Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Héctor Manuel Popoca Boone

 Arcaísmos y anacronismos*

 Al recuerdo edificante de Don Alejandro Cervantes Delgado.

 A lo largo de sus dos siglos de vida independiente, América Latina ha sido historia de fracasos recurrentes en dos aspectos fundamentales: en su agricultura y en la construcción de instituciones gubernamentales modernas y eficientes. No hemos tenido instituciones públicas de gobierno y estructuras agrarias capaces de sostener e interactuar procesos de desarrollo socioeconómico de largo plazo.

Además de los fracasos mencionados, hemos tenido también una desgracia adicional: la intervención de siempre, velada o descarada, de Estados Unidos que ha pretendido que América sea para los norteamericanos.

Anacronismos político-institucionales y sectores agropecuarios anquilosados y agotados, dan cuenta que nuestras sociedades son, a la vez, arcaicas y contemporáneas, y su expresión más clara lo constituyen las macrociudades conformadas por generaciones de campesinos que han escapado de la miseria de la vida rural, en donde delincuencia, opulencia, pobreza y modernidad cohabitan y conviven para formar todo un adefesio poliédrico, que en términos eufemísticos denominamos sociedades en vías de desarrollo.

Los gobiernos latinoamericanos han sido recorridos, cíclicamente, por caudillos iluminados, presidentes grises entrampados en compromisos paralizantes, golpistas-dictadores con investidura de redentores de la patria, iluminados tecnocráticos, gobernantes todos inmersos y promotores de sofocantes redes de dominio clientelar, bien sea por la fuerza de las armas o por las dádivas asistencialistas.

En ese vaivén de senderos populistas, complicidades oligárquicas y entusiasmos neoliberales, muchos países latinoamericanos no han podido, hasta la fecha, darse instituciones gubernamentales que tengan rasgos de transparencia, legitimación popular, probidad en la administración de los recursos públicos y grados crecientes de eficiencia y calidad con equidad en los servicios y obras públicas otorgados.

Ninguna de las democracias latinoamericanas, de suyo frágiles la mayoría, podrá tener viabilidad, estabilidad y sostenibilidad permanente si no conllevan procesos de inclusión e integración social y económica. La obviedad de esta afirmación no desmerita la pertinencia de recordarlo.

Buena parte del endeble entramado institucional público en América Latina constituye el reflejo de la impotencia histórica para construir estructuras agrarias nacionales que sean modernas, capaces de contener e irradiar productividad y competitividad incluyente. Sin un sector agrícola sano y fuerte, es imposible concebir un desarrollo nacional sustentable y soportado en una economía diversificada.

El primer paso para una creciente integración interna nacional, es la modernización de la agricultura, para que a partir de ella se provoquen sinergias productivas locales y regionales. No es concebible salir del atraso con agriculturas poco productivas y universos rurales altamente estratificados, con fuertes dosis de marginación y pobreza en sus niveles más bajos, que por lo demás son los mayoritarios. La historia universal nos enseña que la desigualdad y la inequidad a la larga producen obstrucción económica y una dinámica social anquilosada, inútil y estéril, a la par que desgastante y explosiva.

Hay que reiterar que no hay camino a la modernidad que no pase por realidades rurales altamente productivas y socialmente bien integradas. No hay experiencias en el mundo de expansión económica de países, con sólida industrialización, que la hayan construido sobre bases agrarias atrasadas, de escaso dinamismo y con estructuras gubernamentales premodernas y anacrónicas. De quinto mundo, diría Juan Angulo Osorio.

Existen experiencias mundiales que han dado como resultado que en dos generaciones algunos países han salido del atraso, tales son los ejemplos de Dinamarca y Japón en el siglo XIX y de China, Taiwán o Corea del Sur en el siglo XX. El rasgo común de estos países son los elevados márgenes de legitimación social de gobiernos no corruptos y eficaces que emprenden políticas radicales de transformación rural, en donde el aumento de la producción y la productividad estuvo aparejada con la mejora sustantiva de las condiciones de vida de la población rural.

Como conclusión se puede afirmar que la modernización de una economía nacional pasa por la modernización incluyente de su agricultura. Lo agrario en AL sigue siendo el eslabón perdido, que no sólo produce, de vez en vez, estallidos sociales o inestabilidades políticas, sino que también impide la formación y fortalecimiento de mercados internos, ahorro nacional, soberanía alimentaria, retención de divisas, una mejor distribución del ingreso nacional y arraigo permanente de los campesinos en sus lugares de origen con una vida digna y decorosa.

 

* A partir de la disertación del Dr. Ugo Pipitone en el diplomado sobre políticas públicas para el desarrollo rural.

 PD. La gran política pública para el desarrollo rural ausente todavía en México sigue siendo la revalorización de todo lo rural en el contexto del todo nacional.

468 ad