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Silvestre Pacheco León


 El PRD y sus desviaciones

 

 Los artículos de Guillermo Sánchez Nava y de Marcial Rodríguez Saldaña, publicados en estas páginas, sobre las elecciones internas perredistas del 11 de diciembre, son dignos de comentarse porque representan una visión que la izquierda partidista tiene sobre sí misma y también de la realidad que se vive en el estado.

La primera lección que hay que entender es que en Guerrero los grandes cambios políticos que se han producido se generaron fuera de los partidos, de tal manera que resulta una exageración el reclamo del ex presidente estatal perredista a su partido por el poco avance en la “construcción de la nueva cultura política que se requiere para implantar plenamente la democracia dentro y fuera” de él.

En realidad lo rescatable del PRD para la historia de las transformaciones revolucionarias fue su etapa opositora, aquella en la que sus militantes vivieron acciones heroicas enfrentadas al  despotismo ilustrado del gobierno de José Francisco Ruiz Massieu en comparsa con el atrabiliario ex presidente estatal del PRI, Rubén Figueroa Alcocer.

En todo caso, el aporte principal del perredismo en la emancipación del pueblo fue convencer a los sectores más radicales y a los menos politizados del estado sobre la viabilidad de la lucha electoral para lograr las transformaciones sociales. En este sentido el PRD fue el partido pacificador y educador de los guerrerenses. En una década de trabajo abnegado enseñó la importancia del voto y construyó un ejército de especialistas en legislación electoral, militantes que aprendieron en el fragor de los combates electorales el funcionamiento de las mesas de casillas y el conteo de los votos.

El PRD hizo un excelente papel rompiendo también con lo sacralizado de la política. Sus militantes pusieron al nivel del pueblo llano la política y sus pregoneros. El gobierno dejó de ser visto para arriba y la política dejó de ser tarea sólo de iniciados.

El problema vino después, cuando ante la sociedad el PRD ha quedado exhibido como el partido que hizo de la lucha por la democracia una “coartada”, como lo dijera José Woldenberg frente al pobre compromiso de los partidos con los valores democráticos que dicen alentar.

Lo digo en el sentido de la clásica acepción que tienen los partidos erigidos como escuela, donde sus militantes aprenden y desarrollan lo que prefigurará la sociedad por la que luchan.

Desde fuera, el espectáculo que ha dado el PRD a la sociedad guerrerense en esta que podríamos llamar su segunda etapa de vida, es desalentador por donde se le vea. No es, no puede ser el instrumento para el cambio democrático. De promotor de la lucha cívica y democrática para hacerse del poder, devino conservador y mediatizador. Ni siquiera como instrumento político puesto al servicio de la sociedad civil ha funcionado, pues sin reglas claras ni instrumentos para garantizar la participación igualitaria en la competencia electoral, la intención de acercarlo a la gente resulta una patraña. Al final las decisiones sobre candidaturas las toman quienes controlan el aparato.

El 2005 es el año que marca el gran viraje antidemocrático del PRD, pero no a partir de la elección interna de diciembre, sino la de septiembre, de donde surgieron los nuevos ayuntamientos y la legislatura puesta en escena.

Lo que Sánchez Nava señala como desviaciones del PRD, por desgracia, no son algo que este partido haya importado de fuera. No son los priístas los que inocularon a este partido sus prácticas nocivas. Esas vienen de más atrás. La compra de votos, el manejo patrimonialista y faccioso del poder, el arribismo y el pragmatismo son prácticas que su vieja militancia aportó a la formación del PRD. Y se entiende, pues los partidos y las organizaciones de izquierda del país nunca fueron ejemplo de democracia. Esta ha sido un logro de la lucha social.

En el origen del PRD estuvieron las tribus. Después vinieron los grupos de poder que lucharon encarnizadamente por el control de los mecanismos que deciden las candidaturas. El clientelismo electoral y el manejo del dinero público para el interés faccioso ha sido un mérito de quienes integran las sectas, por eso pretender que son los priístas recién conversos los únicos portadores de esas prácticas al interior del PRD, constituye un despropósito y en nada ayuda a clarificar el momento y los retos actuales para quienes se reputan de izquierda.

Con los primeros 12 ayuntamientos conquistados en 1989, el PRD se enfrentó a una realidad compleja. Su afán de ser gobierno fue puro amor a lo desconocido. En esa empresa se convirtió en víctima de la cultura antidemocrática y presidencialista del régimen priísta.

Los presidentes municipales del PRD se acomodaron fácilmente a las viejas prácticas antes combatidas. Jugaron al fiel de la balanza, recordando a José López Portillo, no sólo en la elección de las dirigencias perredistas de sus municipios, sino que se arrogaron el derecho de imponer sucesores. Hace falta un estudio riguroso para determinar si hubo en aquellos años algún ayuntamiento donde el cabildo funcionara como cuerpo colegiado. En la mayoría de esos gobiernos los regidores siguieron comportándose como empleados del presidente. En lo único que se vieron como iguales fue en la decisión de fijar sus remuneraciones.

En general la gestión de los gobiernos perredistas se ha mantenido dentro de los cánones establecidos por el régimen priísta. Ese es el descubrimiento mayor que ha hecho la sociedad.

Difícilmente se puede encontrar en la vida de los gobiernos municipales perredistas algo que los distinga del PRI, apenas el color amarillo sustituyendo al tricolor, para desgracia de quienes pensamos que uno de los valores democráticos es el de la diversidad.

La vieja y vejatoria costumbre de obligar a los presidentes municipales a cobrar las participaciones federales en Chilpancingo creo que sigue practicándose, lo mismo la sumisa entrega de las cuentas mensuales municipales al aparato administrativo del Congreso.

Las experiencias de la Asamblea Municipal de Representantes de Alcozauca durante el gobierno del profesor Othón Salazar, así como la Cámara Municipal de representantes en el primer ayuntamiento perredista de Petatlán, ambas iniciativas innovadoras sobre la democratización de la vida municipal, quedaron rápidamente olvidadas.

Si volvemos la vista al Congreso local no se distingue ningún papel relevante en la actuación de los diputados de izquierda que nos indique alguna ventaja para las luchas populares. Ni candidaturas ciudadanas, ni lista de regidores, ni facilidades para organizar partidos estatales. Se trata de mantener como prerrogativa el monopolio de la representación ciudadana y las jugosas dietas entre los miembros de los grandes y viejos partidos. Los diputados siguen ignorando a sus electores y agrediendo su inteligencia, pues piensan que la gente no sabe de los temas que discuten y acuerdan. A su silencio le llaman resignación.

El espectáculo que sigue dando el actual gobierno del estado nos mantiene azorados. La dirigencia estatal del PRD aparece no sólo huérfana de propuestas, sino agazapada para saltar en defensa a ultranza de cuanta iniciativa provenga del Ejecutivo, sin importar el tamaño de la incongruencia que guarde con el programa y los principios perredistas. “Seguidismo” le llama López Obrador a la acción de actuar sin razonar. Por eso los diputados justifican y celebran el estratosférico gasto que autorizaron al gobernador, aunque éste vaya en sentido contrario de lo que propone su candidato a la Presidencia de la República.

Tiene razón Marcial Rodríguez al lamentarse del vuelco conservador que ha dado su partido, pero la noticia es que no está dentro de él la solución para retomar el camino de la izquierda, porque lo que ahora es el PRD resulta ajeno a los cambios verdaderos. No hay partido de izquierda ni programa que enarbolar. Las banderas de la lucha social han sido arriadas en aras del escalafón. El “seguidismo” dice que se debe apoyar el proyecto de La Parota ignorando todos los problemas del medio ambiente pues, como dice Sartori, “a los políticos solamente les interesan los votos”.

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