Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Abel Barrera Hernández

Nuestra democracia está flaca*

 El pasado 6 de julio corroboramos que un fantasma aprisiona la democracia en nuestro país, y es el fantasma del abstencionismo.

Los ciudadanos de a pie siguen sin encontrar en el ejercicio electoral los beneficios concretos de la democracia. Han constatado que su voto, orientado a mejorar sus condiciones de vida o a defender sus intereses, se vuelve contra ellos mismos.

Con gran dramatismo la población experimenta que la democracia no le está ayudando a resolver los grandes problemas del desempleo ni a poder forjar el futuro de las nuevas generaciones, porque los espacios educativos cada año son más elitistas y excluyentes, porque percibe que los frutos de la democracia sólo se circunscriben a las ciudades, porque en el ámbito rural prevalecen prácticas políticas caciquiles que siguen tratando como esclavos a los indígenas y campesinos. Enfrentamos una triste paradoja: los mexicanos y mexicanas tenemos una democracia cara pagada por un pueblo pobre.

El voto ciudadano hecho gobierno, transforma a los nuevos ungidos del poder en los  privilegiados del régimen; se deslumbran, pierden piso e identidad y optan por defender los intereses macroeconómicos de los poderosos.

Como sociedad civil y política tenemos que analizar autocríticamente las causas de la desilusión y el desencanto electoral. Si este ejercicio ciudadano no está sirviendo para resolver los problemas básicos de la población, tenemos que revisar qué está fallando en los partidos políticos y en las mismas instituciones electorales.

No podemos decir que las causas de estos males están en la ciudadanía, ahí más bien emergen los desafíos; que los partidos políticos y poderes constituidos están obligados a atender y resolver con creatividad para poder consolidar un sistema verdaderamente democrático.

¿Qué lectura debemos darle al abstencionismo galopante? ¿Será un reproche o reprobación ciudadana a los que fueron candidatos? ¿Lo podemos interpretar como un reclamo silencioso de la no inclusión de los electores en la selección de sus representantes? ¿Será la expresión de una crisis de representatividad y legitimidad? ¿Es el coraje civil que manifiesta su protesta con la no participación en los comicios? ¿Son los resabios de una cultura política autoritaria que funciona gracias a la pasividad y conformismo de la población? ¿No será también la falta de una estrategia apropiada, atractiva y con capacidad de convocatoria sobre educación cívica por parte de los institutos electorales y los partidos políticos? ¿Qué tanto la lucha intestina de estos partidos que se han olvidado de los grandes problemas nacionales y que tienen postrados a más de 40 millones de mexicanos son causa angular del quiebre de este modelo democrático?

Este descalabro electoral nos obliga a replantear en serio la tan manoseada reforma política del Estado que consolide las instituciones democráticas pero que también empodere a la ciudadanía, que le dé vitalidad a la pluralidad política y que los ciudadanos tengamos las garantías para decidir y elegir libremente la forma de gobierno que queremos.

La peor lección que podemos sacar de esta jornada electoral es pensar que todo lo que hicimos estuvo bien y que el fenómeno del abstencionismo lo veamos como una disfuncionalidad de un sistema político perfecto, que no tiene porqué cambiar.

No podemos seguir viviendo tranquilamente de las rentas que proporciona la democracia si no nos involucramos en la resolución de los problemas que más duelen a la población pobre como la falta de democracia, de justicia y de pan.

Los retos son mayúsculos por eso nuestra motivación debe ser muy alta para que seamos capaces de responder con gran ímpetu y eficacia a las nuevas y complejas realidades de nuestra flaca democracia mexicana.

  * Intervención en la XII sesión del Consejo Local del IFE del 26 de agosto, con motivo de la conclusión del proceso electoral federal del 6 de julio.

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