Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Padrino de palabras

Retequeverde

El Pozole Verde reempieza con una nota de sociales. La invitación para ser padrino de palabras en una boda era insólita, e insólitamente acepté. Imaginé un discurso tradicional, y espero que eso sea a pesar del abuso de la retrospección y de datos tan particulares que en un momento sospeché que sólo a mí involucraban. Por fortuna no fue así. Dije las Palabras, que casi empiezan con la amistad que tuve con Chencho, tío de la novia, brindé con familiares y amigos y me fui a sentar. Atrás empezó el calabaceado y Chencho (al que no había visto) apareció de una esquina muy risueño y me dijo: “Te vengo a saludar porque en tus palabras casi no te acordaste de mí”, y como era obvio que planteaba las cosas al revés y hacía tiempo que no nos saludábamos, nos dimos un fuerte abrazo.
Ya me tardé para darle las gracias a Jorge Romero Rendón, por lo que escribió en Vértice; a Edgar Guzmán Miller por la comparación de Altamirano para cuentacuentos con un “botecito” de perfume; a Aurelio Peláez por la incunable antología guerrerense, a Noé Blancas por acordarse de unos cuentachos y a todos los amigos y lectores que cada miércoles salen a comprar El Sur y su cazuelota de Pozole Verde.

Palabras para Rosa María y Saíd Vladimir

Rosa María y Saíd Vladimir se han matrimoniado. La fiesta que empieza es tan importante para los novios, para sus amigos y familias, que todavía no me descubro los méritos sociales o siquiera cívicos para estar aquí, frente a ustedes, con el micrófono en una mano y en la otra la copa lista para decir salud por la felicidad de los jóvenes enamorados que hoy han contraído nupcias.
De hecho, llegué a este lugar –y a este renglón– en una de esas vueltas curiosas y fantasiosas que suele dar el tiempo. Mi amistad con muchos de los Giles, empezando con doña Rosa, es casi tan antigua como el edificio de la escuela primaria Primer Congreso de Anáhuac. Ahí conocí a Crescencio; los dos jugamos en el equipo de futbol de la escuela, el Real Anáhuac, como lo documentan fotografías de esas que de pronto alguien encontró entre papeles antiguos o bajo la manga de los recuerdos infantiles y los reparte a los compañeros de generación que va encontrando con una emoción que ya casi no cabe en este mundo, aunque sea en fotocopias de a veinte centavos.
Ya entonces, bajo la severa supervisión de doña Rosa, los Vargas Giles daban la pauta en todo lo que fuera venta y repartición de periódicos y revistas. En esa época el primer diario que llegaba a la ciudad era el Esto, y dos o tres veces otros amigos y yo acompañamos a Chencho más que a vocearlo por las calles a repartirlo en oficinas y otros lugares, pues Chencho ya tenía “entregas” formales y, divertido, nos las compartía. Con la apertura de calles y la remodelación del centro de la ciudad, los puestos de periódicos y los de aguas frescas de Ene y doña Lola anduvieron de un lado a otro de la avenida Álvarez, hasta que los sembraron en la recién estrenada plaza cívica, en una orilla originalmente destinada a estacionamiento, frente a lo que quedó de lo que había quedado del hotel Bravo. En muchas de esas me tocó escuchar a Cándido. Supongo que estaba empezando a tocar la guitarra, pues frente a uno repetía acordes y requintos y una y otra vez canturreaba el mismo bolero romántico. Quién iba a saber que, dándole a la guitarrita, como decía doña Rosa, Cándido estaba inaugurando una tradición musical familiar que, asegún vamos viendo y constatando, no tiene para cuándo acabar.
Ignacio Vargas Giles era menor que Chencho pero no por eso dejamos de llevarnos. Nacho era amigo de todo mundo. Con él la nobleza caminaba de mano de la simpatía. Por eso unos le decían Nacho, contracción infantil o de estima, y otros Nachito, en que el diminutivo agudiza aún más la amistad y el cariño. En un caso nunca antes visto, hasta en una caricatura que mi viboriesco hermano Carlos le dedicó, salió sonriente y más que bien librado.
No menos amistosa era Araceli, la maestra, cuya tragedia no dejo de recordar. Casi todos los días de la semana saludo a Lupe, en los periódicos, eternamente jovencita.
A partir de la tarde en que me encontré al novio y a la novia en la calle y éstos me entregaron la invitación para asistir a su boda como padrino, tuve que reconocer que para andar de memorista ya me fallaba demasiado la memoria y que me iría mejor si no me pusiera a hablar del tiempo. En la acera de enfrente alguien gritó ¡ahí va!, ¡ahí va!…, y al voltear me encontré con Saíd y Rosa María. Con ellos venía la mamá de la novia. Me entregaron la invitación y luego le dije a la mamá que había gritado que ahí iba como si me conociera, y ella me hizo saber que sí me conocía, pues fuimos compañeros en la secundaria.
Me iba a ir para atrás, abochornado de olvido, de un solo salto, pero ella medio me justificó:
–Es que unos crecen para arriba y otras crecemos para acá –dijo, señalando a sus lados, con ingeniosa y cordial espontaneidad, María Guada-lupe González Rodríguez, esposa de Nacho, mamá de la novia, una de las dos más memoriosas de mis compañeras de escuela.
Seguro que la familia del novio agradecerá lo poco que sé de ella. Conocí a Saíd en un taller de creación literaria, donde la información personal no es lo de menos sino lo de más, puesto que el centro de atención son los textos literarios y no los espacios o asuntos íntimos de los nuevos escritores. Durante al menos dos años, Saíd presentó capítulos de una novela en que un joven emprende un viaje mágico y esperanzador hacia un lugar funambulesco en busca de algo que no puedo contar porque cada semana Saíd presentaba largos y emocionantes capítulos cuyo final no alcanzábamos a vislumbrar. Entre líneas, los talleristas avizoramos a un narrador joven pero al que apenas le señalábamos uno que otro error ortográfico y al que llenábamos de preguntas sobre su novela, que de entrada –la circunstancia me permite decirlo– revelaba, además de un imaginativo abanico de recursos simbólicos, el rítmico sosiego con que encaraba las cosas y la tendencia amorosa del autor.
Antes de aceptar el inusual padrinazgo, me amparé en la tradición: ¿Ya lo pensaste bien? –pregunté a Saíd–. Casarse no es enchílame otras y de paso me traes un vaso de agua fresca. Respondió que sí, di por hecho que su compañera sabía que se estaba matrimoniando con un escritor, en mi inusitado papel de padrino de palabras dije ojalá que se gane un buen marido pero no se pierda un excelente narrador, ojalá –ruego ahora– que Rosa María y Saíd, que se conocieron en clases de literatura, agarren buena onda y sean como las palabras que se juntan y, juntas, levantan una casa, limpian la calle de hojarasca y hacen posible el porvenir.
Conste que se están juntando por su bendita voluntad y bajo su propio riesgo, ellos y su alma, dijera Platón. Es sabido que, anunciando los encuentros amorosos profundos y los desencuentros matrimoniales que pueden provocar una pasta dental mal exprimida o una toalla utilizada como tapete, el discípulo de Sócrates no dudó en contarnos la tragedia y la dicha del amor a través de uno sus alegóricos y, desde luego, platónicos ejemplos.
En el principio de los tiempos, dijo, en libre y romántica interpretación, los seres humanos (para llamarlos de una vez así) eran de una sola pieza: capaces de procrear por sí mismos, no conocían la duda ni el temor y sus actos expresaban carácter e inusual capacidad de decisión. La fuerza, la autonomía, la creatividad y la valentía de estos seres andróginos aterrorizó a los dioses. Reunidos con carácter de urgencia, éstos decidieron cortar por lo divino semejante poder y, preventivamente, dividieron al ser del que hablamos: el que antes fue uno solo, ahora sería hombre y mujer. Esta prometeica unidad física y espiritual se hizo popular bajo la imagen de una redonda y frondosa naranja… partida en dos.
Desde entonces los seres que fueron uno solo andan en búsqueda de la mitad de su cuerpo, de la otra parte de su yo, de lo que los completa y pegados a la cual son redonda y absolutamente felices.
¡Salud, por los novios, que andaban como ángeles perdidos antes de encontrar la mitad de su naranja!
¡Salud por las naranjas, las manzanas, las rosas, las metáforas y los azahares!… ¡Por la novia, el novio y el amor amoroso de las pares pares!…
Brindemos, los lectores, por ellos: por Rosa María y Saíd, ¡salud!
Fechado en Chilpancingo, el siete de junio de dos mil catorce.

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