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Silvia Alemán Mundo


La danza de las coronas

 Mis amigas me dicen que soy una compradora compulsiva, no sé si esto sea realmente verdad, lo que sí reconozco es que me encantan los collares de piedras, y todos los accesorios que las tengan.

Así que regularmente le compro collares de piedras a un artesano-campesino que  va a la oficina a ofrecer sus artesanías. También vende máscaras de barro y papel amate. Para el fin de esta pequeña historia voy a llamarlo Don Antonio, y a la comunidad de donde él proviene la llamaré Amaya.

Don Antonio es una persona ya grande, y Amaya es un pueblo donde hablan nahualt, está cercano a la rivera del río Balsas. En una ocasión él llego a la oficina y yo elegí los collares que me gustaban, pero le pedí que les hiciera algunas modificaciones, así que él se quedó trabajando un rato en la oficina arreglando mis collares. Yo le dije que le pagaría los collares en la quincena, él aceptó. Ya en otras ocasiones habíamos hecho el mismo trato, así que la confianza ya estaba establecida.

De pronto me dijo: la invito a mi pueblo, tenemos fiesta varios días, y si usted va, voy a matar un chivo.

Después de pensarlo le dije: déjeme ver si tengo tiempo. Finalmente le dije que sí iría. Mi obsesión por las comunidades rurales fue mayor que mis pendientes cotidianos de la oficina. Don Antonio me dijo: si no va me pagará el chivo. Bajo esa sentencia pensé que no podía fallar, no quería gastar mi dinero en un chivo del que ni siquiera me comería un plato. Así que hice arreglos para tener ese día libre, que por cierto fue entre semana.

Le pedí a Ina, una de mis estudiantes que me acompañara, así que salimos como a las 8 de la mañana rumbo a Amaya. Ya llevaba yo las indicaciones que me había dado Don Antonio de cómo llegar. Tomamos un taxi rumbo a Iguala y nos bajamos en el crucero correspondiente. Por cierto el taxista nos cobró lo que quiso, aprovechándose de nuestro despiste, o tal vez nos vio cara de turistas francesas.

Llegadas a ese punto nos sentamos en unas piedras que ahí había, bajo un pequeño arbolito espinoso; por cierto también estaba ahí un matrimonio. A él le preguntamos cómo transportarnos a Amaya, él nos dijo que esperáramos un ride, que seguido pasaban automóviles. Así que mientras esperábamos él nos preguntó de dónde veníamos y que si éramos maestras.

Él era quien más hablaba porque su esposa casi no pronunció palabra y ni alzaba los ojos. Él dijo que era un poco tímida, y que apenas se habían casado, y que él tenía tiempo yendo y viniendo de Estados Unidos. Que hasta había dejado de sembrar sus terrenos que estaban allá en la ladera del cerro que teníamos a un costado de donde estábamos, y que ya hasta estaban llenos de bosque. Él tenia realmente ganas de hablar porque nadie le estaba preguntando nada.

Por fin pasó una pick up y le pedimos ride, y tuvimos suerte, así que nos subimos, incluido el matrimonio. Del crucero a Amaya se hace como media hora en automóvil. Eso sí, aunque íbamos en la caseta no nos libramos de los brincos por los baches de la carretera. El dueño de la camioneta sólo nos cobró 10 pesos por las dos. Ya en Amaya nos dedicamos a preguntar dónde vivía Don Antonio. Rápidamente nos dieron las indicaciones y sin problemas llegamos a su casa.

Él se alegró mucho de vernos. Y para sentarnos sacó las sillas especiales que tiene para las visitas; nos presentó a su hija que estaba moliendo nixtamal en un molino de gasolina. Don Antonio nos dijo: ahora van a comer, pero le contestamos que acabábamos de comer y que no teníamos hambre. Él nos dijo: comieron en Chilpancingo pero ahora van a comer aquí. Y rápidamente nos trajo una cocas frías.

Yo le dije: mire Don Antonio queremos ir a conocer la iglesia y luego regresamos para comer. El aceptó. Íbamos camino a la iglesia cuando salió de una casa un joven que nos preguntó con acento chicano si regresaríamos, y nosotras le dijimos que sí. Después nos dimos cuenta que era sobrino de don Antonio.

Realmente Amaya tiene una iglesia de lujo y bien organizada. Ese era el día precisamente en que el Padre de Chilapa visitaría la iglesia. Así que había en la entrada de la iglesia dos filas, una de niños y hombres adolescentes, y otra de niñas y mujeres adolescentes. Cada uno de ellos (as) con sus respectivos padrinos y madrinas, esperando al Padre para llevar a cabo la ceremonia de la Primera Comunión. Al entrar a la iglesia vi hacia arriba sólo para descubrir un techo lujosamente decorado, a los lados había santos y vírgenes cuidadosamente vestidos, y al frente, cerca del altar, de lado y lado grupos de hombres cuidando la organización de la ceremonia religiosa.

Por fin llegó el Padre, y la iglesia se llenó de gente parada porque las bancas se habían sacado, seguramente para que cupiera más gente. La misa se llevó a cabo bajo la más estricta sintonía y precisión, intercalada con los cánticos del coro y de los mariachis. Fue un evento mejor organizado que los que llevamos a cabo en la Unidad Académica de Filosofía y Letras de la UAG.

¿Cómo explicar la bonanza y la organización de una comunidad predominantemente indígena y rural dentro de la actual y generalizada crisis agrícola y pauperización campesina? Ya de nuevo en la casa de Don Antonio, ahora sí comimos. También él partió para nosotras una sandía. Y nos iba a comprar unos helados de un vendedor que apareció por la casa pero le dijimos que ya estábamos llenas.

Más tarde llegó a saludarnos otro sobrino de don Antonio que dijo que venía de Cancún. Después don Antonio nos mostró la foto de un nieto de él que está viviendo en Estados Unidos. Hubo un momento en que Ina al escuchar que él, su hija y otra señora que estaba ahí de visita, empezaban a hablar náhualt, ella también empezó a hablar su lengua materna.

Cuando nuestros anfitriones se dieron cuenta que Ina hablaba su mismo idioma entramos en más confianza. Y don Antonio nos dijo que su hija enseñaba a unas niñas la danza de las coronas.

Entonces su hija fue a traer a una de las niñas que bailaría la danza y también trajo la corona. Era una niña como de 8 años, y le pusieron la corona. Era una corona de una gran pluma en la parte de atrás y espejos en los cuatro lados. Le dijimos a la niña: enséñanos cómo bailas la danza de las coronas, pero por más que le rogamos no bailó y sólo se limitó a sonreírnos. Así que le dijimos a la hija de don Antonio que nos mostrara cómo se baila la danza, y después de unos cuantos ruegos ella empezó a bailar; para ello previamente había colocado el caset con la música respectiva en una pequeña grabadora.

La danza de las coronas es una danza con bastante ritmo. Nos hubiera gustado mucho verla por la tarde que era cuando se presentaría, pero teníamos que regresar a Chilpancingo, y para ello había que conseguir transporte. La hija de Don Antonio nos acompañó a la salida del pueblo para conseguir el ride. Después de un rato de espera ya estábamos en un camión de redilas que nos trajo al crucero para tomar el autobús de regreso. A la salida de Amaya pudimos ver que ya estaba todo preparado para la corrida de toros y el baile.

En general, pudimos advertir que las casas de Amaya son de dos plantas, hechas de ladrillo, piedra y colado. Le pregunté al joven que nos dio el ride de regreso, de qué vivía la gente del pueblo, él nos dijo que la mayoría de la gente se dedicaban al comercio de la artesanía y que ellos acostumbraban emigrar para vender sus artesanías a las principales ciudades turísticas del país como Puerto Vallarta, Acapulco, Cancún, y otras. Pero que el pueblo se llenaba de gente cuando eran las fiestas porque casi todos los que salían regresaban para entonces.

Y que las casas que habitualmente se veían vacías lucían habitadas en estas fechas, además de que algunos emigrantes aparte de tener casa en Amaya tenían otra en la ciudad donde comercializaban sus artesanías. A eso se debía la bonanza del pueblo de Amaya: a la emigración para la venta de las artesanías. Estrategia de vida que parte de la iniciativa de la gente local y de sus recursos locales, y no de una política gubernamental exitosa, ni tampoco del éxito de ningún programa para la reactivación de la agricultura.

En qué condiciones está la agricultura guerrerense, cómo viven los campesinos (as), y a quién le interesa el campo de Guerrero, esa es otra historia. Por cierto los collares que le compré a Don Antonio fueron bellos regalos de Navidad para mis primas.

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