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Venden El Grito del expresionista Munch en precio récord de 119.9 milones de dólares

Rafael Mathus Ruiz / Agencia Reforma

Nueva York

El Grito, la obra maestra del pintor noruego Edvard Munch que se convirtió en un ícono del Expresionismo, se convirtió ayer en la pintura subastada más cara de la historia, al ser vendida por la casa Sotheby’s en 119.9 millones de dólares.
La obra del pintor escandinavo superó a la subasta de Desnudo, hojas verdes, y busto, de Pablo Picasso, que en mayo de 2010 fue vendida por Christie’s en 106.5 millones de dólares.
Con todo, no llegó a la increíble suma de 250 millones de dólares que la familia real de Qatar pagó por Los jugadores de cartas, del pintor francés Paul Cézanne, a los herederos del magnate griego Yorgos Embirico en febrero pasado. Esa es, al día de hoy, la venta más cara de una obra de arte de la historia.
La obra del artista noruego lideró la Subasta de Arte Impresionista y Moderno, que contó además con obras de Salvador Dalí, Pablo Picasso, Marc Chagall, Henri de Toulouse-Lautrec y Joan Miró. Muchas de las obras que se pusieron en venta pertenecían a la colección del filántropo estadunidense Theodore J. Forstmann.
El Grito es considerada una de las obras definitorias de la modernidad, y un ícono del Expresionismo. La versión que fue vendida ayer cuenta con una distinción única que la diferencia de sus tres “hermanas”: la parte inferior del marco tiene escrito, por la mano de Munch, en pintura roja, el poema-prosa que el artista escribió en 1892, en el cual describe la experiencia que dio lugar al cuadro, y que vivió al caminar por las colinas de Ekeberg, cercanas a Oslo, cuando al contemplar los fiordos sintió “el gran Grito en la Naturaleza”.
Cada una de las pinturas de las cuatro versiones tiene sus propias rasgos en cuanto a texturas, colores y formas. Sotheby’s destacó que la pintura subastada ayer es la más “colorida y vibrante” de las cuatro y la única en la cual la cual una de las dos figuras que se ven al fondo de la imagen gira para mirar hacia la ciudad.
Munch fue cuidadoso en nunca explicar con detalle El Grito, brindándole a su obra uno de sus atractivos más distintivos: la imposibilidad de reducir la obra a una lectura única, además de ser un ícono universal del horror. Ese ícono, ayer, se convirtió en la obra subastada más cara de la historia.

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