Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Netzahualcóyotl Bustamante Santín

Jornaleros agrícolas

Múltiples veces se ha dicho que la Montaña guerrerense acusa graves y ancestrales rezagos en variopintos aspectos sociales. Razones que explican la marginación se suceden incesantes. Y la pregunta persistente es si esa región está condenada a la miseria o pueden encontrarse alternativas que alivien su penosa circunstancia.
Cada año, desde hace treinta por lo menos, mujeres y hombres indígenas despueblan sus comunidades e inician un largo periplo a estados del noroeste, centro y norte del país para emplearse en campos de cultivo como jornaleros agrícolas.
Tres de cada cuatro trabajadores laboran en tierras de Sinaloa en la cosecha de hortalizas, jitomate, pepino, berenjena; unos más recolectan limón en Colima, aguacate en Michoacán o chile en Jalisco, Guanajuato, San Luís Potosí y otras entidades.
Los jornaleros migran de tres microrregiones conformadas por la Montaña alta particularmente el área hablante de mixteco, la Montaña baja y la Costa Chica-Montaña.
Como un ritual arraigado en muchas comunidades, comienzan su desplazamiento desde poblaciones muy lejanas hasta ciudades de gran tamaño.
En la zona de Ensenada-San Quintín en Baja California, existen colonias de indígenas guerrerenses que se fueron estableciendo desde hace unas dos décadas.
Su presencia es ya común en Empalme, Guaymas y Ciudad Obregón en Sonora; en Los Mochis, Navolato y Culiacán en Sinaloa; en Autlán, Jalisco; Tecomán, Colima, Jojutla y Zacatepec en Morelos, y otros destinos.
La presencia de los jornaleros se ha diseminado en una docena de estados en la república.
La masiva mano de obra indígena, que es apreciada en esos estados, deja de generar riqueza en Guerrero para crearla en sus lugares de destino, sin que altere sustancialmente las condiciones que motivaron su éxodo.
La migración pues, no resuelve?per se?las condiciones de marginación y pobreza de las comunidades que se abandonan.?Ni la vida de los jornaleros cambia al marcharse ni la de sus familiares al quedarse, acaso la empeore. Lo cierto es que consiguen afuera lo que no obtienen en sus comunidades, un trabajo y un ingreso.
El largo peregrinar va acompañado de penurias desde que parten y especialmente en los lugares a los que arriban. Una reforma a la Ley Federal del Trabajo en 2012, modificó los patrones de contratación de los trabajadores del campo. A partir de entonces se establecen restricciones más severas respecto al trabajo infantil.
Cientos de familias jornaleras se integran por padres e hijos que en su mayoría son menores de edad y es común observar que migren todos sus miembros. Pero a partir de las nuevas reglas han cambiado las condiciones en las que se contratan pero no en las que se emplean en los campos, ni en las que viven y pernoctan en esos campos.
Los estudios y el trabajo de investigación que se ha hecho sobre el fenómeno es tan vigente hoy como antes. Jornaleros que se desplazan con toda su familia, tan solo con el dinero necesario para cubrir el costo del traslado, jornadas intensivas de trabajo de hasta 16 horas en algunos casos, trabajo infantil, incluso el pago al mismo propietario del terreno donde se labora del espacio donde pernoctan que suelen ser jacales, galeras, bodegas o almacenes en desuso o completo abandono sin servicios como agua o luz.
Una tercera parte de los jornaleros que migran lo hacen con contratos que determinan anticipadamente el tiempo que habrán de laborar, las condiciones de trabajo, el salario a recibir y la posibilidad de otorgarles un seguro médico y hasta educación para sus hijos durante el tiempo de estancia. Otro tanto se resigna a confiar en que el trabajo dure más de un mes y que no les regateen su salario con el argumento de que es para sus gastos médicos que cuando se requieren, les son cobrados. Es más, algunos que llegan a Tlapa abordan los autobuses sin siquiera tener la certeza de su destino final.
El jornalero guerrerense sobrevive a penurias y maltratos pero también sabe reclamar sus derechos aunque en eso le lleve el trabajo. Se les discrimina por ser migrantes, indígenas y monolingües. No se respeta su forma de organizarse y convivir. Y se cree que por su condición pueden soportar agravios como mermar su salario, hospedarlos en lugares que no cuentan ni con agua limpia ni con letrinas por hablar de lo mínimo indispensable.
En Sinaloa existen agroexportadoras que ofrecen relativamente mejores opciones para los trabajadores del campo. En cambio en Zacatecas o Guanajuato los dueños de los ranchos donde éstos se emplean, son pequeños propietarios que relativizan y desoyen los reclamos de mejor trato laboral y social.
La mitad de los jornaleros son mujeres y niños. Salen con la esperanza de reunir dinero que no siempre se logra, bien porque la estancia allá genera costos o bien porque surgen imprevistos como la enfermedad de algún familiar o incluso la pérdida de uno de ellos.
Los indígenas guerrerenses trabajan recio y sin descanso; no se arredran ante el infortunio o la fatalidad, conscientes están de que quieren una mejor vida para sus hijos. Su presencia en los campos agrícolas es ejemplo de sobrevivencia; pese al desdén con el que son tratados en los campos de cultivo, prefieren renunciar a su salario que mercar su dignidad.
El migrante surge por la necesidad de obtener un ingreso decoroso y una forma más decorosa de subsistir.
La migración es multifactorial y multicausal. Pero mientras existan inequidades la migración será irremediable.
El fomento de proyectos de desarrollo en las comunidades de origen de los jornaleros puede resultar una alternativa que permita el arraigo de aquellos que por ahora encuentran afuera incentivos para partir y fuentes de empleo que no han logrado conseguir en sus pueblos.
Cuando para los indígenas guerrerenses migrar sea una opción y no una obligación, Guerrero habrá cubierto parte de su deuda con ellos.

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