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Irrumpen militares en la fiesta de la Asunción en Ajuchitlán y destruyen un castillo pirotécnico

 * Los oficiales de la fiesta y las guananchas se movilizaron cuando los efectivos del Ejército se llevaban detenido a un trabajador y dos niños * Un mayor del 40 Batallón fue a negociar la libertad de su subordinado, quien pagó los daños

 Gregorio Urieta, corresponsal, Corral Falso, Ajuchitlán del Progreso El tradicional festejo de la Asunción de María, virgen venerada por la mayoría de los ajuchitlecos y tlapehualenses, se vio interrumpido de pronto el viernes 15 como a las 2 de la tarde, cuando hizo su aparición un grupo de militares del 40 Batallón de Infantería.

Llegaron a la explanada del Zócalo de la comunidad, la rodearon, se dirigieron a quien estaba armando un castillo pirotécnico y sin más, comenzaron a destruirlo. Tomaron preso a un trabajador y a dos chamacos de 12 o 13 años, les apuntaron con sus armas, cortaron cartucho y con las manos en alto se los llevaban.

Los chamacos lloraban. Las guananchas (que son como las madrinas que regalan fruta a los asistentes) y los oficiales de la fiesta reaccionaron de inmediato y apoyados por una profesionista del lugar, detuvieron a los militares, agarraron al capitán que iba al mando y lo encerraron.

Después de una negociación de más de ocho horas, lo soltaron luego de que se comprometió a pagar el costo del castillo, lo que hizo a mediodía del sábado.

Fueron momentos tensos, “cabrones”, dice uno de los que negociaron con un mayor que llegó a ese lugar a rescatar al capitán.

Era un día 15 de agosto como tantos otros de otros años de festejo tradicional de la patrona del lugar. El atrio de la iglesia estaba atiborrado de gente, porque ahí bailaban los moros, danza tradicional que tenía varios años de no ser ensayada en Corral Falso.

A los costados del atrio se ubicaban mesas repletas de comida que los anfitriones ofrecían a los visitantes, como es la tradición en los pueblos que veneran a la virgen de la Asunción.

Frente a la iglesia, en la explanada a un costado del kiosco, trabajadores armaban dos castillos pirotécnicos. Uno de ellos era obsequio de una persona de Corral Falso que con eso pagaba una manda a la patrona del lugar. El otro, era producto de un contrato que los integrantes del comité de la fiesta, llamados “oficiales”, habían hecho con una persona de San Miguel Totolapan, de la que nadie quiso dar su nombre, pues dijeron no saber.

Después de las 2 de la tarde llegaron los militares. Estacionaron sus dos vehículos casi a una cuadra de la avenida  Asunción. Se dirigieron a la explanada en donde estaban trabajando en el armazón de los castillos y preguntaron por un hombre. No estaba, sólo estaba un trabajador que era apoyado por dos chamacos.

Sin más, comenzaron a cortar las cuerdas que sostenían la estructura del castillo, el que cayó. En esto fueron apoyados por Maximino Segura, nombre de quien armaba el otro castillo y quien, se supo, fue quien “le puso el dedo” al otro. Cuando ya se iban llevando detenido al trabajador y a los dos chamacos que lloraban, se les apersonó una mujer de unos cuarenta y cinco años, quien los detuvo exigiéndoles la orden por escrito para haber destruido el castillo y llevarse a los trabajadores.

El capitán “Mendoza L.”, les explicó que el “castillero” que estaba trabajando allí no tenía permiso para trabajar la pólvora y que tenían mucho buscándolo. Luego se supo que ese castillero trabaja con un permiso que le facilitan unos familiares de Ajuchitlán.

La mujer, que no quiere que se dé su nombre, estuvo de acuerdo en ello, pero, les dijo que no tenían porqué destruir el castillo por el que ellos habían pagado.

En ese momento los militares fueron rodeados por los oficiales y las guananchas, que salieron de la iglesia al ver la corredera de chamacos y la destrucción del castillo

Al no ponerse de acuerdo con el capitán Mendoza L, decidieron detenerlo y lo metieron a la sacristía. “Le llevaron un ventilador y agua fría para el calor”, dice Rigoberto, uno de los negociadores.

A solicitud del comisario municipal Jesús Ineira –que es funcionario del ayuntamiento perredista que preside en Ajuchitlán Esteban Vergara Chamú– llegó la policía municipal, pero también la motorizada, aunque a ésta nadie sabe quien la convocó.

Rodearon el lugar colocándose en las esquinas de las calles que desembocan a la plaza cívica. Los trabajadores del castillero de San Miguel Totolapan, aprovecharon la confusión “y se pelaron”, dice Rigoberto.

Una hora más tarde llegó hasta ese lugar el mayor del Ejército Edmundo Magaña, quien exigió la liberación del capitán Mendoza.

Los lugareños ya se habían organizado para negociar, la gente se arremolinaba en la explanada del Zócalo y mentaba madres al capitán Mendoza, quien les pedía una oportunidad y les ofrecía 10 mil pesos para reparar el daño causado. Los negociadores, el comisario Jesús Ineira Gutiérrez, el profesor Julián Alfaro Sixto, el mayordomo Eulalio Rosas Martínez, y Rigoberto, asumieron una posición conciliadora pero firme. Reconocían la autoridad del Ejército, pero les pedían reconocer que habían actuado mal al destruir el castillo sin consultar a los responsables de la organización.

“El castillo es del pueblo, lo pagamos todos”, le decían al mayor Magaña, lo mismo que habían dicho al capitán Mendoza y le exigían 30 mil pesos de indemnización.

En determinado momento, Magaña presionó a los lugareños amenazando con llevarse al Capitán, lo que obligó a los lugareños a reforzarse. “En calidad de qué te lo vas a llevar. Si se lo va a llevar así, por la fuerza de las armas, está mal, porque no somos nosotros nomás, es el pueblo”, le dijo el profesor Alfaro.

Ya la noche había caído. Los organizadores estaban presionando porque ya eran las 9 y todavía no comenzaba el jaripeo. Si seguía eso, no habría baile y tendrían qué pagarle al conjunto-banda del maestro Héctor Cervantes y el sonido Molotov, sin trabajar.

El mayor Magaña amenazó con retirarse, pero procedería penalmente “o como sea”, en contra de los responsables de la detención de Mendoza, e incluso les dijo que esa acción es catalogada como secuestro.

Los negociadores recularon, ocasionando la molestia del pueblo, que exigía que les pagaran 30 mil pesos o que se quedara allí. “Para ustedes 30 mil pesos es nada, porque agarran a un narco y le sacan eso o más para dejarlo libre, le dijo Rigoberto, comerciante del lugar. “Pero no estamos negociando la droga”, se escuchó decir al mayor.

Fue el profesor Alfaro quien le tocó la sensibilidad a Magaña cuando le dijo que ellos (los militares) no eran delincuentes: “Ustedes son el glorioso Ejército mexicano, ¿porqué actúan así?” Entonces Magaña responsabilizó de la acción al capitán Mendoza y pidió hablar a solas con él.

Después de ello, Mendoza se comprometió a pagar 16 mil pesos por los daños causados, los que entregó este sábado el mayor Magaña, “lo que demuestra que sí tiene palabra”, dice un informante.

Para sacar de allí al capitán Mendoza, fue necesario una estrategia de los militares: adelantaron la quema del castillo que había construido Maximino Segura, y de esa manera la gente se concentró en el espectáculo.

“Siempre se quema a las 11, pero ahora fue a las 10, muchos se lo perdieron”, informa Rigoberto, quien señala que el capitán Mendoza salió por una puerta posterior al frente de la iglesia, pues los lugareños exigían que pasara por una valla que le iban a formar.

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