Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Héctor Manuel Popoca Boone

¿Mujeres divinas o heroicas?*

 (Primera parte)

 A la memoria de mi madre.

 La mayoría de mil 500 millones de personas que viven con un dólar o menos al día son mujeres. El 70 por ciento de las personas que viven en la pobreza son mujeres. En todo el mundo las mujeres ganan, como promedio, un poco más del 50 por ciento de lo que ganan los hombres. En los países subdesarrollados de Asia, Africa y América Latina, de los 930 millones de pobres que se estiman, 550 millones –es decir, más de la mitad– son mujeres.

En los países pobres hay un 60 por ciento más de mujeres que de hombres entre los analfabetos adultos y de los 125 millones de infantes no escolarizados, 70 por ciento son niñas. La mujeres realizan el 67 por ciento de las horas trabajadas en el mundo, mientras ganan tan solo el 10 por ciento de los ingresos generados y poseen solo el 1 por ciento  de las propiedades a nivel mundial.

Al año, en el mundo, mueren 600 mil mujeres por problemas de embarazo o aborto. La desnutrición y el hambre, junto con a los trastornos vinculados a la maternidad, fueron factores para que más de 100 millones de mujeres tuvieran muerte prematura en la década pasada.

La mujeres que viven en la pobreza a menudo son privadas del acceso a recursos de fundamental importancia, como los préstamos, la tierra y la herencia. No se recompensa ni se reconoce su trabajo. Atrapada en el ciclo de la pobreza y la violencia inter e intra familiar, la mujer carece de acceso a los recursos y servicios que le permitirían cambiar su situación.

A nivel mundial, en primer término, se ha producido un aumento en el número de hogares encabezados por mujeres y en segundo término, estos hogares, en general, son más pobres que los encabezados por un hombre. Entre los factores que explican lo primero, se pueden señalar: las migraciones, las guerras, los disturbios políticos o étnicos, el abandono, la infidelidad, el divorcio, la viudez, los nacimientos fuera de matrimonio, y la idea de que los niños son responsabilidad de la mujer.

Entre los factores que explican lo segundo, están: el hecho de que las familias cuya cabeza es una mujer por lo general es más numerosa de personas que están a cargo (niños y ancianos). El ingreso económico de la jefa de familia es menor que la de un jefe de familia. La mujer tiene menos oportunidades de acceso a empleos lucrativos y a los medios y recursos de producción, tales como la tierra, el crédito y la tecnología. Las mujeres jefas de familia además asumen las responsabilidades de la educación de los niños, las obligaciones familiares y las actividades domesticas; por lo que tienen que buscar trabajos de baja remuneración, a menudo informales, que les permitan afrontar tal cúmulo de responsabilidades.

Esta doble jornada laboral de la mujer se da una dentro y otra fuera de los hogares. La de afuera, en lo general, siempre esta mal pagada o pagada de manera desigual respecto a los varones, y la de adentro, no se paga, ni se ve, ni se valora, aprecia o distingue.

La feminización de la pobreza se reproduce a si misma en las familias donde la mujer es la jefa, ya que muchas veces las hijas se ven obligadas a abandonar la escuela para ocuparse de sus hermanos mientras sus madres trabajan.

En general la pobreza de la mujer es más intensa, por recibir menor protección social, menos recursos para encontrar empleo u obtener medios de producción y sobrellevar el peso de la carga y el cuidado del resto de los miembros de la familia.

La concepción común y corriente de pobreza no basta para explicarnos el empobrecimiento de las mujeres, necesitamos una acepción más amplia en la que no solo tome en cuenta las necesidades básicas mínimas de subsistencia, sino que incluya también la denegación de oportunidades y opciones.

Al mercado de trabajo, las mujeres entran en condiciones de desigualdad y de desventaja respecto de los hombres, que las relegan a los trabajos más precarios, temporales y de bajos salarios. En ningún caso tienen una condición de partida igual a los hombres: deben de ocuparse de los hijos, a menudo de otros familiares y seguir aportando el trabajo domestico no pagado. A lo anterior añádesele la discriminación, marginación o exclusión social tacita al carecer del acceso a los bienes, servicios y tiempo que permiten el  disfrute de la cultura, del deporte, de la recreación y la convivencia social o de la participación en asociaciones civiles.

Todavía, el nacer mujer, es un factor de riesgo, desventaja, inequidad y desigualdad en la vida y en la sociedad. Cada vez más, la pobreza extrema, tiene cara de mujer.

 * A partir de la disertación de la licenciada María de Lourdes Avila en el diplomado Políticas Públicas para el Desarrollo Rural.

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