Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Parlamentarias

 (Sexta de siete partes)

 Que hable, que hable   A la senadora Aurora Arrayales no le calienta ni el sol pues se le ha echado el tiempo encima para organizar en Acapulco la convención nacional del sector femenil del PRI. Gustavo Díaz Ordaz será declarado en ese acto candidato de las damas a la presidencia  de la República.

–Me urge un buen pintor para un retrato mural de nuestro candidato–, demanda la angustiada mujer al alcalde Ricardo Morlet Sutter.

–¿Buen pintor?– inquiere Morlet. Recuerde, Aurorita, que estamos en Acapulco; pídame un latin lover o un cevichero pero no un buen pintor. Ora que los buenos pintores, mi señora, o son comunistas o están en la cárcel.

–¡Ay, doctor, usted siempre con sus cosas! Créame, estoy auténticamente angustiada porque tengo escasas  24 horas para armar el evento. Mi futuro político depende de sus resultados… ¡Luego se ve que ustedes no conocen el carácter del candidato!

–Un sola advertencia, Aurorita–, revira el Alcalde acapulqueño. Le voy a recomendar al único pintor que tengo a la mano pero no asumo ninguna responsabilidad sobre su trabajo.

Llega el día de la convención. La élite priísta llega curiosa  al cine Playa Hornos en cuyo monumental foro luce la imagen de Díaz Ordaz. La boca del candidato no es diferente a la de un chimpancé y su dentadura de macho calabacero se prolonga más allá de la nariz. Sin embargo, no será eso lo peor: una  falla de perspectiva hará que los ojos del poblano se vean sobre los cristales de sus antiparras.

–¡Que es esto, Díos mío!–, un alarido retumba en la enorme sala vacía al tiempo de que la señora Arrayales se derrumba sobre una butaca.

–¡Uta, que vieja tan delicada–, interviene con temeridad pasmosa el autor de la obra –¡Pero si a mi retrato solo le falta hablar!

Rico Morlet ha  sacado del soponcio a la  senadora y sin falta responde al pintor, agudo y certero:

–¡Efectivamente, Lobato, sólo le falta hablar pero para mentarte la madre, cabrón! 

Las ciudades y las costumbres 

Todo Oaxaca lo sabía. El candidato del PRI a diputado federal por el distrito de Huajuapan de León, estaba cincho nomás por disfrutar de la amistad del presidente José López Portillo. El mismo recurría a un retruécano sobre las posibilidades de su triunfo, aludiendo  al título de un vals que es  himno en la Vieja Antequera. “Sólo que Dios  muera –decía– no seré diputado, pero como Dios nunca muere lo seré ”, je-je.

El Partido Acción Nacional adivina un gordo chanchullo y le coloca  una sombra al susodicho. Más temprano que tarde lo agarrará con las boletas en la mano.

Un comando albiceleste penetra una noche en la presidencia municipal de Huajuapan de León para pillar al candidato priísta  cruzando como loco boletas electorales. Las dobla cuidando que los piquitos queden parejos para luego introducirlas delicadamente en las urnas a su disposición.

–¿ Pero qué hace usted, so bellaco?–, demandan los brigadistas del PAN ajenos a las malas palabras.

–No, pos aquí así se acostumbra–, responde el oaxaco con un dejo mitad inocente mitad cínico. Si, es costumbre de aquí, siempre…

–Vaya descaro de tipo, ¡vive Dios!–, claman santiguándose los “bolillos”.

–De veras, los indios no saben votar, nosotros votamos por ellos– explica el hombre sin dejar de cruzar boletas.

El locutor Luis M. Farías,  líder del control político de la Cámara de Diputados, llama angustiado  al presidente de la República para dejarle sentir el terremoto.

–¿ No te dijeron que es mi amigo?

–Lo sé, señor presidente, por eso le estoy llamando.

–Mira , Luis: sólo te digo una cosa: ¡no te arriendo las ganancias si lo dejas afuera!

(Un jefe de control político tiene derecho a morir en el intento pero jamás  fallarle a su jefe. El amigo de Jolopo entrará a la  Legislatura 51 y llorará con el presidente cuando este pida perdón a los campesinos por no haber entregado a cada uno de ellos una residencia como la del Negro Durazo en Zihuatanejo).

   Viejo corrompido

 El anciano legislador Juan José Baz es fustigado duramente por un diputado opositor. Forman parte de una Legislatura de principios del siglo 20 cuando los chicharrones del general  Díaz eran los únicos tronadores.

–Y hoy afirmo  ante la nación –concluye­, que el diputado Juan José Baz no es el hombre honrado que a todos ha hecho creer: ¡Es un“viejo corrompido”!

El aludido sube con grandes dificultades a la  tribuna y una vez dueño de la situación destruye uno a uno los argumentos de su oponente. Lo deja en calidad de trapo de cocina luego de ridiculizarlo mediante el manejo de una ironía fina, corrosiva. Se dispone a bajar pero algo lo hace volver al podio.

–Sólo para decirle a su señoría –apunta con el índice a quien lo ha llamado “viejo corrompido”–¡Decirle que me perdone pero yo no tengo la culpa de que le guste andar oliéndome el trasero!

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