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Tlachinollan

Diez meses sumidos en la desatención y el engaño

Centro de derechos humanos de la Montaña, Tlachinollan

En la noche del 15 de septiembre del 2013, más de 50 familias de la colonia Isla Escondida salieron de sus casas ante la arremetida del río que destruyó la escuela primaria Lázaro Cárdenas, la casa de salud, la escuela preescolar Ignacio Manuel Altamirano, el albergue escolar de la CDI y 53 viviendas. Fueron cuatro días de diluvio y ninguna de las personas mayores tiene memoria de una catástrofe de tal magnitud. Nunca habían visto la fuerza avasallante del río ni de la barranca, cuya corriente de agua  que pasa en medio de Zontecomapa, enfureció.
La colonia Isla Escondida desapareció por completo. No quedaron rastros de su capilla, y sus santos se fueron entre las cosas a las que más aprecio tenían. La  delegación municipal, que tanto trabajo les costó construir, ahora formaba parte del inventario sepultado. Salieron despavoridos, en busca de refugio en los cerros más altos. El bramido del río y su fuerza irascible preludiaba el fin de la comunidad, al ver que los cerros donde se encuentran asentados, también se desgajaban. La buena organización de la comunidad les permitió poner a salvo a toda la gente. Estaban vivos pero a la intemperie; sin casa, sin techo, sin ropa, sin comida y sin cobijas. Bajo el agua resistieron. De la nada rehicieron su vida, levantaron enramadas para guarecerse de la lluvia y contar con un lugar medio seco para descansar. Su mejor refugio lo encontraron en las colonias de Cerro Tabaco y Palo seco, con los que compartieron su dolor, su hambre y su soledad.
Nadie del gobierno llegó a prestar auxilio. Fueron los maestros y las autoridades del pueblo los que salieron caminando para pedir apoyo a las instituciones educativas, a las organizaciones sociales y a la Iglesia católica. Varios colectivos de jóvenes indígenas residentes en Chilpancingo y México organizaron el acopio de víveres para llevarlos hasta la comunidad. Con estos apoyos las familias buscaron su propia reubicación y levantaron sus cobertizos con carrizo y láminas de cartón. Hasta la fecha la mayoría de familias desplazadas vive en condiciones deplorables por la desatención de las autoridades. Zontecomapa no les genera mayor conflicto a los funcionarios del gobierno porque se mantiene invisible e imperceptible el problema de las familias desplazadas. Cómodamente pueden decir que en Zontecomapa no hay desplazados y por lo mismo, no es una comunidad prioritaria donde urja la construcción de nuevas viviendas,  de nuevas escuelas, la clínica y el albergue.
En septiembre los niños y niñas tuvieron que estar al lado de sus padres, esperando que el río volviera a su nivel y mientras los padres y madres de familia reiniciaban su vida de la nada. Fue un mes de trabajos comunitarios, dedicados a reabrir la brecha para no seguir aislados. Un tiempo dedicado a desenterrar algunos materiales que pudieran servir para armar sus viviendas improvisadas. Fueron momentos críticos por la escasez del maíz y del frijol. No cosecharon nada porque las mejores tierras desaparecieron y lo que sembraron en el tlacolol se pudrió por el exceso de agua.
Los 60 niños y niñas del albergue tuvieron que regresar a sus comunidades para apoyar a sus padres en la reconstrucción de sus enramadas. La comisaría fue insuficiente para albergar a las familias que no encontraban terreno para levantar su cobertizo. Para los maestros y maestras de la escuela primaria y las de preescolar, no había otra alternativa que habilitar algún espacio para reiniciar las clases. Sólo quedó en pie la escuela secundaria técnica 281 que acondicionó un salón para albergar a las niñas y niños que provienen de Lomatuza, Plan de Ojo de Agua, El Llano, Barranca Dulce, Barranca Mina y Agua Fría, del municipio de Acatepec.
Es increíble constatar cómo las familias tuvieron la fuerza y el ánimo para reiniciar su vida en medio de la devastación, de sobreponerse a pesar de  tener frente a sí los edificios públicos semienterrados, que son los monumentos a la impudicia, por la mala planeación de las obras  y la nula prevención de desastres, por parte de las autoridades y las empresas constructoras.
A 10 meses de las tormentas, Zontecomapa y la totalidad de comunidades desplazadas de la Montaña siguen viviendo a la intemperie, enfrentando las mismas carencias y precariedades que conlleva al no contar con casa propia. De las 56 viviendas que fueron destruidas por el río, hasta este 11 de julio no había una casa nueva construida. La constructora Mexgro ha iniciado la construcción de tres viviendas con medidas de 8.20 por 6.20 metros, que incluyen tres piezas, un baño y un patio de servicio. Las casas no contarán con cimientos, solo llevarán una cadena alrededor, polietileno extendido al ras de la tierra como impermeable y un armado de cemento como base, que abarca la superficie de la casa. Las paredes serán de tabicón y el techo de lámina. Solo el baño llevará loza de cemento. La meta es construir 33 viviendas sin que las familias sepan donde estarán.
Las autoridades comunitarias no cuentan con información oficial sobre el número de viviendas que serán construidas, qué personas serán las beneficiadas y el tipo de material con el que serán construidas. En un espacio pequeño para una familia de siete miembros y con una cocina dentro de la misma vivienda resulta ser una construcción inapropiada, nadas funcional para una familia que vive y trabaja en el campo. Dan por hecho que las familias contarán con estufa y consumirán gas. Al techo de lámina la gente le augura pocos meses, porque sabe que la fuerza del viento en plena montaña, no hay lámina que resista su embate.
El modelo de casa que se está construyendo en las ciudades ha sido trasplantado a la Montaña, en terrenos quebrados, sin cimientos que sostengan fuertemente las paredes,  con techos volátiles y sin posibilidades de que las familias hagan sus tortillas en el comal. Lejos estamos que los funcionarios se dignen consultar a las familias sobre cuál sería el modelo de casa más apropiado a su hábitat y a su modo de vida campesino. Como siempre se imponen las decisiones desde el centro, con personajes con visión urbana y posturas etnocéntricas, siempre vilipendiando el modo de vivir de las comunidades indígenas. Quedaron atrás o más bien fue pura verborrea, el interés que mostraban algunos funcionarios de Sedesol federal de construir viviendas que fueran funcionales para el modo de vivir de las familias indígenas, cuyos patrones culturales y cosmovisiones son muy diferentes a la cultura urbana.
Sobre la construcción del albergue, la comunidad ha quedado a merced de lo que decidan los funcionarios de la CDI y la empresa constructora. Lo que les han comentado es que los trabajos no iniciarán si antes no se les suministra energía eléctrica y agua entubada, es decir, que primero le tienen que proporcionar esos servicios a la empresa, para que se digne construir el albergue para los hijas e hijas que sufrieron la pérdida de sus viviendas. Mientras tanto los 50 niños y niñas viven hacinados en un salón de clases de la escuela secundaria. Las autoridades de salud no han informado con veracidad cuándo piensan construir la clínica. Por ahora este servicio no se brinda con el pretexto de que no hay un lugar apropiado para la atención de los pacientes. Los niños y niñas de la primaria durante todo el ciclo escolar tuvieron que adaptarse a lugares inapropiados para recibir clases. La construcción de  la primaria avanza lentamente, sin embargo los maestros no tienen información sobre  los detalles de la obra y los tiempos para su conclusión y entrega.
Entrar a la intimidad de los hogares de las familias indígenas y conocer la opinión de las autoridades comunitarias, sobre cómo están enfrentando las consecuencias del desastre, es tocar las fibras más finas del pensamiento y el sentir de las poblaciones indígenas de la Montaña. No perciben cambios en  los gobernantes en los modos de tratar y de relacionarse con la gente de la Montaña. Siempre prevalece el desprecio, la desatención, la arrogancia, el autoritarismo y el engaño de los que están encargados de atender a las comunidades indígenas. La devastación permanece intacta, tal como la dejaron Ingrid y Manuel. El mismo puente que inauguró en junio de 2013 el presidente municipal de Acatepec, sigue como un vestigio de una obra mal planeada, hecha para salir del paso y que ante la gran extensión del río, no se ve para cuándo Zontecomapa  volverá a tener un puente con las dimensiones que requiere, para que pueda comunicarse con las comunidades vecinas.
Son las mismas comunidades las que con pico y pala, con el trabajo comunitario, con el dinero de los hijos que trabajan en Estados Unidos y lo poquito que logran ahorrar con los programas federales, es como las familias están resolviendo sus necesidades más básicas.  A través del Consejo de Comunidades damnificadas de la Montaña han podido acceder a los granos básicos de maíz, frijol y arroz que por mes han recibido 31,400 kilos de maíz, 6 mil kilos de frijol y 6 mil de arroz, para 259 familias. Con esta adquisición han trabajado comunitariamente para reparar sus caminos y rehabilitar sus terrenos.
Aún en medio de tantas calamidades, 18 niños y 19 niñas concluyeron sus estudios de secundaria este 11 de junio. Solo cinco de ellos están en posibilidades de continuar en el nivel medio superior, los otros 32, se quedaran en casa para trabajar con sus padres en el campo y a esperar lo que el destino les depare. Lamentablemente con la clase política que tenemos y con la voracidad con la que actúan los gobernantes, el horizonte de la Montaña para los jóvenes se dibuja muy turbio desolador. Su pundonor los sacará adelante.

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