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Federico Vite

¿Quién legitima la chamba del escritor?

Para algunos autores, aparte del juego egocéntrico que la respuesta a una pregunta como la referida requiere, el lector no es determinante, muy apenas circunstancial. Ciertos novelistas fundamentan los esfuerzos de su prosa en un solo objetivo: para que lleguen, disloquen y emocionen a los críticos literarios, aunque la petición de principios (una vez ganado el aplauso del crítico) sea ver traducido su documento, porque eso les permite ensoñar con la conquista de un continente literario ignoto; otros narradores —los menos beneficiados por el mercado literario, esos autores que ofrecen su visión del mundo en tramas que no exceden las 15 cuartillas (cuentos, relatos o microrrelatos*)— buscan la certificación de su oficio mediante la obtención de becas y premios. Tenemos pues dos maneras de recibir y evaluar (con cierto prejuicio, porque alguien más ha avalado ese trabajo) esos libros. Entonces, ¿cuál es la razón esencial que hace más importante a un escritor que a otro? Aunque suene obvio, tenemos las herramientas primarias (ortografía, sintaxis, gramática) y las de investidura profesional (riqueza verbal, imágenes afortunadas y que la maquinaria de la trama posea tiempo y forma adecuadas para la resolución verosímil del relato) para aplaudir o abuchear a los creadores.
Tengo la certeza que todos sabemos cuál es la respuesta a la pregunta que detona esta breve disertación sobre los egos inflados o maniatados de ciertos narradores, incapaces casi siempre de entender su función en un país donde la vida es un correlato de la supervivencia, no un canto infantil en aras de la belleza raptada por la ignorancia, porque si leemos lo más vendido en la industria editorial mexicana esa sería la conclusión de quien devore sólo esos libros que sesgan el panorama de la existencia, pero no estorban en la construcción del imaginario de la esperanza.
Pensaba en Jack London, a quien muchos lectores estarán agradecidos por oficiar la literatura como extensión de la vida. Él destaca por hacer de su oficio un canto clamoroso a lo vital. Él decía, al respecto de los placeres de leer y escribir: “Eso me gusta, quizá sea la frase con la que defino el valor de ciertas personas. Es ese ‘me gusta’ lo que lleva al borracho a beber y al mártir a llevar el cilicio, lo que convierte a un hombre en un libertino y a otro en un ermitaño; lo que hace que uno persiga la fama, el otro el amor y el otro a Dios. La filosofía es el modo en que el hombre se explica su propio ‘me gusta’ y a veces la literatura ayuda mucho a definir el ‘me gusta’ incluso en el propio autor”. A contrapelo de este caballerito, fino y educado, muchos colegas de London contemplan la literatura como una puesta en escena, donde ellos son los protagonistas.
Recuerdo al viejo Revueltas, quien veía en la literatura una forma de oficiar la religiosidad al estilo Dostoievski, esa veta del existencialismo prácticamente na-rrada por voces del Antiguo testamento. El autor de Los muros de agua no mostraba su trabajo con protagonismo. Sus colegas lo veían como un escritor jodido que acababa de ponerse la soga al cuello cuando tomó como estandarte el realismo duro y crítico, características emblemáticas de su obra. Y en el caso de Revueltas, ¿quién legitima su obra? José Agustín aborda ampliamente ese aspecto. Rescató el trabajo de un monstruo escribiendo ardientes y loables artículos; todos los jóvenes autores de los 60 del siglo pasado demostraron que Revueltas no era un escritor menor, aunque sí, un tipo subestimado y relegado. Como podemos ver, otra de las variantes para legitimar la obra de un autor valioso es el reconocimiento de los colegas. Llegamos a la tercera vía, la consumación del escritor de culto, el escritor para escritores.
Pero para afectos pragmáticos, ¿cómo legitima un escritor su chamba? La respuesta, esencial y contundente, es el lector, porque los ojos del otro son los que dan brillo, animan el texto, se contagian de ese incendio. Son ustedes quienes legitiman a un autor, los que le otorgan el título de escritor. Puesto en palabras de Juanes, ustedes son los que bendicen con la luz de su mirada. Que tengan buen martes.
* Curiosamente, en los años recientes se han venido publicando, para fortuna de muchos, libros de microrrelatos, ficción breve o ficción súbita, como usted guste llamarlos.

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