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Silvestre Pacheco León

 CRONICA MUNICIPALISTA

 El cerro del Vigía en Zihuatanejo

 Se asemeja a un animal prehistórico bañado por las olas del Pacífico. Es el más elevado de los cerros que abrevan en la bahía de Zihuatanejo cuya punta estrangula parte de la mar océano para crear la pequeña y bella bahía que alberga grandes barcos, innumerables veleros y que da vida al puerto.

En el cerro del Vigía está el faro que sirve de orientación nocturna a los navegantes y constituye uno de los paseos más reconfortantes por la brisa que apacigua el calor y el mar en lontananza.

La falda interior del cerro es el límite o el principio, según se vea, del valle que se prolonga hasta la playa de La Ropa, la más extensa y agraciada de todas las que forma la bahía, por su arena blanca y agua cristalina que contrasta con el verdor del follaje de los mangles diseminados a lo largo de su entorno.

En esta parte de la ciudad se encuentra la más rica y variada representación de la flora y fauna del litoral municipal, pues además de las especies propias de las llanuras, se encuentra la que es propia de la selva tropical y la característica de los humedales.

Cerca de la bocana y siempre siguiendo el entorno del Cerro Viejo, se localiza la famosa playa de Las Gatas cuyo nombre refiere la otrora abundante pesca de tiburón en esa zona y que ahora es la preferida por los turistas que buscan la tibieza del agua y olas apacibles.

Esa alberca natural donde abundan los corales, tiene como resguardo el promontorio de rocas que a los guías de turistas gusta repetir como obra de los tarascos ordenada por el rey Calzontzin quien frecuentaba este balneario y quería tener a sus doncellas a salvo del ataque de tiburones.

En el valle de La Ropa el Fibazi planeó la construcción de un megaproyecto en el que se contemplaba la construcción de campos de golf y una marina, pero se desistió del proyecto ante la falta de inversionistas. Después el organismo paraestatal cambió el concepto del desarrollo planeado y comenzó a fraccionar el área para favorecer a la clase política local con precios preferenciales cuyas consecuencias las han sufrido inversionistas originales que compraron y pagaron pensando siempre en que la zona se desarrollaría con toda exclusividad.

Siguiendo hasta donde comienzan las estribaciones del cerro en dirección poniente de la playa, en la década de los setenta se construyó una de las plantas que tiene la ciudad para el tratamiento de las aguas residuales de la zona hotelera. Sus aguas tratadas, desde entonces, son vertidas al estero también llamado de La Ropa donde sobreviven cocodrilos, tortugas, ardillas, iguanas, armadillos.

En toda esa zona descrita se observan modificaciones radicales del ambiente originadas por la presión urbana, por la especulación comercial con los terrenos y por el descuido de las autoridades.

En la semana que termina se ha conocido públicamente la venta de la parte alta del cerro, 17 hectáreas de selva tropical que desaparecerán bajo el ímpetu de los fraccionadores sin importar que en el área haya especies de flora y fauna en peligro de extinción, ni que se encuentre por arriba de la cota 70, que es la altura fijada por el Plan Director Urbano como límite de crecimiento para la ciudad.

En realidad los primeros infractores de esta última disposición, lo hemos dichos muchas veces, han sido los propios encargados de vigilar que se cumpla la ley. Lo hicieron siempre solapando las invasiones para su reserva de votos pero también con el interés de comercializar la zona  ecológica cuando han agotado la superficie vendible para el desarrollo urbano.

En el caso del Cerro del Vigía no se guardaron las formas ni se buscaron pretexto, el propio director del Fibazi traído de Fovigro a Zihuatanejo en el período de José Francisco Ruiz Massieu puso la muestra de la impunidad construyéndose una cabaña justo arriba del límite permitido, para lo cual se construyó una carretera pasando por encima de las consideraciones de las propias autoridades locales acerca del impacto negativo que tendría para la zona comunicar por tierra al asentamiento de Las Gatas. Claro, la obra terminaba justo en la casa y el control del acceso se estableció con policías del Fibazi como afrenta mayúscula para la población.

Pero en general la política de urbanización de la ciudad se ha mantenido invariable porque igual que en los otros cerros donde se negocia el precio bajo la presión de los invasores, en el del Vigía al comprador se le dio el mismo trato: compró 17 hectáreas a un precio de 30 millones de pesos pero sólo pagó dos millones porque el resto lo justificará con las obras de urbanización que necesite.

El precio pactado por el cerro del Vigía es similar al que pagan los precaristas, sólo que la diferencia entre la clase de compradores de que se trata  radica en que al inversionistas le toman en cuenta dicho precio descontándole de él la construcción de calles, pavimentación, introducción de la energía eléctrica, etc. Mientras que los pobres no tienen ningún descuento a pesar de que son ellos quienes cargan con el precio de la urbanización.

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