Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

El boicot a Potzolcalli

Entre las experiencias que vivimos los activistas del PMT en la delegación Coyoacán de la ciudad de México, en el ánimo de educar y organizar a los trabajadores para la defensa de sus derechos, recuerdo el logro alcanzado en los restaurantes de la cadena Potzolcalli.
Corría el año de 1976 cuando una tarde llegaron a nuestra oficina de Copilco dos trabajadores de esa cadena de restaurantes fundada cuatro años atrás por la familia que comparte el apellido del general Raúl Caballero Aburto, aquel gobernador dictatorial y represivo del estado de Guerrero que cayó en 1960 después de grandes movilizaciones contra la matanza que perpetró en Chilpancingo.
Los empleados se quejaban del mal trato que recibían por parte de sus patrones quienes obligaban a todo el personal a entregar cada día una cuota de maíz descabezado con el que preparan el afamado pozole al estilo guerrerense.
El problema no era tanto que los trabajadores se opusieran a la tarea que implicaba descabezar el maíz pozolero, grano por grano, ni tampoco a la cantidad que sus patrones les exigían, sino al hecho de que no les pagaban el tiempo dedicado a esa labor que les cansaba.
La organización de los trabajadores de Potzolcalli por parte de los activistas del PMT   no fue ni complicada ni  difícil, salvo por las desveladas a que nos obligaban las reuniones que se organizaban después de cumplir con su jornada de trabajo, entre las dos y cuatro de la madrugada.
Cuando las condiciones maduraron los trabajadores convocaron a un paro de labores para obligar a los patrones a negociar el pago del tiempo invertido en descabezar el maíz.
La vieja tradición autoritaria de los dueños impidió en un primer momento la solución de la demanda, entonces recurrimos a una vieja táctica empleada por los anarquistas del siglo antepasado cuando confrontaban a los propietarios con los clientes exhibiendo la actitud miserable de aquellos frente a las necesidades de sus trabajadores.
Nuestra idea les pareció descabellada y riesgosa a varios de nuestros compañeros pero la mayoría estuvo de acuerdo en apoyar la iniciativa de boicotear al restaurante haciéndolo mediante la ocupación de todos los lugares destinados a los comensales por el mayor tiempo posible sin consumir absolutamente nada.
Recuerdo que para la acción del boicot contra el Potzolcalli convocamos a los intelectuales del partido y a cual más nos acompañó de manera entusiasta pudiendo llenar el restaurante durante el tiempo suficiente para que los dueños se sentaran a negociar con los trabajadores.
La acción del boicot resultó un éxito, pues aunque los patrones prefirieron que en adelante el pozole se hiciera sin descabezar el grano, aunque fuera en demérito en la exquisitez de su guiso, los trabajadores ganaron el respeto a su jornada laboral.
Sólo que a partir de ése triunfo los dos empleados iniciadores del movimiento pasaron de ser sometidos y resignados, al extremo de convertirse en opositores sistemáticos contra el cumplimiento de toda orden venida de los dueños que los quitara de lo que creían su tarea exclusiva que era servir las mesas.
Aunque no pasó mucho tiempo para que ambos empleados fueran despedidos dejando inconclusa la idea de formar el primer sindicato independiente en el ramo de los restaurantes, la lección fue provechosa para todos.

¡Y ora que digo!

Arturo estudiaba el primer año de economía. Era delgado y tenía un ligero problema de dicción que lo hacía tartamudear. Su problema se agudizaba cuando se ponía nervioso y eso siempre sucedía cuando tenía que hablar en público.
Lo conocí en el comité delegacional del PMT en Coyoacán, en la segunda mitad de los setenta. Llegó un día a la oficina con el ánimo de participar en la política partidista y se entusiasmó en la idea de vencer su tartamudez practicando en los mítines del PMT.
Arturo soportaba estoicamente  las bromas que le hacíamos por su hablar “tacuarete” convencido de que con paciencia podía superar su mal.
Recuerdo que en la lucha emprendida por la defensa de Pemex los militantes de Coyoacán decidimos hacer una gran pinta en una barda kilométrica que cercaba un terreno baldío vecino de la casa del ingeniero Heberto Castillo, en la calle de Cerro del Agua de la colonia Copilco.
Como Arturo fue el de la idea de hacer la pinta, tuvo a su cargo, además de la consigna, delinear las enormes letras que en ésa época pintábamos con chapopote diluido en petróleo para abaratar costos.
En el relleno de las letras todos participamos pensando terminar en un santiamén para evitar ser sorprendidos por alguna patrulla de la delegación que entonces cuidaba con celo la virginidad de las bardas.
Ya concluida la pinta nos dimos cuenta del error garrafal cometido en la consigna. Se leía: ¡Defendamos nuestro Petropetróleo!
Y ni cómo borrarla sin hacer más ostentosa la equivocación.
Para burlarnos del compañero cuyo error nos haría quedar mal con nuestros dirigente, le recomendábamos que mejor silbara cada vez que salía de brigada de pintas, para no dejar huella de su tartamudez en las consignas.
Lo cierto es que en poco tiempo de militancia mejoró notablemente su dicción y fluidez, de manera que cuando sintió suficiente confianza en sí mismo pidió la oportunidad de participar al micrófono en un mitin.
Su oportunidad la tuvo en un lugar y en un momento especialmente álgido donde se registraba un enfrentamiento entre grupos locales que pretendían erigirse en representantes de una colonia irregular. Para esos casos la estrategia del partido era plantear  consignas generales poniendo la unidad de los vecinos por encima de sus diferencias.
Luego de que con la primera intervención en el mitin relámpago se consiguió la atención de los vecinos, tocó el turno de Arturo quien aprovechando el impulso del primer orador prosiguió en esa idea:
–¡Somos portadores de los postulados de Francisco I Madero, de Pancho Villa, de Emiliano Zapata…
En ése momento del discurso el orador se distrajo frente a  los vecinos que del enfrentamiento verbal pasaron a los golpes, lo que le provocó  pánico escénico que lo hizo olvidar toda la idea del discurso y sólo pudo guardar la compostura cuando el dirigente del comité del partido lo urgió para que continuara hablando, como estrategia para calmar los ánimos.
Arturo entonces quiso sacar la casta volviendo al micrófono para recuperar la plaza.
–Somos, somos….. ¡Qué más digo compa! preguntó desesperado buscando con la mirada al compañero más cercano, al tiempo que bajaba el micrófono en clara señal de que rendía la plaza.

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