Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

“La gente nos toma a mal la toma (de la alcaldía) pero no nos hacían caso”

 Aurelio Peláez, Coyuca de Benítez * “La gente nos toma a mal que tomamos el ayuntamiento, pero no nos hacen caso”, se lamenta Antonia Ariza Bibiano, homónima de apellidos del alcalde perredista de Coyuca de Benitez, Rafael Ariza Bibiano, mientras nos conduce por lo que ahora solamente se conoce como “la colonia”, pero que en breve ellos mismos la oficializarán como “colonia Tierra Digna”.

La colonia son unas 130 casas de techo de lámina, y plásticos o palos de hueso de palmera a manera de paredes, prácticamente inundada. Cada lote es de 8 por 10 metros. El área, de unas 5 hectáreas, fue invadida hace seis meses y es reclamada por Carlos Carbajal como de su propiedad, aunque los colonos “saben” que el dueño es ahora Julio César Diego Galeana, el ex alcalde priísta acusado de desvio de recursos de la pasada administración.

“Esto lo compró con parte de los 120 millones de pesos que se robó”, acusan. “Julio César es el dueño pero no quiere dar la cara porque le van a preguntar de dónde sacó para comprar esto”, cuenta Ariza. A la entrada del asentamiento hay una casa de una planta construida y pintada. Es la vivienda “tipo” de otras tantas que vendería Carbajal o Julio César Diego, ahora como constructores y promotores de vivienda.

La colonia, situada a unos 500 metros de la Presidencia Municipal, fue la principal protagonista del plantón y toma del ayuntamiento por parte del Frente Popular Tierra Digna, que dirige el ex síndico de Coyuca de Benítez, Héctor Ponce Radilla, y la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) de Benigno Guzmán, y que sería la beneficiaria de los acuerdos a que se llegaron con el presidente municipal, Rafael Ariza.

Aquí irán las 50 toneladas de cemento para la construcción de un muro de contención, que detenga el escurrimiento de aguas negras del centro de la ciudad, a falta de desagüe. También los 150 carros de tierra para el relleno del área, pues cuando llueve la inundación llega a un metro de altura en algunos lados. Asimismo un retroexcavadora para los trabajos de destronque y emparejamiento de calles, y una zanja para el desagüe pluvial.

A la hora de la visita no está Héctor Ponce Radilla, fundador del asentamiento. En la entrada, resguardada por una reja, hay una especie de guardia que mira con desconfianza a los reporteros. “¿A quién buscan?”, sale al quite Antonia Ariza.

–Queremos conocer la versión de las dos partes –le decimos.

–Sí, si los vi tomándole fotos a la camioneta (pintarrajeada durante la toma) en el ayuntamiento –nos dice con algo de recelo.

Luego, nos informa el uso que darían al material sacado en acuerdo al ayuntamiento: para el muro de contención de aguas negras, y aprovechar un área que es ahora casi pantanosa y con lodo verdoso, y donde ahora sólo hay esqueletos de casuchas abandonadas. Ahí una señora embarazada se cayó y sufrió un aborto, cuentan.

Caminamos después por el resto de las casas. Todas con el suelo de tierra levantado por sobre su nivel normal, con pequeños patios encharcados, con camas alzadas sobre troncos, e incluso una con doble nivel para caso de inundaciones. Al paso se van agregando más colonos. “Venga a mi casa, vea cómo estamos”, pide alguien. “Si nos venimos aquí es porque necesitamos vivienda, pero nos toca sufrir”, cuenta otra.

Más quejas contra el alcalde. Que en semanas previas a la toma del Palacio se le fue a ver y que no los recibía, “nos decía que no somos los únicos, que nos esperemos”, recuerda Antonia Ariza. En cambio, acusan que estaba permitiendo que su consuegro, de apellido Galeana y empresario de venta de materiales, sacara arena y grava del río de Coyuca.

“Venga a mi casa”, exige ahora la señora Cristina Rojas,  “que no le platiquen esas chismosas, sobre todo esa gritona”, dice señalando a una vecina. Y sin decir agua va, le suelta una decena de insultos. La otra responde el reto y se trenzan a manotazos y jalones de pelo. Y es que la señora Cristina, una güera regordeta, y otros vecinos como Alfonso Cortés, tomaron distancia del grupo mayoritario de Ponce, e intentaron platicar por su cuenta con el alcalde, al margen de la asamblea. Ahora su permanencia en la colonia depende de la asamblea, aunque Don Alfonso, empleado del ayuntamiento y quien viste una luida playera del PRD, acusa que “Héctor Ponce me amenazó de muerte, lo responsabilicé de lo que me pase”. Y la señora Cristina afirma que “a mí me dijo que me va a tirar la casa, venga y tome fotos de lo que me van a quitar”. Enseña una televisión, un estéreo, una cama, una estufa.

“No es cierto”, le dicen. “Andas tomada güera”; “son pleitos pasionales”; “son mitoteros, nada más quieren dividir la colonia”, los acusan. Ya hay unos 40 en la improvisada comitiva, y otros tantos que miran de lejos. A mediodía, el sol cae pleno, y de los charcos de agua se levantan olores fétidos.

“Escriban la verdad”, piden las partes. Antonia Ariza nos despide ahora amablemente, luego de más de media hora de pasearnos por su colonia. Atrás quedan dos grupos grandes, por un lado, y uno pequeño por el otro. Los reporteros quedan con la sensación de haber ahondado un conflicto que antes de su llegada dormitaba.

468 ad