Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Palacio Federal: un simulacro con olor a tacos de chicharrón

 Aurelio Peláez * Uno cree que los burócratas dejan de tener cara de ídem saliendo del edificio de trabajo, pero ni los desastres les conmueven. Quizá porque la evacuación del Palacio Federal en el macro simulacro se da hacia la Costera y no hacia la calle Morelos, cerrada para evitar las huidas furtivas hacia los tacos de chicharrón o por un trago salvador hacia el bar Colón o El Semáforo.

La calle de la burocracia ha perdido abolengo. La culpa es de la remodelación que le emprendieron al vetusto edificio hace cuatro años, y que provocó la salida de algunas delegaciones federales, por lo que se ve, de las más pujantes, como la Junta Federal de Trabajo; Hacienda, de coyotes y abogados, y hasta de la Semarnat, donde también hay licenciados.

El operativo para el simulacro parece como para atender una circular más: “Se notifica que a las doce del día ocurrirá un sismo, favor de salir en orden y con cara de despavoridos. No olviden checar al regreso”.

En el edificio quedan las oficinas de Correos y Telégrafos –en camino a ser arqueología para las nuevas generaciones de internet–, Sagarpa-pesca, INEGI –esos que salen a contar cada diez años–, Gobernación-RTC (y sin embargo se mueve), Copladeg (tiene que ver con irse a perder al campo) y la Profepa, que se ocupa de que no comamos huevos de tortuga con limón y salsa búfalo, aunque se les consiga a cien metros de distancia.

La salida de los primeros evacuados es lenta. La alarma suena a chicharra llamando a trabajar en lunes. Hay algo de tedio en los rostros. Y es que es viernes. Nadie apresura el paso hacia la calle salvadora que los salve de la mole de cemento en riesgo por un gran sismo. Los que se ponen nerviosos son los guardias del edificio, habilitados como agentes de tránsito. Chocan dos de ellos al oír la alarma, salen hacia la calle y no aciertan a decidir quién se pone en qué vía, y los automovilistas los ven así tan poco serios que se les avientan encima con todo y carro.

Alguien que debe ser muy valiente y que seguramente aseguró su pensión antes de aceptar tal oficio, se pasa chuchando el botón de la chicharra por los 40 minutos del operativo de evacuación y rescate. Valiente ayer, quién sabe si cuando realmente haya sismo siga apretando el botón con cara de gracias a Dios que es viernes.

Una señora, morena a más descripción, estaciona su volkswagen a pleno inicio del operativo y enfrente de la salida principal. Entra al edificio a pesar de que los guardias le dicen que no hay servicio. “Pues yo tengo que entregar este documento y me vale madre”. Sale cinco minutos después, molesta por haber encontrado la ventanilla cerrada, seguramente. Ya una patrulla pide que “el propietario del volcho negro (placas GZT 124) haga favor de retirarlo”. “!A cómo chingan¡”, reclama, y aún se enfrasca en una disputa con el encargado de seguridad del edificio y con el subdirector de Protección Civil, Domitilo Soto.

El comité de protección civil interno, formado por trabajadores de las delegaciones, comienza a trabajar en la evacuación. Ya van cuatro minutos del sismo –se supone que ya no tiembla sino que se conmueven las patitas– y los últimos trabajadores salen sonriendo. Al otro lado de la calle entre sonrisas se ve salir a los primeros de los diez heridos habidos: una señora que se agarra la panza como si se le hubieran indigestado los de chicharrón; un pesadito que casi se les cae a los rescatistas; una chava de bien ver que sale en pies y sonriendo pero bien afianzada de la cintura por su salvador, y un viejito que realmente se ve mal, muy mal, pero que su destino no debería ser la Cruz Roja sino el bar de al lado, porque se ve que sufre una cruda gruesísima.

Choferes de camiones y taxistas son el fondo musical del hipotético drama, y alguna que otra mentada vía cláxones. Charcos de agua de la lluvia acabada de pasar dan el grado de dificultad al rescate. Cuarenta minutos pasado el sismo llega la ayuda de la Armada, una ambulancia para transportar a los heridos que ya andaban a pie en el desmadre. Sus compañeros les recuerdan su función en el operativo y les abren canchita en la banqueta aún mojada. “Grite pues, compañera”, le sugieren a la del dolor de estómago. “Ay, ay”, responde con realismo de faltan diez días para quincena. Es la una de la tarde, hace hambre. Con suerte y todavía hay tacos de chicharrón.

468 ad