Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Regreso a clases; de ventanas rotas y el llanto de los niños que se estrenan

 * El primer día: de ojeras, apuros y homenajes  

El primer día de clases: las ojeras ahora son en los padres y el brillo en los ojos de los niños. Emprender el camino a pie, en auto o taxi, de la mano del niño debutante al que hay que ir a entregar a una maestra que será buena o mala, según se den las cosas.

El aire es fresco por la llovizna de la noche anterior. Así, hasta el día parece nuevo, aunque los claxonazos de los autos de los padres que ya van tarde a la escuela –los primeros días siempre se llega tarde– lo arruinan un poco.

Al poco, al final del recorrido, un nuevo ruido comienza a congregarse, el de las voces de los niños en un ritual de juegos y escuela y que se reúnen en el patio, y que se apagarán un tanto al primer toque del gis sobre el pizarrón, y ordenándose luego en lecturas de palabras a coro.

M. aún lleva el bigote del vaso de leche que no se terminó. La niña no presume los zapatos ni la mochila nueva. La urge volver a encontrarse con sus amigas de prepri que ahora son de primer año. Tiene algo que platicar, un diente que se le cayó en vacaciones. Se reúnen en un recuento festivo de sonrisas con ventanas.

En el primer ritual que tienen que asumir, el homenaje a la bandera, falla el equipo de sonido y se apura el acto cívico. Ya a medio acto, una madre lucha por desprenderse a su hijo de las faldas. Tan grandecito y tan chillón, si ya va a primero. Sus futuros compañeros le miran, ajenos al drama. Es una imagen que nunca falta.

Esta imagen llama sin chistar a un poema de Salvador Novo –cuya lectura ahora no me parece tan graciosa, por M.– La Escuela, que habla de un niño rico que va a una escuela pública y que sufre porque la maestra lo ve mal, por sus uniformes y útiles nuevos que los demás envidian. Luego dice el poeta: “Pero si tengo un hijo/ quiero que nadie nunca le enseñe nada/ quiero que sea tan perezoso y feliz/ como a mi no me dejaron mis padres/ ni a mis padres mis abuelos/ ni a mis abuelos, Dios”.

Basta pues una solidaridad momentánea, aunque por unos momentos se es un poco feliz con la idea (Aurelio Peláez).

468 ad