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Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

*Morena: López Obrador hacia la tercera

Con el registro del Movimiento Regeneración Nacional como partido político, aprobado la noche del miércoles en el Instituto Nacional Electoral, se consuma la dispersión de las fuerzas de izquierda del país propiciada hace dos años por la renuncia de Andrés Manuel López Obrador al PRD. Ahora son cuatro los partidos que formalmente representan las banderas de izquierda, pero al contrario de escisiones ocurridas en el pasado, que no condujeron sino a la pérdida de perspectiva y al debilitamiento político de las organizaciones agrupadas bajo esa ideología, el surgimiento de Morena responde a la necesidad de una oposición fuerte y lúcida frente a los desmanes cometidos por el PRI en su regreso al poder.
Como se vio con su participación en el Pacto por México, el PRD fue incapaz de comprender el papel que le correspondía jugar ante el triunfo del PRI en las elecciones del 2012 y terminó por servir a la restauración del viejo régimen y por legitimar las reformas regresivas propuestas por el presidente Enrique Peña Nieto, en especial la energética. El alineamiento del PRD a los intereses priístas le dio la razón a López Obrador en su crítica a la dirección perredista encabezada por Los Chuchos. El PRI usó al PRD para conseguir sus objetivos, no los del PRD.
El linchamiento que sufren Los Chuchos en este momento a manos de la prensa oficialista y proclive a Televisa, por hacer votar en bloque a los senadores y diputados perredistas contra la ley de telecomunicaciones, es un pago merecido por entrar en componendas con el poder. Ahora están apestados, pero antes, cuando todo era miel entre el PRD, el PRI y el PAN, esa misma prensa proclamó a Los Chuchos como los socialdemócratas que la nación requería.
Todo lo anterior resalta la congruencia política de López Obrador y dota de certidumbre a Morena como un partido de izquierda que sí tiene qué decir y qué hacer en el contexto actual del país. Bajo el impulso de la figura de López Obrador, no como el hombre providencial sino simplemente como un líder que no ha claudicado ni caído en las tentaciones sembradas desde el poder, Morena plantea la posibilidad de una transición hacia un reagrupamiento de la izquierda, tarea imposible para Los Chuchos mientras conserven su hegemonía en el PRD. Por eso López Obrador combate a Los Chuchos, no a los perredistas.
Acaso por ese motivo las mismas voces de la prensa oficialista que tunden a Jesús Zambrano, se han apresurado a etiquetar a Morena como un partido radical y extremista, o a descalificarlo como producto de la pura necedad de López Obrador. Esa es la postura que el gobierno del PRI quisiera anidar en la opinión pública, igual que durante años se ha pretendido estigmatizar a López Obrador como un revoltoso sin causa.
Morena ingresa al escenario electoral con 496 mil 729 militantes acreditados en el Instituto Nacional Electoral, y a partir de agosto dispondrá de todas las prerrogativas que la ley concede a los partidos: financiamiento público y acceso a radio y televisión. Resultaría iluso adjudicar mecánicamente al nuevo partido el capital electoral que López Obrador alcanzó en las elecciones presidenciales de 2012 –15 millones 892 mil votos y 31.59 por ciento de la votación, 6.61 por ciento debajo de Peña Nieto–, pero es indiscutible que una porción considerable sí se ha desplazado a Morena. Lo mismo ha sucedido con la militancia del PRD, en un traspaso incierto que es previsible se intensifique con el registro oficial. En Guerrero es evidente la simpatía del perredismo histórico hacia Morena, y aunque no se produzca una desbandada masiva tampoco parece que la estructura perredista sea capaz de frenar la migración hormiga hacia un partido que colma las expectativas de una militancia desencantada por ya dos gobiernos que no pudieron, no supieron o no quisieron aplicar las políticas de la izquierda en nombre de la cual se suponía gobernaban.
Para celebrar el registro de su partido, López Obrador dijo ayer que si para entonces sigue vivo y quiere la gente, “voy de nuevo al 18 aunque no les guste a mis adversarios”. Lo ha dicho desde su derrota en el 2012, y para minar su liderazgo, sus adversarios atribuyen esas declaraciones a una tendencia mesiánica. Pero en el mundo hay ejemplos notables de estadistas que han persistido en sus convicciones y en sus candidaturas, y lo han logrado. En Brasil, Lula ganó la presidencia hasta el cuarto intento, y en Francia el socialista Francois Mitterrand lo consiguió en el tercero. Los dos fueron reelegidos y han pasado a la historia como magníficos presidentes de izquierda. Conviene por ello subrayar que las estigmatizaciones lanzadas una y otra vez contra López Obrador son parte del combate político y del juego sucio emprendido por el PRI y el PAN para desacreditar su figura.
No es que el líder de Morena carezca de defectos, sino que por grandes que éstos sean, sus virtudes personales como la honestidad y el sentido ético, empequeñecen a sus enemigos políticos. Y a la luz de fracasos y experiencias frustrantes como los del panista Felipe Calderón, quien en su campaña se atrevió a descalificar a López Obrador como un “peligro para México”, o la incapacidad de Peña Nieto para acabar con la inseguridad pública, López Obrador se mantiene como una alternativa promisoria. No para las elecciones federales de 2015, que por las restricciones legales que pesan sobre él serán de medianos resultados para el nuevo partido, sino para las presidenciales del 2018, donde finalmente se verá quién es quién en la izquierda y si López Obrador tenía razón en que la tercera es la vencida.
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