacia San Rafael

Ser del pueblo de la lluvia (ñu´u savi) es un reto entre nubes, neblina, montañas y fuertes lluvias.

Caminar es mucho más difícil, así sea por camionetas. Las mujeres con sus hijos en la espalda caminan porque ese es su destino inmediato y parece que del futuro.

Las camionetas pasajeras van llenas de gente entre guajolotes, gallinas, refrescos, frutsis y cervezas. Suben y bajan según sean las circunstancias, en unas ocasiones para empujar y en otras para aliviar la carga.

—Manito aquí hay que darse valor para lanzarse por el suelo chicloso –dice un chofer suicida de los muchos que andan por aquí.

Pero año con año es así, y alega orgulloso que pasó por el desbarrancadero del Cerro del Chupamirto aunque esté “bien gacho. Vengo persinándome, pero pasé por la buena de Dios”.

En el camino de Tlapa hacia Metlatónoc, aún cuando no se tenga una idea de la solidaridad, uno tiene que ser solidario porque no hay de otra; si uno se atora, se atoran todos. Y no hay tiempo que perder porque arrecia la lluvia.

Dos camiones grandes del México del Cambio están parados a la orilla de la carretera, que llevan ayuda para los damnificados de San Rafael. Más adelante se puede encontrar parado un carro de la Pepsi, que toma por montón la gente en La Montaña.

—¡Ya chingamos! –grita alguien cuando se logra pasar una zona peligrosa.

—Nos quedamos en Huexopa, además qué tanto me pueden descontar—dice una maestra que fue a cobrar su quincena a Tlapa, a pesar de que tiene a una persona que se denomina “habilitado” para cobrar por ella.

La canciones “chilenas” se escuchan estridentes, pero es la mejor para la gente ñu´u savi, en su propio idioma ñu´u savi, a raíz de que varios grupos que se han ido creando lograron el éxito como Leonides o como el grupo Los Hombres de la Lluvia.

Se le sube el volúmen a la música para darse valor de pasar “El Espinazo del Diablo” “El Gitano” “Barranca de Elite” “Las Cruces” “El Cerro del Chupamirto” o el “Crucero de San Rafael”.

En verdad, tienen otros nombres, en la lengua de la lluvia, ñu’u savi: Yuku Yuchi (montaña de piedra filosa), Nie ntn’u (lugar donde brota la piedra), Yuvi tuni’i (barranca de Elite), Cruz tu ye’e (cruz que brilla), Yuvi tia kua’an (barranca del río amarillo), Itia savi (río de la lluvia).  Pero al fin y al cabo todos son difíciles de caminar.

Ya en San Rafael, Paulino Díaz Díaz dice que lo sucedido en San Rafael no es culpa de la lluvia, sino porque la tierra está cansada porque se la comió el fertilizante.

Augura que tiene que pasar más de cien años para que la tierra se recupere, está tan débil pero ya no servirá para esta generación, sino sólo para sembrar. Ni modo –dice resignado- “con que viva está generación, los otros ya sabrán qué hacer”.

Mientras tanto, la gente vive espantada. La señora Nacha, dice que no está tranquilo su corazón, desde que salió corriendo la madrugada del 25 de septiembre: “Creí que me podía morir”, suspira, y dice que no ha podido comer bien y siente que se le va el corazón cuando ve su fogoncito encima de la grieta de su casa. “Díganle al gobierno que nos ayude”, y pregunta: “¿Usted cree que nos pueda apoyar?, para qué tanto tomas notas”, dice al reportero.

La casa de la niña Maximina se ha convertido en un manantial de tanta lluvia y tanta grieta.

Paulino Díaz Díaz no se cansa, con radio en mano dirige una y otra acción. A las 20:30 de la noche, se le avisa que otra casa se vino abajo.

Se queja que no hay brigada médica.  Saca 50 pesos para comprar azúcar y café, dice que para calentar un poquito la pancita.

Y así transcurre el tiempo en San Rafael. Y así están los caminos hacia el pueblo en desgracia.

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