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Reciben en Zihuatanejo el cuerpo del emigrante muerto en San Diego

 Brenda Escobar, corresponsal, Zihuatanejo El cuerpo del joven migrante de la comunidad de El Zarco que el 8 de junio salió a Estados Unidos a buscar trabajo, Paulino Solís Verduzco, llegó ayer a las 4 de la tarde al aeropuerto internacional de Zihuatanejo.

Paulino Solís Verduzco, de 25 años, murió un día después de haber partido de su comunidad, en un accidente automovilístico en San Diego.

Sus familiares esperaban el féretro que llegó a México el miércoles 18, pero tuvo que quedarse un día en la terminal aérea del Distrito Federal porque los vuelos comerciales con destino a este puerto ya venían con exceso de carga.

El joven murió al volcarse la camioneta donde el lunes 9 de junio viajaba junto con ocho indocumentados, quienes al pasar por San Diego, California, fueron descubiertos por la Policía Migratoria quien inició una persecución que terminó con el accidente del vehículo y la muerte de cinco personas.

Después de realizar los trámites burocráticos, la familia Solís Verduzco esperó 11 días para recibir el cuerpo del muchacho.

Los dolientes que ayer estuvieron en el velorio decían que el joven “no tomaba, no tenía ningún vicio y era el hijo más apegado a su madre”.

La carroza llegó al humilde domicilio de la familia Solís 40 minutos después de la llegada al aeropuerto. Ahí esperaban sus siete hermanos, sus padres, familiares y amigos.

En la vivienda, desde el día en que se conoció de la muerte del joven se había colocado un altar con flores y veladoras.

La madre del indocumentado, Sara Verduzco, lamentaba que su hijo se hubiera ido a Estados Unidos, y repetía: “¡hijo, hijo, no te hubiera dejado ir, hijo!, ¡no quería que te fueras!”

Sus hermanos y su papá, Mónico Solís, también lamentaban: “¡no te hubieras ido!”

El señor René Solís refirió que el día en que Paulino salió de El Zarco “se fue llorando, como que presentía algo y no se quería ir, por eso cuando se despidió de su mamá se puso a llorar y al otro día de que se fue, nos avisaron que había muerto”.

Criticó la insensibilidad de las autoridades estadunidenses y mexicanas, quienes “no se tientan en corazón y no piensan que entre más rápido hagan los trámites necesarios para regresar los cuerpos de quienes mueren allá, la familia sufre menos”.

Su hermano, Santos Solís, un indocumentado con dos años de residir en Los Angeles, California, fue quien invitó a Paulino a aventurarse y con lágrimas en los ojos explicó que “le había conseguido trabajo; él quería ayudar a mi mamá y por eso él tenía la ilusión, pero nunca esperamos que esto fuera a pasar, él se fue con la esperanza de mejorar y mi hermano sólo encontró la muerte”.

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