Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Raymundo Riva Palacio

PORTARRETRATO

*El fin del monopolio Slim

En el inicio de un capitalismo atrevido que quería ponerse a la vanguardia del modelo neoliberal que arrastraba a las naciones occidentales, el presidente Carlos Salinas inició su gran reestructuración de la economía, que incluyó la privatización de Teléfonos de México, la empresa que causaba enormes dolores de cabeza a los consumidores por su burocratismo y mal servicio. La subasta pública se realizó en diciembre de 1990, pero Carlos Slim sabía que la codiciada empresa sería para él.
En una reunión con un equipo de expertos en comunicación y mercadotecnia, el entonces director de Teléfonos de México, Pedro Baranda, les dijo que tenían que preparar una campaña para acompañar el proceso de venta de la empresa que, además, afirmó ante oídos sorprendidos, se le daría a Slim, un hombre para entonces ya con fortuna sólida, y para sus socios, AT&T de Estados Unidos, y France Telecom. Era septiembre, tres meses antes que oficialmente se le reconociera ganador de la licitación.
Intuitivo y audaz, Slim entró al negocio de la telefonía después de analizar el mercado y su potencial crecimiento, pero sin realmente conocerlo hasta mucho tiempo después. “Cuando Telmex llegó a los 35 mil clientes, el ingeniero dijo, ‘ya entendí este negocio’,” recordó una de las personas que han estado cerca de él. “El negocio no está en los teléfonos fijos”, agregó, parafraseando ese momento que sería clave en el futuro. “Hay más mexicanos que casas”. Lo que veía es que el crecimiento exponencial del negocio no podría ser a través de la telefonía fija, que siempre tendría un tope y una utilidad finita, sino en el negocio de los móviles, que tuvo su primera concesión en 1977, pero empezó su comercialización hasta tres meses después que Slim adquiriera Telmex.
Treinta años después, aquél hombre acaudalado de cuna, tenía una silla inamovible entre los tres hombres más ricos del mundo. Las telecomunicaciones habían sido el detonante de un imperio que se diversificó de tal manera, que una generación de mexicanos ha vivido con el contacto diario de al menos uno de los productos que produce su conglomerado. La entrega de Teléfonos de México durante el gobierno de Salinas tuvo otra segunda fase importante para Slim en el gobierno de Ernesto Zedillo, donde las regulaciones en el mercado le permitieron desarrollarse como monopolio, y ser el ejemplo global de lo que esa una concentración industrial.
Esta semana se acabó esa etapa y el lunes el presidente Enrique Peña Nieto promulgará en Palacio Nacional la Ley de Telecomunicaciones que le cantó el réquiem. Al día siguiente que se publique en el Diario de la Federación, la ley estará vigente. Pero Slim no esperó a ese fin anunciado. Durante meses analizó sus opciones para estar preparado en este momento. Lo que sorprendió de un normalmente cauto Slim, es que antes que terminara de votarse la ley en la Cámara de Diputados, anunció que vendería activos de Telmex y Telcel para dejar se ser considerado “un agente económico preponderante”.
Los elogios de los de su clase no se contuvieron, pero políticamente, el anuncio fue un desafío. O cuando menos, así parece que lo tomaron en Los Pinos, donde al día siguiente el vocero Eduardo Sánchez dijo que no bastaba que de deshicieran de activos, sino que debían acatar la reducción asimétrica de la ley para estimular, que fue su objetivo, la competencia. El gobierno se anticipó. Que no pretenda Slim vender como activos 20 millones de usuarios de celulares que pagan las mínimas cantidades por mes, o los lotes de otros millones que pagan entre 50 y 100 pesos de cuenta telefónica. Menos aún, que entregue la telefonía rural, que es obligatoriedad en el título de concesión de Telmex. “Que no quiera engañarnos, la desagregación debe ser regional”, dijo un empresario de la industria. “Tendrá que decidir en dónde se quiere quedar. El resto tiene que venderlo. Así es como se ha hecho en todo el mundo”.
Un caso cercano es el de AT&T, que después de batallar ocho años en tribunales contra el gobierno, tuvo que partir su Sistema Bell de telefonía. El monopolio se quebró y nacieron diferentes compañías, llamadas las “baby Bells”, donde operadores regionales independientes proporcionaban la telefonía local, cuyo equipo tampoco podía aportar ninguna subsidiaria de AT&T. Mantuvo la telefonía de larga distancia, aunque pudieron entrar a competir otras empresas, pero entregó la Sección Amarilla, tuvo que compartir la marca Bell, y vender la mitad de sus laboratorios de investigación y desarrollo. AT&T perdió cerca del 70 por ciento del valor de su mercado con el fin de su monopolio.
La forma como Slim quiere vender activos fue muy bien recibida en los mercados, donde América Móvil, que concentra a Telmex y Telcel, obtuvo de un día para otro un alza de más de 9 por ciento en sus acciones. Pero cuando baje la marea que revolvió con la iniciativa a toda velocidad, se empezarán a ver las rocas en el mar. No va a ser fácil la batalla que se avecina para Slim frente al gobierno y los órganos regulatorios. AT&T es sólo un ejemplo de donde puede abrevar.
En Estados Unidos también se rompieron los monopolios de ferrocarriles de Andrew Carnegie, y del petróleo de John D. Rockefeller, enemigos entre sí hasta que se unieron para enfrentar los intentos del gobierno de romper sus imperios industriales. Junto con el banquero J.P. (John Piermont) Morgan, financiaron incluso una campaña presidencial para tener al jefe de la Casa Blanca a su disposición, pero ni así pudieron evitar que el gobierno hiciera pedazos sus intenciones. Es una buena lección la del pasado, donde no importa el poder de los magnates y poseedores de industrias dominantes en el mercado, y las formas como quisieron burlarlo; cuando el gobierno les dijo hasta aquí, hasta ahí llegaron.

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