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Anituy Rebolledo Ayerdi

Tadeo, Celia y un sueño que nunca se concretó

Hace 33 años justos que fue tomada la gráfica que acompaña esta colaboración en el centro nocturno El Zorro (donde ahora está Isabelle discoteque), al que sólo sobrevive hoy sobre la misma avenida El Zorrito de Mingo Ramos, por entonces un anafre con dos o tres mesas sobre la banqueta.

El Zorro de Alejandro Castrejón y antes el Bum Bum de Beto fueron, nostalgias aparte, las más elevadas catedrales del espectáculo en la última mitad del siglo 20 acapulqueño.

A mi compadre Tadeo Arredondo le bullía de tiempo atrás la inquietud de conocer a Celia Cruz. Estaba convencido –y yo con él– de que un numero suyo salido de aquella garganta prodigiosa marcaría su consagración artística. El éxito de Tadeo como compositor e intérprete no era en aquel momento de ninguna manera irrisorio. Yo mismo lo había acompañado a recibir en la ciudad de México un reconocimiento como “El mejor compositor de la década 1960-1970”, otorgado por la empresa editora Mundo Musical. Además formaba con Homero Aguilar (Mi razón), la dupla de autores exclusivos de la exitosa Sonora Santanera, remedo mexicano de la legendaria Matancera en cuya cátedra habanera se había forjado La Voz.

–¿Sombrita de cocales?, tal vez. O quizás Sarta de mentiras, aunque bien podría ser un bolero como Por no estar junto a ti. Tadeo era un manojo de indecisiones.

Celia Cruz nos recibió aquella noche en su camerino con expresivas muestras de afecto. –Mira, Pedro, aquí está Anituy–, llamó la atención de su esposo Pedro Knight, cuya discreción canóniga sólo le permitió un saludo dentífrico.

Y es que a raíz de una primera entrevista con Celia para el diario Trópico y la radiodifusora XECI, Arturo Escobar y yo habíamos trabado una relación afectuosa con la pareja. Se mantendrá viva durante años ya fuera que la pareja visitara México o bien a través de saludos navideños desde Nueva Jersey.

–¡Ay, muchacho pero tu eres Tadeo, el de El mudo sí, como no!—lanzó Celia un alarido que dejó a mi compadre como el mismo personaje de su guaracha.

Resultó que la guarachera cubana conocía a través de la Santanera algunos temas de Tadeo Arredondo, a cuyo ritmo le encontró un agridulce sabor antillano y por tanto apropiado para su género. No fue difícil encontrar en ámbito como aquél una guitarra y con ella mi compadre se acompañó dos o tres entradas que entusiasmaron a la dama ya requerida para entonces en el escenario.

Pero no hagamos de este tecuerdo una crónica luctuosa y concluyamos diciendo que aquella relación artística no pudo consumarse. Primero por la falta de comunicación entre ambos creadores y finalmente por la muerte de mi compadre Tadeo en un estúpido accidente de carretera, a los 40 años.

Celia Cruz se enterará más tarde del dramático desenlace y lo lamentará por supuesto. Recordará a Tadeo Arredondo a partir de aquel breve encuentro en El Zorro de Acapulco e insistirá en el antillanismo puro de su ritmo. Lástima, se condolió, pudo haber sido de los grandes del género tropical.

La toma fue rapidita a cargo de la fotógrafa de El Zorro, ¿Petra?, ¿Genara? Y es que antes no se concebía un cabaret de primera sin fotógrafa (y cigarrera), aún con los riesgos que una gráfica indiscreta pudiera significar para la sacrosanta institución del matrimonio.

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